“Derribo
a los poderosos de sus tronos y elevo a los humildes. Lc 1,
46-55
“Según
la voluntad de Dios Creador, el hombre y la mujer debían complementarse y
perfeccionarse mutuamente. El varón fue llamado a labrar el jardín del cosmos, a
desentrañar el nombre de las cosas y a extender su brazo al mundo. Diferente
ocurre con la mujer. Su oficio no consiste en funciones sino en el ser, en su
naturaleza. Vinculada en su esencia al Espíritu Santo, ella es la que da vida y
protege lo que se interna hasta las profundidades del ser, transmitiéndole a la
humanidad.
Solo
la mujer que se asemeje a María en la santidad podrá volver a enderezar lo que
esta torcido y sanar lo que se ha perdido.
La
santidad es ser. No importa tanto lo que una mujer hace al exterior,
visiblemente, sino lo que ella es y hace ocultamente, eso cuenta. Solo su
manera de ser hace que Cristo nazca en las almas.
El
apostolado propio y principal de la mujer es el apostolado del ser y que, a
semejanza de María, llegue a ser “puerta” que abra el cielo a los hombres.
(María si fuéramos como Tu –PJK)
En
el mundo de hoy todos quieren ser grandes, quieren brillar, quieren tener poder,
quieren dominar. Los ídolos del mundo actual tienen que ser bien conocidos,
tienen que ser superhombres, titanes que tengan la tierra a sus pies. Hoy los
hombres admiran a los poderosos y anhelan, no importa los medios, acumular
también el máximo poder.
Frente
a esto, María, en el Magníficat nos dice cuáles son los criterios y los modos de
actuar de Dios: "Derribó a los poderosos de sus de sus tronos y elevó a los
humildes". Dios no se deja deslumbrar por el poder. Al contrario, nos sigue
diciendo María, Dios "dispersó a los hombres de soberbios corazón1l (Lc. 1,51).
Pero
la palabra "humildad" hay que entenderla bien. Ser humilde no es andar con la
cabeza baja y decir que uno no vale nada. Dios no quiero caricaturas humanas,
sino hombres erguidos y de pié, plenos de dignidad y valor. ¿Qué es, entonces,
esta humildad que tanto agrada a Dios? Alguien dijo que la humildad verdadera es
verdad y es justicia. Es verdad, es decir, el humilde sabe llamar a las cosas
por su nombre y así, sabe reconocer lo bueno y lo malo que hay en él. No niega
las cualidades que pueda tener, ni tampoco tiene empacho en reconocer sus
defectos y limitaciones. Pero, al mismo tiempo, la verdadera humildad es
justicia, es decir, que sabe atribuir el mérito a quien corresponde. Esto
significa que el humilde sabe que las cualidades que pueda tener no son méritos
propios, pues todo lo ha recibido de Dios, sea el brillo en la inteligencia, la
elocuencia de la palabra, la sensibilidad artística o el vigor corporal El
humilde es justo también al reconocer que sus defectos y limitaciones son, en
buena parte, fruto de su propio pecado.
Con
las personas humildes, Dios puede trabajar, pero no así con los inflados por su
soberbia y vanidad. Por eso, es una constante en el actuar de Dios que él escoge
a los humildes, a los pequeños, para realizar sus más grandes
obras. En
la práctica de la humildad, lo más difícil es reconocer los propios defectos,
fallas, limitaciones y pecados. El humilde, el verdaderamente humilde es un
hombre que llama a las cosas por su nombre y que tiene el valor de decir la
verdad, aunque eso lo haga quedar mal puesto.
ORACION
“El
Señor permite que verdugos, con espinas coronen sus divinas sienes y que lo
denigren y se burlen; Madre, también a esto diste tu Si, porque con ello el
reparaba nuestra arrogancia.
Como
apóstol e instrumento de Cristo contigo le ofrezco alegremente mi voluntad. “ HP
348
Y
me consagro a Ti diciendo: Oh Señora mía, Oh Madre mía, . . . . . . . . . . .
.
PROPOSITO
Este
día me esforzaré por mantener una actitud de humildad, esperando que sea Dios
mismo quien me levante en cada situación
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