jueves, mayo 17, 2012

Carta de Alianza
Mayo 2012







Queridos hermanos en la Alianza:

Muchas veces me he encontrado con padres que me dicen contentos: “¡Cómo ha cambiado mi hijo desde que se reúne con su grupo de Schoenstatt! Parece otro”. Pero también me ha sucedido al revés: hijos que se admiran del cambio de sus padres desde que comenzaron a “ir a Schoenstatt”.

¿Cuál es la causa de ese cambio? ¿Es el grupo con quienes se reúnen, los temas que trabajan o las reflexiones que tocan el alma? Puede ser, pero verdaderamente el factor principal del cambio interior es el vínculo personal con la Sma. Virgen en su Santuario de Schoenstatt.

Cuando pienso en los jóvenes reunidos en el Santuario rezando y cantando a María, o los matrimonios, los hombres, los grupos de las madres o los misioneros de la Campaña cuando se reúnen a rezar por las familias, el trabajo y la Patria, o los peregrinos cuando van a presentarle a la Madrecita sus anhelos y necesidades, todos esos “momentos de Santuario” son momentos de gracia de transformación interior.

María en el Santuario no sólo nos cobija regalándonos su amor de Madre sino que también nos llena del Espíritu de Cristo, Espíritu de santidad, que nos transforma en hombres nuevos.

Esta gracia de la transformación interior también puede comprobarse mirando la historia de la Familia de Schoenstatt, y en primer lugar la vida del Padre Fundador: la Alianza de Amor con María en el Santuario fue la fuente de su santidad y el fundamento de su fecunda vida sacerdotal. Pensemos también en los primeros jóvenes, como José Engling, que acompañaron al P. Kentenich en la fundación de Schoenstatt, o mujeres, como la Hna. Emilie, y hombres, como Mario Hiriart: todos ellos experimentaron un enorme cambio interior por las gracias recibidas en el Santuario por manos de María. Todos ellos vivieron y murieron santamente al servicio del Reino de Cristo y María.

Pensemos también en nosotros mismos desde que comenzamos a peregrinar al Santuario o a la ermita de la Virgen. Tal vez muchos pensaban que las mañas o pecados ya estaban tan arraigados en el corazón que ya no podríamos cambiar. Sin embargo, pedido tras pedido, entregándonos a su amor, de a poco algo comenzó a cambiar. Nosotros mismos somos testigos de la gracia de transformación interior que regala la Sma. Virgen en el Santuario.

Esta gracia está unida a la gracia del cobijamiento, porque no hay mayor poder de cambio y transformación que el amor. Decía el P. Kentenich que los santos comenzaron el camino de la santidad cuando descubrieron el infinito amor de Dios por ellos. Efectivamente, el reconocernos amados, aceptados y cobijados por Dios y por la Virgen en el Santuario nos causa consuelo, paz, alegría interior y un impulso vital tan grande, que se despiertan y desarrollan las fuerzas de nuestro propio amor.

En la fuerza del Espíritu Santo, la Sma. Virgen quiere ayudarnos a crecer hacia la santidad. La gracia de la transformación interior tiene como objetivo renovar nuestro corazón y nuestra vida despojándonos del hombre viejo y revistiéndonos del hombre nuevo. Como dice San Pablo: De él (Jesús) aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad” (Ef. 4, 22). Justamente, el Santuario es la escuela donde María nos educa en el amor de Cristo, como lo hizo en la casa de Nazaret; es la fragua donde Ella forja personalidades libres, fuertes, santas y misioneras como lo hizo con los apóstoles en el Cenáculo. Allí María nos capacita para el encuentro personal y el diálogo sincero; nos educa en los valores morales y religiosos, y nos mueve al compromiso responsable y solidario.

Por último, esta gracia de la transformación interior se proyecta en nuestros vínculos: en su Santuario la Santísima Virgen quiere transformamos en hombres profundamente comunitarios, capaces de amar con un amor generoso y cálido como el que ella tuvo. María quiere educarnos como hijos del Padre Dios y hermanos en Cristo, miembros activos de la Iglesia y promotores de buenos cambios en nuestras familias, en nuestros grupos de amigos, en nuestro trabajo y allí donde nos toque actuar.

En el Santuario estamos congregados,
allí nuestros corazones arden en amor por la Madre tres Veces Admirable,
que por nosotros quiere construir su Reino

(P. José Kentenich, Hacia el Padre, nº 4)


Pronto celebraremos el 25 de mayo y la fiesta de Pentecostés. ¿Nuestra Patria y el mundo no necesitan acaso también un gran cambio, la irrupción del Espíritu de verdad, de unidad, de solidaridad? ¿No necesitamos crecer más en el respeto a la vida, desde su concepción hasta la muerte natural? (ver adjunto: “Declaración de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina” sobre las leyes de “Muerte digna” e “Identidad de Género”). Sí, necesitamos un gran cambio interior en cada uno para una renovación de la sociedad, necesitamos un nuevo Pentecostés.

Queridos hermanos, en este próximo Pentecostés los invito a rezar a la Sma. Virgen en nuestros Santuarios y ermitas, que Ella implore el Espíritu Santo para que renueve nuestro corazón, el de cada padre y madre de familia, de cada dirigente político y social, de cada empresario y obrero; y sobre todo, que renueve el corazón de los que tienen la alta responsabilidad de gobernar, legislar e impartir justicia, para que en nuestra Patria reinen la verdad, la justicia, la unidad y la paz.

Desde el Santuario les deseo un bendecido día de Alianza,

P. José Javier Arteaga

¡SANTUARIO VIVO, HOGAR PARA EL MUNDO!

martes, mayo 15, 2012

María, símbolo del Espíritu Santo

Padre Nicolás Schwizer
N° 131 – 15 de mayo de 2012

Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que San Pablo encontró en Atenas un altar en el que estaba grabada la siguiente inscripción: al Dios desconocido. Este título parece valer de un modo especial para el Espíritu Santo que es para muchos cristianos el Dios desconocido.

¿Quién es el Espíritu Santo? Es la tercera Persona de la Sma. Trinidad. Él es el lazo vivo de amor que une al Padre con el Hijo: es amor tan infinitamente profundo y perfecto, que constituye una nueva Persona, igual a ellos. El Espíritu Santo es lo más íntimo de Dios, la personificación de su amor, de su vida, de su fuerza. Es como el alma común del Padre y del Hijo. Es como el corazón del Dios Trino.

¿Por qué es entonces tan desconocido? En primer lugar porque para descubrir su presencia y su acción se necesita una cercanía muy íntima y personal con Dios. Porque Él se hace presente y actúa de una forma discreta y oculta difícil de percibir por los ojos no acostumbrados.

Además influye el hecho de que no podemos representarlo mediante una figura adecuada. Pues los símbolos con que aparece en la Biblia la paloma, el viento y el fuego nos ocultan su riqueza de persona. Dios Padre también es invisible, pero la palabra “padre” ya acerca mucho a nuestra experiencia humana. En cambio, imaginar un “espíritu” resulta mucho más difícil.

Sin embargo, Dios nos ha regalado a alguien en quien podemos casi palpar, de modo visible y sensible, la presencia y la acción del Espíritu Santo: es la Sma. Virgen María. Ella es ese símbolo más significativo, el más personal, más apropiado y más hermoso del Espíritu Santo. ¿Por qué?

Porque el Espíritu Santo es el amor hecho persona, la entrega personificada y María es el amor, la entrega en persona.

La Sma. Virgen es, en efecto, la mujer tres veces llena del Espíritu de Dios:

1. En el momento de su Concepción inmaculada, en que Él la escogió como templo predilecto y la colmó de su gracia, evitando que la menor mancha de pecado la tocara.

2. En el momento de la Anunciación, en que “la cubrió con su sombra”, para hacerla fecunda y convertirla en Madre de Cristo.

3. Y en el momento de Pentecostés, en que Él escucha su oración y desciende sobre Ella y los apóstoles, haciéndola Madre de la Iglesia la que en ese mismo instante nace de su fuerza vivificadora.

Pero la Virgen nos conduce al Espíritu Santo no sólo a través de su ser, sino también por su misión. Porque la misión de Ella y la del Espíritu van en la misma línea.

  • María es nuestra Madre-Educadora. Y el Espíritu Santo es el gran educador y santificador de cada cristiano. Con sus gracias y dones divinos nos va madurando y transformando en hombres nuevos, reflejos de Cristo, a lo largo de toda nuestra vida.
  • María, como auténtica Madre, anima y alienta a los suyos en cada momento. Y el Espíritu Santo es el gran vivificador que renueva e inspira permanentemente a los hombres y las comunidades.
  • Como buena Madre, la Virgen tiene también la misión de unir y congregar su Familia entorno suyo. Y el Espíritu Divino es el gran unificador, el vínculo de unidad de la Iglesia y de las comunidades cristianas.
María, obra del Espíritu Santo. Ella, durante toda su vida terrena, está totalmente bajo la influencia y la conducción del Espíritu Divino. Por eso podemos admirar en María todas las virtudes y los valores cristianos que nuestro gran Educador quiere trasmitirnos e inculcarnos. Ella es la enseñanza intuitiva que Dios nos regala, para entregarnos con confianza en las manos creadoras del Espíritu Santo.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Qué representa la Virgen María para mí?
2. ¿Soy una persona que une a los demás?
3. ¿Educo en mi familia, en el trabajo…?

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miércoles, mayo 02, 2012


Palabra de Dios y nuestra respuesta


Padre Nicolás Schwizer
N° 130 – 01 de mayo de 2012


El gran reproche de los incrédulos modernos es el silencio de Dios. Levantan los ojos al cielo, pero no reciben un signo ni una respuesta de Él. Igualmente muchos de los creyentes, tal vez también nosotros, sentimos que Dios está en la oscuridad y se calla.

Si nos quejamos del silencio de Dios es porque no prestamos oído al Evangelio. En él Dios nos habla. Pero lo raro es que a muchos no les interesa la Palabra de Dios, el mensaje que Dios les dirige, su “Buena Nueva”. Hay un libro que muchos cristianos no poseen, y si lo poseen no lo leen tanto: el Evangelio.

El Evangelio, la palabra de Dios, es siempre actual, está dicha en este momento, nos repite continuamente, es nuevo cada día, nuevo para cada ser humano.

Cuando comulgamos, no comulgamos con un Cristo que vivió hace más de 2000 años, sino con un Cristo que está vivo hoy y que nos está amando hoy. Y con el Evangelio pasa lo mismo: no escuchamos al Cristo que habla a los que vivieron hace más de 2000 años: oímos al Cristo que nos habla ahora, en este momento.

El Evangelio es como un espejo. ¿Qué hay que hacer con un espejo? Hay que mirarse en él. Cada uno de nosotros puede verse en este espejo, reflejarse, denunciarse, revelarse. Pero, muchas veces, en este espejo no vemos más que a los otros: nos indignamos por la maldad y la ceguera de los demás.

Pero la palabra de Dios exige de mí, una respuesta. En nuestras relaciones humano‑divinas no puede haber un monólogo divino. El diálogo se nos impone. Y este diálogo producirá fruto de acuerdo a nuestra participación humana. Si la palabra de Dios no da fruto, no es por culpa de la semilla, ni siquiera por culpa del sembrador, sino por el terreno donde cae.

¡Cuántos sermones hemos oído, cuántas lecciones de catecismo, cuántas exhortaciones en el confesionario! Nunca jamás la palabra de Dios ha sido tan difundida como ahora. Sin embargo, ¿cómo es posible que sea tan poco fecunda en nuestras almas?

Todo depende de la disposición con que la escuchamos, de la apertura con que la recibimos. Jesús, caracteriza cuatro clases de cristianos, cuatro clases de oyentes de la palabra divina:

1) La primera clase es como el camino: duro, impenetrable, cerrado por la costumbre. La semilla cae sobre ellos sin poder penetrar en sus almas. Han oído una infinidad de sermones, pero ninguno de ellos los ha hecho cambiar.

Mientras se les anuncia la palabra de Dios, se ponen a pensar en sus preocupaciones habituales, en sus sueños favoritos. Sería terrible si se revelasen los pensamientos que ellos tienen, mientras Dios les está hablando.

2) La segunda clase de oyentes es la de los superficiales, la de las almas sensibles y entusiastas, pero que carecen de perseverancia y profundidad. Se exaltan fácilmente y se creen convertidos por el mero hecho de sentirse conmovidos. Todo lo que se les dice, les toca el alma, pera nada de ello logra cambiarlos.

3) La tercera clase es la tierra fecunda y profunda en que la semilla podría germinar. Son los que tienen buenas cualidades para hacer algo por Dios y por su Reino. Pero no tienen tiempo en medio de sus preocupaciones y agitaciones terrenales, y así ahogan la semilla.

Se interesan en demasiadas cosas para poder ocuparse además de Dios. Siempre encuentran alguna idea para discutir, algún defecto para lamentar, alguna excusa para no pensar en la palabra de Dios.

4) ¿Cuál es, entonces, el terreno en que la palabra de Dios da fruto? Son aquellos que reciben la palabra de Dios como una revelación, los que se dejan vaciar, desenmascarar y transformar. Son los que se reconocen en el espejo de la palabra, diciéndose: Ese soy yo. Es a mí a quien se dirige. Soy yo el que tiene que cambiar. En ellos la palabra de Dios va penetrando, madurando, germinando, dando frutos maravillosos.

Testigo de esto son los Santos de todos los tiempos. Y el molde ejemplar de esta actitud lo encontramos como siempre en la Sma. Virgen María. Ella respondió a su vocación por Dios de una manera significativa: “He aquí lo esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y en dos lugares distintos, el Evangelio dice de ella: “María guardaba todas estas palabras, meditándolas en su corazón”.


Preguntas para la reflexión

1. ¿A qué clase de oyentes pertenecemos nosotros?
2. ¿Con qué apertura y disponibilidad aceptamos la palabra de Dios?
3. ¿Con qué docilidad y perseverancia la realizamos?

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martes, mayo 01, 2012

Fechas importantes mayo 2012

01. San José Obrero. Día del Trabajador.
01. Comienza mes de María en Paraguay y Europa
08. Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina
11. Primera Consagración curso 17-Mendoza
13. Nuestra Señora de Fátima
13-5-81 Atentado contra Juan Pablo II
15. Día de la Madre en Paraguay
15. Día de la Independencia en Paraguay
18. Día de Alianza
18. Comienza novena al Espíritu Santo
20. Ascensión del Señor
20-5-1945. Regreso del P.Kentenich a Schoenstatt luego de Dachau
24. María Auxiliadora
25. Primer Gobierno Patrio en Argentina
27. Pentecostés
28. María, Madre de la Iglesia
31. La Visitación de María
31. III Hito: “En la fuerza Divina”