sábado, enero 31, 2015

Reflexiones P.Nicolás

Dios Trino, centro de nuestra vida

Padre Nicolás Schwizer
N° 165 - 01 de febrero de 2015

La Santísima Trinidad debe llegar a ser el centro de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Y no hay duda de que nuestro Dios quiere ser la fuente, el sentido, la meta y la alegría de nuestra vida. Frente a un mundo que huye de Dios, nosotros queremos y debemos cultivar en nuestra alma el hambre, el ansia y la avidez de Dios. Nuestra vida ha de ser un peregrinar permanente al corazón de Dios, un regresar progresivo al seno de la Trinidad. Aquí podemos ahora sacar muchas conclusiones y consecuencias para nuestra vida de cada día.

1. Si el Dios Trino es el centro de mi vida, entonces debo estar conectado permanentemente con esa fuente vital. Entonces he de cultivar mi vida de oración, hasta llegar a ese ideal sublime de “orar sin cesar” (1 Tes 5,17). ¿Qué significa? Significa adorar siempre la voluntad de Dios, responderle siempre que sí, no negarle nunca nada, estar permanentemente abierto para sus deseos.

2. También he de vivir, día a día, a la luz de la Fe práctica en la Divina Providencia. Esa fe me ayuda a ver a Dios en medio de la vida, detrás de los acontecimientos cotidianos, las cosas y las personas. El espíritu de fe me da la capacidad de captar el paso de Dios en mi vida, de sentirle presente instintivamente por todas partes. Me ayuda a entender mi vida como una historia de amor con Él, como una cadena de saludos y respuestas de amor mutuos.

3. Si Dios es el alma de mi vida, entonces debo aprender a asombrarme y admirarme de su presencia y de su actuar. Pienso que es fruto de estar enamorado de Él. Si no amo suficientemente no me asombro, no me dejo penetrar por el tú, no descubro lo maravilloso de su ser. Estoy demasiado inmerso en lo mío, demasiado preocupado por mis propias cosas.


4. Si fui creado “a imagen y semejanza” de Dios (Gen 1,26s.), entonces tengo que esforzarme por ser un reflejo de Él. Y ya que la esencia del Dios Trino es el amor, he de transformarme, a lo largo de mi vida, en un espejo, un transparente, un sacramento de su amor.

Si la grandeza de Dios es su amor, entonces también la grandeza mía debe ser el amor. Allí tenemos todo un programa de vida.

5. No soy solamente imagen de Dios. Soy también templo vivo, morada y santuario de la Trinidad. O como solía decirlo el Padre Kentenich: Soy una “pequeña iglesia de la Trinidad, consagrada y habitada por el Dios Trino” (1954 María Mutter und Erzieherin, 350). U otra imagen hermosa de él: “Tengo el cielo dentro de mí. Donde está la Trinidad está el cielo.” Y después agrega: “Nunca llegaremos a ser santos si no llegamos a tomar conciencia del Dios presente, de la Trinidad presente en nuestro interior” (Textos 2000, 102, 105). Y el Padre nos recomienda aprovechar especialmente el momento de la Santa Comunión para ello.

En conclusión, debo tomar en serio la presencia de Dios en mi Santuario Corazón. Debo visitarlo, saludarlo, conversar y conectarme permanentemente con Él. Debo adorar al Dios de mi corazón, cultivar el silencio, la oración y meditación, las jaculatorias. He de acoger y realizar sus sugerencias e inspiraciones interiores.

6. Si el Dios Trino es el centro de mi existencia, entonces he de sellar, en algún momento de mi vida, hasta una Alianza de amor con Él. El mismo Fundador me invita a ello: La Alianza de amor con María debe ir haciéndose más y más una Alianza de amor con Jesús, con el Padre, con el Espíritu Santo, con el Dios Trino” (1946 Coronación de María, 87s.). Allí se cierra el ciclo de mi alianza. Allí culminan mi amor y entrega. Allí llego al centro y a la meta de mi existencia.

Preguntas para la reflexión

1.      ¿Dios Trino es realmente fuente, centro y meta de mi vida?
2.      ¿Él es el centro de mis intereses personales, de mis intereses matrimoniales y familiares?
3.      ¿Dios es el verdadero centro de mi vida, mi apostolado?

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martes, enero 20, 2015

En la Confianza Divina

El misterio del 20 de enero de 1942


En la vida de Cristo, Él no buscaba la cruz y la muerte. Quería amar y obedecer.

El 20 de enero de 1942 es para el Padre José Kentenich, fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, no sólo uno de los cuatro hitos de la historia del Movimiento, sino también el eje de esa historia.
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Muchos conocemos las circunstancias y los hechos de ese día: El Padre José Kentenich, se encuentra en la cárcel y es declarado apto para ir al campo de concentración de Dachau. Pero se le abre la posibilidad de salvarse si pide un nuevo examen médico. Y el día 20 de enero, el Padre Kentenich toma la decisión de no aprovechar esa posibilidad e ir libremente a Dachau.
Ahora, ¿cuál es el misterio de ese día? Pienso que, como en la vida de Cristo, es un misterio de la cruz, del amor y de la resurrección.

1. Misterio de la cruz
La cruz, el gran misterio de la vida y muerte de Cristo, lo es también en la vida de sus discípulos, los cristianos. Así lo entiende también el Padre Kentenich: Él debe ser ahora Padre de los suyos desde la cruz. Por eso les dice en una de sus cartas desde la cárcel: No crean que serían en primer lugar mis retiros, mis consejos o mis palabras, lo que más les podrían ayudar ahora. Lo más fecundo que puedo hacer es mi entrega por Uds. en la cruz.

Su tarea ahora no es buscar su libertad, librarse del campo de concentración. Su tarea es imitar a Cristo, el Buen Pastor, en su pasión: arriesgar la propia vida por sus ovejas, y arriesgar también la existencia de su Familia. Porque en aquel momento, la obra todavía no estaba suficientemente formada y desarrollada para poder existir sin su Fundador.

También la Familia de Schoenstatt debe entrar en este misterio de la cruz. Por eso, el Padre Kentenich trata de despertar disponibilidad y apertura hacia la cruz, a través de las cartas y escritos que le envía. Toda la Familia está llamada a asemejarse a Jesucristo crucificado.

Pasa lo mismo que pasó en tiempos del Señor: la cruz separa los verdaderos y falsos discípulos

Como en todos los movimientos, también en Schoenstatt se prueba la verdadera fidelidad de sus seguidores: están los que pertenecen sólo exteriormente a la Familia, los que comparten sus ideas, su espiritualidad, su pedagogía. Y están los que forman parte interiormente de Schoenstatt: los que están dispuestos a jugarse por el Padre y su destino, a seguirle por el mismo camino de la cruz.

2. Misterio de amor
En la vida de Cristo, Él no buscaba la cruz y la muerte. Quería amar y obedecer. Sólo aceptaba las cosas como venían. Y cuando se le exigía, daba la vida libremente, en un gesto de amor infinito.

Lo mismo el Padre Kentenich. Toma la decisión del 20.01 por amor y confianza en Dios. Deja atrás la seguridad humana, para entregarse totalmente en manos de Dios. Sólo quiere aceptar y cumplir el deseo y la voluntad de Dios. Lo importante para él no es la cruz como tal, sino la voluntad del Padre. Comenta el mismo P. Kentenich: La fecundidad lograda no fue consecuencia de un heroísmo humano, sino consecuencia del cumplimiento de la condición pedida por Dios, de haber descubierto lo que Dios exigía.

3. Misterio de la resurrección
Lo que consuela a un cristiano, le da ánimo, esperanza y confianza es el hecho de que la cruz nunca es lo último: toda tristeza se convierte en alegría, todo fracaso en victoria, toda pasión y cruz en resurrección. Así fue no sólo en la vida de Cristo, sino también en la vida del Padre Kentenich y de la Familia de Schoenstatt: La decisión del 20 de enero regala una fecundidad inmensa

Viviana Sánchez

jueves, enero 01, 2015

Reflexiones P.Nicolás

Los llamados y los escogidos

Padre Nicolás Schwizer
N° 164 - 01 de enero de 2015


Muchos hombres dicen que Dios es silencioso, que está lejos, que no lo pueden encontrar. Sin embargo Dios, a través de toda la revelación, nos asegura que Él habla, que llama, que estimula a los hombres, pero que muy pocas veces ha sido escuchado.

Dios dice que Él es, esencialmente, Padre de todos los hombres. Pero parece que los hombres no tienen más que una sola ambición: liberarse, prescindir de Dios. Nos dice también que el hambre que nosotros podemos tener de Dios no es nada en comparación con el hambre que Él tiene de nosotros. Los hombres pueden estar sin Dios, pero Dios no puede, no quiere estar sin los hombres

Como lo dice San Pablo: “Dios quiere que todos los hombres se salven”. Es lo que los teólogos llaman la voluntad salvífica universal de Dios. Su amor de Padre no conoce límites ni pone barreras. Su mayor deseo es que todos los seres humanos, salidos de su mano creadora, puedan participar un día con Él en el banquete celestial. Por eso invita a su mesa incluso a los pecadores y a los paganos, si sus propios hijos se niegan a venir.

Muchos buscamos y encontramos excusas cuando se trata de Dios. Fácilmente nos encerramos en nuestros propios asuntos: en algún negocio o trabajo que estimamos más urgentes, en una fiesta que debemos participar o en un viaje que tenemos que hacer. Creemos que nuestro caso es legítimo, que nuestros motivos son perfectamente válidos. Y así ponemos mil y un pretextos para no acudir a la cita.

Algunos pensarán: “ya se sobreentiende que soy cristiano, ya basta, que me dejen en paz”. Otros dirán: “soy cristiano a mi manera, no necesito estas manifestaciones externas, que no me molesten”. Son cristianos de nombre, sin coherencia entre su vida y lo que dicen creer.


También existen aquellos que dejamos para más tarde el tiempo de ocuparnos de Dios: después de casarme, cuando haya construido mi casa o mi fortuna, cuando no tenga que trabajar, cuando me dejen en paz mis hijos o mi marido o mi profesión. Entonces será cuando podremos preocuparnos de Dios.
Pero esto significa que echamos a Dios de nuestra vida real, que lo arrinconamos en los templos, que nos negamos a santificar nuestro estado, que juzgamos incompatibles el servicio de Dios y la vida cotidiana que llevamos.

Pero Dios es un Dios de la vida. El Señor no se desalienta y se dirige de nuevo a nosotros renovando su llamada. Se vale de sus enviados, sus apóstoles, su Hijo Jesucristo, su Iglesia. Por medio de la voz de sus ministros, recuerda a nuestras conciencias dormidas y olvidadizas el destino eterno que nos tiene reservado.

“El que te creó sin ti no te salvará sin ti”, dice San Agustín. Dios quiere nuestra libre aceptación y colaboración. De otro modo no tendría mérito el amor ni el acceso al banquete celestial.

Tenemos que hacer caso HOY a su palabra, su llamada, su paso en medio de nosotros. Tenemos que darle la respuesta personal de nuestra entrega y compromiso, acudir a su banquete.

Queridos hermanos, si endurecemos nuestro corazón, si no hacemos caso de su invitación, si le damos, la espalda a su llamada, entonces ya quedamos “afuera en las tinieblas”. Como lo señala el Señor al final de una de sus muchas parábolas, “que muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”.
Pidamos por eso, a Dios, que nos incluya entre los escogidos y que nos permita, participar de su banquete celestial y pertenecer para siempre a su Reino del Cielo.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Es Dios alguien cercano para mí?
2. ¿Siento que soy un invitado del Señor?
3. ¿Cuál es mi respuesta al escuchar una invitación del Señor?


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Fechas importantes enero 2015

01 Santa María, Madre de Dios
01 Jornada mundial de la paz
03 Santísimo nombre de Jesús
05 Nacimiento José Engling (1898)
06 Epifanía del Señor. Reyes Magos
11 Bautismo de Jesús
18 Día de Alianza
20/1/42  Segundo Hito: “En la Confianza Divina”
20/1/43 P.K. Recibe cruz de plata en Dachau de S.S.Pío XII
22 San Vicente Pallotti
22 Beata Laura Vicuña
24 San Francisco de Sales
25 Conversión de Pablo
31 San Juan Bosco