lunes, diciembre 29, 2014

Feliz y bendecido 2015


Balance del año según Mamerto Menapace

"Mi percepción a medida que envejezco es que no hay años malos. Hay años de fuertes aprendizajes y otros que son como un recreo, pero malos no son. Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos. Por eso, no debiéramos tenerle miedo al sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque ambos son sólo instancias de aprendizaje.
Nos cuesta mucho entender que la vida y el cómo vivirla depende de nosotros, el cómo enganchamos con las cosas que no queremos, depende sólo del cultivo de la voluntad. Si no me gusta la vida que tengo, deberé desarrollar las estrategias para cambiarla, pero está en mi voluntad el poder hacerlo. Ser feliz es una decisión, no nos olvidemos de eso. Entonces, con estos criterios me preguntaba qué tenía que hacer yo para poder construir un buen año porque todos estamos en el camino de aprender todos los días a ser mejores y de entender que a esta vida vinimos a tres cosas: - a aprender a amar - a dejar huella - a ser felices.
En esas tres cosas debiéramos trabajar todos los días, el tema es cómo y creo que hay tres factores que ayudan en estos puntos:
- Aprender a amar la responsabilidad como una instancia de crecimiento. El trabajo sea remunerado o no, dignifica el alma y el espíritu y nos hace bien en nuestra salud mental. Ahora el significado del cansancio es visto como algo negativo de lo cual debemos deshacernos y no cómo el privilegio de estar cansados porque eso significa que estamos entregando lo mejor de nosotros. A esta tierra vinimos a cansarnos,.......
- Valorar la libertad como una forma de vencerme a mí mismo y entender que ser libre no es hacer lo que yo quiero. Quizás deberíamos ejercer nuestra libertad haciendo lo que debemos con placer y decir que estamos felizmente agotados y así poder amar más y mejor. - El tercer y último punto a cultivar es el desarrollo de la fuerza de voluntad, ese maravilloso talento de poder esperar, de postergar gratificaciones inmediatas en pos de cosas mejores.
Hacernos cariños y tratarnos bien, como país y como familia, saludarnos en los ascensores, saludar a los guardias, a los choferes de los micros, sonreír por lo menos una o varias veces al día. Querernos. Crear calidez dentro de nuestras casas, hogares, y para eso tiene que haber olor a comida, cojines aplastados y hasta manchados, cierto desorden que acuse que ahí hay vida. Nuestras casas, independientes de los recursos, se están volviendo demasiado perfectas que parece que nadie puede vivir adentro.
Tratemos de crecer en lo espiritual, cualquiera sea la visión de ello. La trascendencia y el darle sentido a lo que hacemos, tiene que ver con la inteligencia espiritual. Tratemos de dosificar la tecnología y demos paso a la conversación, a los juegos antiguos, a los encuentros familiares, a los encuentros con amigos, dentro de casa. Valoremos la intimidad, el calor y el amor dentro de nuestras familias. Si logramos trabajar en estos puntos y yo me comprometo a intentarlo, habremos decretado ser felices, lo cual no nos exime de los problemas, pero nos hace entender que la única diferencia entre alguien feliz o no, no tiene que ver con los problemas que tengamos sino que con la ACTITUD con la cual enfrentemos lo que nos toca. Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan. Y que en cambio, con las penas pasa al revés. Se achican. Tal vez lo que sucede, es que al compartir, lo que se dilata es el corazón. Y un corazón dilatado esta mejor capacitado para gozar de las alegrías y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro".

MAMERTO MENAPACE - Monje benedictino.


miércoles, diciembre 24, 2014

Carta Navidad P.Alberto Eronti

“Dio a luz a su Hijo…, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre…” (Lucas, 1,7)
Queridos hermanos en la Alianza:
El año jubilar ha llegado a su “plenitud”. Esta expresión es la que usa San Pablo cuando se refiere al nacimiento del Hijo de Dios “nacido de una mujer”. ¡Qué hermoso es contemplar que en la “plenitud” de los tiempos y en la “plenitud” del año jubilar celebramos la Navidad.
¿Qué ha nacido en nuestra Familia de Schoenstatt en este año de plenitud? ¿Qué obra ha realizado el Espíritu en la Familia, en cada una de nuestras Comunidades y en cada uno de nosotros? No se vive un tiempo de plenitud en Dios sin que “algo” ocurra. Este algo es expresado en la Biblia como un Pentecostés: “He aquí que vengo y hago algo nuevo, ¿no lo están notando?”
Se trata del mismo Espíritu que “bajó” y “cubrió” con su “fuerza” de amor a María. Navidad es la más grande acción del Espíritu. Lo fue en María, y es en esta “plenitud” del gran jubileo. ¿Estamos notando ese “algo nuevo”? La novedad está en el cúmulo de vivencias que hemos tenido como Familia. Vivencias que tienden a alumbrar la novedad del Espíritu en el nuevo tiempo de la Familia. Sí, estamos en una gran Navidad…, al Niño del Padre y de María hay que hacerle lugar para que nazca. Este lugar es el Santuario, es la Familia, es el corazón de cada hijo de Schoenstatt.
Será bueno rezar así: “Tú llevas, María, el Sol en la entraña. Dentro de ti ya amaneció” ¡Haz, que ahora amanezca en nosotros!”. Amén.
¡Muy bendecida Navidad para todos!

P. Alberto E. Eronti

Saludo Hna M.Luz


La Navidad se acerca y con cariño les envío un gran saludo desde el Santuario del Padre.

Le llevamos al Niño Jesús nuestra entrega, nuestro capital de gracias, todas las situaciones que nos preocupan, los fracasos pero también las grandes alegrías recibidas en este año jubilar.

Que los anhelos de la Mater también sean los suyos para que Jesús vuelva a nacer en el pesebre de sus corazones! 

Les imploro para ustedes y sus familias: una FELIZ Y BENDECIDA NAVIDAD!


"Madre, ante el misterio de la Navidad, te veo como Espiga madura pronta a desgranarse para dar vida al Grano de Trigo Divino. Dios se oculta bajo los velos de tu casta maternidad como se oculta hoy en la Eucaristía... y allí lo adoro!" 

Novena Navideña - Noveno día




“Gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad”

Te diré mi amor, Rey mío, en la quietud de la tarde,
cuando se cierran los ojos y los corazones se abren.
Te diré mi amor, Rey mío, con una mirada suave,
te lo diré contemplando tu cuerpo que en pajas yace.
Te diré mi amor, Rey mío, adorándote en la carne,
te lo diré con mis besos, quizás con gotas de sangre.
Te diré mi amor, Rey mío, con los hombres y los ángeles,
con el aliento del cielo que espiran los animales.
Te diré mi amor, Rey mío, con el amor de tu Madre,
con los labios de tu Esposa y con la fe de tus mártires.
Te diré mi amor, Rey mío, ¡oh Dios del amor más grande!
¡Bendito en la Trinidad, que has venido a nuestro Valle! Amén.
(Liturgia de las Horas, Himno de vísperas en tiempo de Navidad)

Para meditar:
En este último día de la novena meditamos en la Navidad como el momento del gran encuentro de Dios con el hombre. De muchas maneras habló Dios en el pasado, dice el autor de la Carta a los Hebreos, pero “en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Heb 1,1s). Se trata de la Alianza en sus dos momentos, la Antigua y la Nueva Alianza.
La Navidad supone un enorme regalo: antes de Cristo, nadie había visto a Dios. En Navidad tenemos la imagen del Dios invisible, su reflejo porque “el que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9). Antes del nacimiento de Jesús, ver a Dios significaba morir; verlo en Belén es volver a vivir. De esta forma él entra definitivamente en la historia del hombre para darnos testimonio de la Trinidad. Él es la única fuente segura y veraz, su testimonio tiene valor absoluto: “A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo único que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn 1,18). Esta es la bienaventuranza que menciona San Lucas: “¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven! Muchos profetas y reyes quisieron verlo, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen pero no lo oyeron!” (Lc 10,23s).
La gloria del Padre que recibe Jesús no es otra que el resplandor de la bondad y la misericordia. Ellas socorren nuestra debilidad; su gloria es su amor y nuestra esperanza.
Esto trae una enorme consecuencia: ver la gloria de Dios -el amor que llega hasta nosotros- nos impele a llenarnos de amor y también a amar a los hermanos. Es la condición que coloca San Juan: “A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros” (1Jn 4,12). Quien ha visto la gloria de Dios es porque ama. Cada mirada a Jesús en Belén nos regala una nueva energía de amor.
Como los pastores, salimos del pesebre para decirle a quienes están a nuestro lado -con palabras y con hechos- que tenemos una gran alegría que comunicar: ha nacido alguien que no nos puede fallar y que ha convertido nuestra pequeña vida en la vida de Dios, nuestro mundo en el mundo de Dios, nuestra historia en la historia de Dios. Su gloria en nuestra gloria.
Ese Alguien ha hecho que los pobres, los que luchan por una vida más digna, los que quieren aprender a amar, tengan plena dignidad y futuro. De Él queremos aprender a amar a este mundo y esforzarnos para que nuestras familias, nuestra ciudad y el país en que vivimos puedan ser terruños dignos para todos. Porque Él nació, los demás merecen nuestra confianza y deben sentirse reconocidos y aceptados. En Jesús no hay discriminación alguna.
En esta Navidad nos decimos unos a otros que, a pesar de todos los problemas, nuestra vida es siempre hermosa y radiante, como la del Niño traído por María y anunciado por los ángeles. El único requisito es creer, como los pastores, que el milagro es posible y que Dios nos ama, porque ama a los pequeños y necesitados de ese amor.

Reflexionemos
1. ¿Qué regalo le quiero llevar a Jesús en esta Navidad?
2. ¿Qué pedido quiero hacerle a Jesús en esta Navidad?
3. ¿Qué quiero mejorar en este tiempo de Navidad que comienza en la Nochebuena?
4. ¿Cómo colaborar para que las palabras de los Ángeles se hagan realidad: “gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres que aman al Señor”?

Peticiones, renovación de la Alianza y bendición final.
Glorifiquemos a Cristo, Palabra eterna del Padre, engendrado antes de los siglos y nacido por nosotros en el tiempo, y aclamémoslo, diciendo:
• Que se goce la tierra, Señor, ante tu venida.
- Cristo, Palabra eterna, que al venir al mundo anunciaste la alegría a la tierra,
alegra nuestros corazones con la gracia de tu visita.
- Salvador del mundo, que con tu nacimiento nos has revelado la fidelidad de Dios,
haz que nosotros seamos también fieles a las promesas de nuestro bautismo.
- Rey del cielo y de la tierra, que por tus ángeles anunciaste la paz a los hombres,
conserva nuestras vidas en tu paz.
- Señor, tú que viniste para ser la vid verdadera que nos diera el fruto de vida,
haz que permanezcamos siempre en ti y demos fruto abundante.
- Intenciones personales…
Con el deseo de que la luz de Cristo ilumine a todos los hombres y que su amor se extienda por toda la tierra, pidamos al Padre que su reino venga a nosotros: Padre nuestro…
Dios todopoderoso, concédenos que, al vernos envueltos en la luz nueva de tu Palabra hecha carne, hagamos resplandecer en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestra mente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
• Renovemos ahora la Alianza con nuestra Madre: “Oh Señora mía… “


Saludo Lux Elena

Queridas hermanas, madres de Federación,

Me las imagino preparando sus corazones y hogares para recibir a Jesús.

Desde el Santuario Hogar, como hijas fieles, alma y corazón, salimos al Encuentro del Niño Dios y le llevamos a muchos lugares donde se necesita amor, comprensión, compañía, solidaridad y calidez.

¡Cuántos regalos podremos poner al pie del pesebre!  Un año cargado de vivencias, júbilo, misión. Le ofreceremos todo, todo lo bueno, también lo triste; los logros, también los fracasos; los vínculos, también las pérdidas. Capital de Gracias hecho ofrenda para Dios.

Las lecturas bíblicas del tiempo de Adviento nos muestran la misión de Jesús, la luz verdadera que trae libertad y un futuro diferente. Is 61, 1-11.
En la mirada de Dios, nos dice la lectura del profeta Isaías, los que sufren, los de corazón desgarrado, los cautivos, son los primeros. Ellos han de experimentar esa vida más digna y liberada que Dios quiere para todas sus criaturas.
 ¿Qué rostros, historias y heridas presento hoy ante el Señor?

Hay etapas en la vida en las que se hace urgente escuchar la promesa de algo bueno. Escucharla y creerla porque viene de Dios. Y nuestro Dios es fiel y cumple su palabra. Llegará la sanación de las heridas, la luz en las tinieblas.
¿Qué espacios de mi vida necesito abrir a la Esperanza?

Anhelo, sed, aproximación a la luz, expectación. Eso es el Adviento. Es tiempo de prepararse a algo grande. Nos preparamos para la venida de Aquel que hace que todo sea distinto.
¿Qué puedo hacer para que se note la venida de Jesús, en mi familia, en mi comunidad, en mi     ámbito cotidiano?


CANTO DE ADVIENTO                              

No hay que temer al fracaso, a la lucha,
al dolor, a los pies de barro
o a la debilidad.
No hay que temer a la propia historia,
con sus aciertos y tropiezos;
ni a las dudas; ni al desamor;
que la vida es así, compleja,
turbulenta, hermosa, incierta.
Pero luchemos
contra la tristeza perenne,
esa que se instala en el alma
y ahoga el canto.
Alimentemos la semilla de la alegría
que Dios nos plantó muy dentro.
Qué surja, poderosa, la voz esperanzada,
esa que clama en desiertos y montes,
en calles y plazas,
en hospitales,
en prisiones,
en hogares y veredas.
Cantemos, hasta la extenuación,
la vida de Dios hecho Niño,
el Niño hecho hombre,
del Hombre crucificado
que ha de vencer la cruz, una vez más.
Nadie va a detener el Amor
que se despliega, invencible,
en este mundo que aguarda.
Aunque aún no lo veamos.
José María Rodríguez Olaizola, sj

¡Les deseo una feliz Navidad y buen año nuevo 2015!

Lux Elena

martes, diciembre 23, 2014

Novena Navideña - Octavo día



“Y nosotros hemos visto su gloria”

A ti, oh Dios, amor y honra, a ti, que reinas sobre los mares;
cielos y tierra siguen el camino que tú les señalas.
Tú, Dios Padre, abrazas a tu Hijo para, en el Espíritu Santo,
ser uno con él por amor, en beso de eterno gozo.
Así eres en ti mismo perfecto; eres el Amor que jamás cesa.
Amor envió al Hijo como prenda de la redención.
Amor dio al Hijo la vida en la Madre y Esposa,
y a él, nuestro mayor bien, le pidió derramar su sangre.
Amor hizo que él, antes de su muerte, nos diera a su Madre y Compañera en herencia,
para que ella, como la puerta segura, nos conduzca prontamente hacia Dios.
Con la fortaleza del Hijo ella siempre supera victoriosa el reino y la obra de Satán,
trayendo la paz al mundo.
Amor nos ha sumergido en aquel que se nos regala diariamente
como ofrenda y alimento generosos en este largo peregrinar
Amor, para completar la redención, nos incorporó a la misión de la Palabra eterna,
nos hace participar fielmente de su destino
y nos engrandece como a sus instrumentos.
Amor y gloria sean dados a Dios en su trono, 44
al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y por toda la eternidad. Amén.
(Del Hacia el Padre, 34-41.44).

Para meditar:
El prólogo del Evangelio de San Juan, que estamos reflexionando en esta novena, desemboca en la frase: «Y nosotros hemos visto su gloria». Benedicto XVI, al reflexionar sobre esta frase, afirma que estas palabras bien podrían ser las de los pastores al regresar del establo y resumir sus vivencias. Podrían ser también las palabras con que José y María describirían los recuerdos de aquella noche inolvidable de Belén. Pero en verdad son las palabras que utiliza el Evangelista para describir el impacto que Cristo tuvo en su vida. Él ha visto en el contacto con Él la gloria de Dios y nos la quiere compartir, para que también la veamos. Desde la encarnación hasta el Apocalipsis, Juan rescata esta vivencia íntima con el Señor.
La fe es el órgano interior que nos permite ver la gloria de Dios. Nos torna “videntes” del resplandor de la Verdad y del Amor. Debido a esta experiencia, podemos y debemos ser mensajeros de esa gloria, la que nace en Belén y nos despierta la súplica confiada: “Que venga, Padre, tu Reino.”
En el monte Tabor Juan, Santiago y Pedro vieron la gloria de Jesús. Su rostro transfigurado y sus vestiduras resplandecientes despertaron en los tres el deseo de quedarse y eternizar ese momento. Los tres descubren la gloria de Dios en la revelación del Hijo y en la cercanía de Elías y
Moisés.
Para nosotros, que no estuvimos en el Tabor se nos hace más difícil tener la vivencia de esa gloria. Y no obstante, la podemos vislumbrar por ejemplo en la naturaleza o en todo hombre creado y redimido por el bautismo y los demás sacramentos. Si bien es cierto que el pecado corrompió y desdibujó esta gloria, también es cierto que en toda persona noble y santa se perciben los rasgos de la gloria divina.
El Apocalipsis menciona esta gloria afirmando que La ciudad no tiene necesidad ni de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. El centro de la nueva creación será el trono de Dios, y sentado sobre ese trono estará el Señor Jesucristo en gloria, con su gloria resplandeciente, iluminando toda la nueva creación.
Hay un anhelo profundo en todo creyente: contemplar esta gloria. San Pablo lo expresará en forma anhelante: "Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu "(2  Cor 3:18). Navidad es el momento donde los hombres viendo esa gloria, alaben a Jesús y crean en él. (Jn 20,31).
Hay una experiencia de gloria que se genera por la intervención de la Madre. Es en las bodas de Caná, en Galilea. Allí “Jesús reveló Su gloria y sus discípulos creyeron en Él "(Jn 2,11). En los Santuarios marianos, en los Santuarios de Schoenstatt, María quiere hacer resplandecer su gloria, que no es otra que la de su Hijo Jesús.
La segunda persona de la Trinidad se convirtió en un ser humano y estableciendo su tienda en medio nuestro nos fue revelando y transfigurando la gloria de Dios.

Reflexionemos
1. ¿Hemos tenido alguna vez la experiencia de esta gloria de Dios, por ejemplo en lugares  especiales, en personas particulares o en tiempos de gracia concentrados?
2. Transcribo un texto del Acta de fundación de Schoenstatt:
“San Pedro, después de haber contemplado la gloria de Dios en el Tabor, exclamó arrebatado:
“¡Qué bien estamos aquí! ¡Hagamos aquí tres carpas!” Una y otra vez vienen a mi mente estas palabras y me he preguntado ya muy a menudo: ¿Acaso no sería posible que la Capillita de nuestra Congregación al mismo tiempo llegue a ser nuestro Tabor, donde se manifieste la gloria de María?”
¿Qué consecuencias para nuestro apostolado entresacamos de este texto del Acta de Fundación?
3. ¿Hemos conocido personas, lugares o circunstancias que puedes mencionar como una experiencia de la gloria de Dios en tu vida?

Peticiones, renovación de la Alianza y bendición final.
1. Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y digámosle:
- Esperamos alegres tu venida: ven, Señor Jesús.
- Tú que existes antes de los tiempos: ven y salva a los que viven en el tiempo
- Tú que creaste el mundo y a quienes en él habitan: ven y restaura tu obra.
- Tú que no despreciaste nuestra naturaleza mortal: ven y arráncanos del dominio de la muerte.
- Tú que viniste para que tuviéramos vida abundante: ven y danos vida eterna.
- Tú que quieres congregar a todos los hombres en tu reino: ven y reúne a cuantos desean contemplar tu rostro.
- Pedimos por nuestras intenciones personales
2. Pidamos ahora con confianza filial la venida del Reino del Padre: “Padre nuestro…”

3. Renovemos ahora la Alianza con nuestra Madre: “Oh Señora mía…

lunes, diciembre 22, 2014

Novena Navideña - Séptimo día


“El Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros”

En el pobre y pequeño establo de Belén,
das a luz para todos nosotros
al Señor del mundo.
Tal como muestras al Niño a pastores y reyes
y te inclinas ante él adorándolo y sirviéndolo,
así queremos con amor ser siempre sus instrumentos
                          y llevarlo a la profundidad del corazón humano.
                          (Padre nuestro… Dios te salve, María… )
(Hacia el Padre, 343)

Para meditar…

            Hay dos dimensiones del Niño que nace en Belén y hoy queremos meditar en la cercanía a la Navidad:
1. “El Verbo, la Palabra, se hizo carne”. El Concilio Vaticano II explica esta frase de la siguiente manera: "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (Constitución Pastoral, Gaudium et Spes, 22).
            Porque el Verbo se hace uno de nosotros, lo podemos tocar, ver, escuchar; llegar hasta Él y percibir su pequeñez y su grandeza. Es Él quien nos hace su familia. Al Dios que, por definición “nadie le ha visto jamás” se hace “abordable”, amigo, hermano. No amenaza ni agrede: en su rostro descubrimos la bondad, la misericordia y el cariño del Padre.
Hacerse carne significa asumir la limitación, la debilidad y la fragilidad humana. Esto no es secundario: Jesús conocerá nuestras necesidades -“tengo sed”-, los sufrimientos, la experiencia del fracaso, los anhelos y los sentimientos humanos. Podrá llorar ante su amigo Lázaro, conmoverse ante el hijo muerto de la viuda de Naín, sorprenderá a Zaqueo y andará por el Mar de Galilea, provocando al viento y haciéndolo callar. Podrá alegrarse con los que se alegran y manifestar su temor y su miedo: “¿Dios mío, Dios mío, porque, me has abandonado?”; “Señor, haz que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Su encarnación no es simulacro, no es un disfraz de carnaval. No es apariencia de lo humano sino real humanidad. Porque Jesús se encarna, la vida del hombre -de cada hombre- recobra  una enorme dignidad.
Al mismo tiempo nos sentimos más responsables: volvemos la mirada y cercanía a los que sufren, a quienes están abandonados o se hallan marginados. Nos hacemos prójimos de ellos y entablamos un diálogo para encontrarlos y dejarnos enriquecer unos con los otros.
La razón última de su encarnación es el amor. No hay razón humana, sino solamente la grandiosa misericordia del Padre. Es bueno suplicarle: “Que nos haga hijos de Dios, Aquél que por nuestra causa se quiso hacer Hijo del hombre” (San Agustín).

2. “Puso su morada entre nosotros”. Es una gran noticia. En Navidad, se encuentra el llanto del mundo y también su alegría y esperanza. El mundo vuelve a ser cordial, se hace amable. Desde que Jesús nació en Belén la creación se hace más buena. Podemos cultivar una visión positiva de esta tierra.  
Una consecuencia inmediata de esta verdad es que comenzamos a mirar al mundo con mejores ojos. La creación se recrea al paso de Jesús. Al quedarse en medio nuestro, Jesús lo santifica y le devuelve la belleza perdida por el pecado original del hombre.  Los “gemidos de la creación” seguirán escuchándose hasta la plena libertad de los hijos de Dios, pero ya no serán gemidos de muerte, sino dolores de parto hasta que llegue el cielo nuevo y la tierra nueva que se promete en el Apocalipsis..
Es como si en toda la creación hubiera huellas de lo divino. Las cosas se tornan transparentes y son utilizadas por Jesús para hablarnos del Reino: Dios es el viñador y nosotros los sarmientos; la higuera debe dar fruto y la semilla hay que sembrarla en buen terreno; el Reino se parece a un grano de mostaza, o a la levadura que mezcla la mujer para que surja la masa; el trigo debe sembrarse pero no hay que angustiarse si también crece la cizaña,...
“Él puso su morada en medio nuestro”, quiere compartir lo insignificante para que percibamos lo grande. Él nace pequeño, un niño, en un lugar pequeño -Belén- de una familia desconocida de una ciudad desconocida, de un carpintero y de una mujer del pueblo. Nace en una cueva de Belén mostrándonos que la grandeza de Dios no está en los palacios sino en las carpas de campaña que levantamos como anticipo de la morada del cielo...

Reflexionemos…
1)      ¿Cómo puedo darle sentido, en mi vida personal y social, al hecho de que Jesús se hizo carne?
2)      Trata de descubrir en tu entorno, durante las próximas 24 horas, la presencia de este Dios encarnado.
3)      Contemplado a Jesús “Verbo encarnado”, ¿qué decisión puedo tomar para mi vida personal, familiar, laboral y/o social para el próximo año?

Peticiones, renovación de la Alianza y bendición final.
Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y digámosle:

-      Esperamos alegres tu venida: ven, Señor Jesús.
-      Tú que existes antes de los tiempos: ven y salva a los que viven en el tiempo
-      Tú que creaste el mundo y a quienes en él habitan: ven y restaura tu obra.
-      Tú que no despreciaste nuestra naturaleza mortal: ven y arráncanos del dominio de la muerte.
-      Tú que viniste para que tuviéramos vida abundante: ven y danos vida eterna.
-      Tú que quieres congregar a todos los hombres en tu reino: ven y reúne a cuantos desean contemplar tu rostro.
-      Pedimos por nuestras intenciones personales

  • Pidamos ahora con confianza filial la venida del Reino del Padre: “Padre nuestro…”

  • Renovemos ahora la Alianza con nuestra Madre: “Oh Señora mía… “



domingo, diciembre 21, 2014

Novena Navideña - sexto día



“A todos los que la recibieron les dio el poder de ser hijos de Dios”


Nos contemplas con mirada paternal y nos participas de la felicidad de tu Hijo;
dispones todo cuanto nos acontece, para nuestra eterna salvación.

Cada sufrimiento es un saludo tuyo, que da alas a nuestra alma,
con vigor nos muestra el rumbo y mantiene vivo nuestro esfuerzo.
Renovadamente nos apremia a decidirnos a estar prontos para Cristo
hasta que sólo él viva en nosotros, y en nosotros actúe y nos impulse hacia ti.

Como el girasol se vuelve al sol, que lo regala con abundancia,
Padre, nos volvemos creyentemente hacia ti con el pensamiento y el corazón.

Silencioso y paternal te vemos detrás de cada suceso;
te abrazamos con amor ardiente y con ánimo de sacrificio vamos alegres hacia ti.
(Del Hacia el Padre, 73-77)


Para meditar:

La Navidad es ese espacio interior donde Jesús nace para que nosotros podamos tener el poder de ser hijos del Padre. Se trata de nacer de nuevo, como le decía Jesús a Nicodemo, requisito fundamental para llegar al Reino de Dios (ver Juan 3,3). No es algo que podamos comprar ni exigir, sino puro don y puro regalo.  
La primera actitud que surge de este “poder” es la gratitud y el gozo. Cuánto amor ha tenido el Padre por nosotros para que nosotros seamos hijos que ha enviado a su Hijo al mundo (ver 1 Jn 3.1).
Ser hijo significa:   
  1. Sentirse cobijado en el Padre. Tener esa seguridad que nos quita todo sentimiento de orfandad. Surge así la “confianza existencial”, la certeza de que siempre -en las buenas y en las malas- estaremos protegidos y acompañados por el poder superior y amante de Dios Padre.   
  2. Ser hijo es tener derecho a la herencia: la gracia, poder participar en la Iglesia, en los sacramentos y, más allá, en la vida eterna. En perspectivas más vitales: el derecho a ser felices y santos.  
  3. El hijo es aquél que cuida y trabaja el patrimonio del padre. Ser hijo de Dios es ser protagonista y vocero del amor. Es tener una misión que cumplir. La filiación es un tesoro a cultivar: hacer aquello para lo cual vino Jesús, es decir, instaurar la justicia, la verdad, la paz, y ante todo, el amor. Es un talento que no debería depositarse en la tierra, sino ser trabajado para que dé su fruto en abundancia.  
Ser hijo, en realidad, es parecerse más y más al padre. Ser hijos del Padre es identificarse con Dios Padre, con su bondad, su sabiduría, su misericordia, su amor.
De esa filiación nace la fraternidad, la unidad. Por eso la Navidad es una fiesta de familia y la vivimos en comunión. Al llegar a Belén podemos sentirnos más hermanos, tan pobres y tan ricos, como pobre y rico es el Niño en el pesebre. En verdad, no importa la pobreza del establo, si ese Niño nos habla de un Padre que es tan rico…
El que vive como hijo, vive enamorado y feliz, es generoso con los otros. Puede ser que tenga que subir la cruz y experimentar la muerte, pero sabrá en la confianza filial, que el sentido último de su partida no puede ser otra que la Pascua. La resurrección y el nacimiento se dan la mano. En ambos momentos, se escucha la frase del Padre dirigida a Jesús y en Él a cada uno de nosotros: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puestas mis complacencias”.

Reflexionemos

1. ¿Qué significa para vos la conciencia de ser hijo? No interesa una definición teológica, sino una respuesta existencial y vital.
2. ¿Cuándo experimentaste que podías confiar en Dios Padre como Jesús confió en su Padre?
3. ¿Hay alguna dimensión de las que se menciona en la meditación, que te parece especialmente importante para que la cultives hoy en tu vida?

Peticiones, renovación de la Alianza y bendición final.

·      Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y digámosle:

-    Esperamos alegres tu venida: ven, Señor Jesús.
-    Tú que existes antes de los tiempos: ven y salva a los que viven en el tiempo
-    Tú que creaste el mundo y a quienes en él habitan: ven y restaura tu obra.
-    Tú que no despreciaste nuestra naturaleza mortal: ven y arráncanos del dominio de la muerte.
-    Tú que viniste para que tuviéramos vida abundante: ven y danos vida eterna.
-    Tú que quieres congregar a todos los hombres en tu reino: ven y reúne a cuantos desean contemplar tu rostro.
-    Pedimos por nuestras intenciones personales

·      Pidamos ahora con confianza filial la venida del Reino del Padre: “Padre nuestro…”

·      Renovemos ahora la Alianza con nuestra Madre: “Oh Señora mía… “



sábado, diciembre 20, 2014

Novena Navideña. Quinto día


“Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron “
Así como te preparaste una morada
en tu Madre y Compañera al dar ella su Sí,
has enriquecido mi corazón.
Señor, ahora puedo descansar en tu pecho
según el profundo deseo de mi corazón;
puedo cuidar por tu reino de paz, igual que tu discípulo amado.
Estás enteramente con tu ser en el santuario de mi corazón,
así como reinas en el cielo y habitas glorioso junto al Padre.
En tu mano tienes el cetro, dominas sobre ciudades y campos;
tierra y cielo son tu tienda, eres el Rey del universo.
Te adoro con fe y me ofrezco a ti como instrumento;
nada retengo para mí, tu honra es mi felicidad.

(Del Hacia el Padre, 141,145).


Para meditar…

Jesús tuvo la experiencia del rechazo: “Vino a su casa, a los suyos, y éstos no lo recibieron”. Dios no es de los que empuja la puerta, es de los que llama. Toca primero y pide permiso. Si no le abrimos, sigue su camino; si lo hacemos, se queda, cena con nosotros y nos regala cercanía, alegría y luz.

En el nacimiento de Jesús hubo cuatro tipos de rechazos que son paradigmáticos: ilustran rechazos de antaño y también de hoy.

El Rey Herodes que buscó matar al Niño. “Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo” (Mt. 2,13).

Las personas en Jerusalén. Herodes “se turbó, y toda Jerusalén con él” (Mt. 2,3). “Despreciado y desechado entre los hombres” (Is 53,3).

El dueño de la posada de Belén. Su nombre no está registrado, sólo se nos dice que María acostó al Niño “en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada” (Lucas 2,7). ¿Por qué el dueño del mesón no hizo un pequeño espacio para la mujer que estaba a punto de dar a luz?

Los escribas y “estudiantes” de las Escrituras. Ellos sabían exactamente dónde nacería Jesús. Citaron ante Herodes al profeta Miqueas (5,2) y conocían dónde iba a nacer.

¡Hay tantas personas que no tuvieron y no tienen tampoco hoy lugar para recibir al Niño! Pero “gracias a Dios” hubo también quienes lo recibieron: los pastores y los Magos. Los pastores estaban cuidando sus ovejas esa noche cuando el ángel les dijo:

“Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Esto les servirá de señal: Hallarán al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.” (Lc 2,11-13). Ellos no perdieron el tiempo. Inmediatamente, buscaron a Jesús. La Biblia dice: “Vinieron, pues, apresuradamente” (Lc 2,16).

También los Magos del Oriente lo encontraron. Viajaron grandes distancias y pasaron muchas adversidades y engaños. Pero “al entrar…vieron al niño, y postrándose, lo adoraron” (Mt 2,11).

La Navidad es la fiesta donde le podemos dar la bienvenida al mundo y mirándolo a la cara, aceptarlo plenamente. Jesús no nos pide ni exige nada. Sólo quiere ser un huésped. Basta tomarlo en nuestros brazos y besarlo con cariño.

Aunque nos hayamos apartado, él vuelve en Navidad y golpea de nuevo nuestra casa interior. “Perdí mi corazón por el camino polvoriento del mundo; pero tú lo tomaste en tu mano. Se esparcieron todos mis deseos, tú los recogiste y los fuiste enhebrando en el hilo de tu amor. Vagaba yo de puerta en puerta y a cada paso me acercaba más a tu portal” (R. Tagore). Jesús es el portal de Dios.

Reflexionemos

1. ¿Tenemos la sensación de que el mundo “no lo recibe” a Jesús? ¿Cuándo?
2. ¿Qué experiencias tenemos de haber recibido a Jesús? ¿Cómo se dio? ¿Qué sentimos?
3. ¿Qué rol ha jugado la Virgen en tu vida en este proceso de aceptar a Jesús?

Peticiones, renovación de la Alianza y bendición final.

Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y digámosle:

  • Esperamos alegres tu venida: ven, Señor Jesús.
  • Tú que existes antes de los tiempos: ven y salva a los que viven en el tiempo
  • Tú que creaste el mundo y a quienes en él habitan: ven y restaura tu obra. 
  • Tú que no despreciaste nuestra naturaleza mortal: ven y arráncanos del dominio de la muerte.
  • Tú que viniste para que tuviéramos vida abundante: ven y danos vida eterna.
  • Tú que quieres congregar a todos los hombres en tu reino: ven y reúne a cuantos desean contemplar tu rostro.
Pedimos por nuestras intenciones personales

Pidamos ahora con confianza filial la venida del Reino del Padre: “Padre nuestro…”
Renovemos ahora la Alianza con nuestra Madre: “Oh Señora mía…"

viernes, diciembre 19, 2014

Novena Navideña - Cuarto día


“El no era la luz, sino el testigo de la luz”


Tu santuario es nuestro Nazaret
donde el Sol de Cristo irradia su calor.
Con su luz clara y transparente da forma a la historia
de la Sagrada Familia, y, en la venturosa unión familiar,
suscita una santidad cotidiana fuerte y silenciosa.
Para bendición de tiempos desarraigados,
en este Nazaret Dios trae salvación a las familias.
Allí donde los hombres se consagran a Schoenstatt,
él quiere regalar con clemencia santidad de la vida diaria.
Haz que Cristo brille en nosotros con mayor claridad;
Madre, únenos en comunidad santa;
danos constante prontitud para el sacrificio,
así como nos lo exige nuestra santa misión. Amén.
 (Del Hacia el Padre, 191,194).


Para meditar…

En el tiempo del Adviento, cerca de la Navidad, la liturgia nos invita a mirar a esta persona tan especial que es Juan Bautista, meditar su vida, sus palabras, su enseñanza. 
Si él viviese en nuestro tiempo, habría escrito un sugerente artículo: “El Mesías ya ha llegado, está en medio de ustedes, pero ustedes no lo conocen”. Lo hubiera firmado: “el Precursor”. Los medios habrían recurrido a él para saber de quién se trata.
Juan no pasaba desapercibido: se vestía con piel de camello, se alimentaba austeramente y tenía una voz que parecía un trueno. Su luz, su presencia y su lenguaje, atraía a mucha gente hacia el Jordán. Los cuatro evangelistas nos hablan de él y en el Prólogo de San Juan se afirma que “Hubo un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan. Éste venía como testigo para dar testimonio de la luz… Él no era él la luz, sino testigo de la luz”.
Esta frase describe la misión de Juan Bautista: anunciar, decirle a la gente que no había tiempo que perder, que había que ir al encuentro de Aquél, el “esperado de las naciones”, el Mesías y Redentor.
Un día los judíos enviaron emisarios a Juan para preguntarle por su identidad: “¿Eres tú el Mesías, o Elías, o un profeta?”. Su respuesta no dio pie a malentendidos: no soy el Mesías, ni Elías, ni un profeta. Soy sólo una voz que clama en el desierto y anuncia la llegada del Señor. Hay que prepararse para recibirlo, hay que allanar los senderos y rellenar las colinas.
La misión del Bautista es también hoy nuestra misión: ser testigos de Jesús, iluminar el camino que conduce a Él.
            En estos días previos al nacimiento queremos asumir el legado del Bautista: ponernos en camino con el corazón limpio y puro, con la actitud de los pastores,  necesitados de la protección y el cariño de su Dios.
            ¿Cómo hacerlo? Hay que acercarse a Jesús con el corazón de Juan: coherente, sincero, vaciado de sí mismo, humilde y hambriento de Dios. Su estrella palidece mientras irrumpe el sol de Jesús.
            El mensaje del Bautista nos impele a ser nosotros también testigos de Jesús. En estos días previos a la Navidad, llevemos a las personas con quienes estamos en contacto la buena noticia que el Bautismo anticipaba. Hay Alguien que vino, que viene y que vendrá: es la Alianza de Dios con los hombres. ¡Hay que recibirlo!

Reflexionemos…

1)     La misión de Juan Bautista nos toca realizarla hoy a nosotros. ¿Cómo la podemos concretar?
2)     ¿Cómo preparar el camino? ¿Será venciendo el egoísmo, perdonando a quien no hemos perdonado, siendo generoso, buscando un momento al día para hacer oración, viviendo con alegría los contratiempos… ¿Cuáles de estas acciones me llevan a preparar el camino? ¿O qué otras formas tengo para hacerlo?
3)     ¿Cómo interpretar la frase de Benedicto XVI: “¡No tengan miedo de Cristo! El no quita nada y lo da todo”?

 Peticiones, renovación de la Alianza y bendición final.
Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y digámosle:

-      Esperamos alegres tu venida: ven, Señor Jesús.
-      Tú que existes antes de los tiempos: ven y salva a los que viven en el tiempo
-      Tú que creaste el mundo y a quienes en él habitan: ven y restaura tu obra.
-      Tú que no despreciaste nuestra naturaleza mortal: ven y arráncanos del dominio de la muerte.
-      Tú que viniste para que tuviéramos vida abundante: ven y danos vida eterna.
-      Tú que quieres congregar a todos los hombres en tu reino: ven y reúne a cuantos desean contemplar tu rostro.
-      Pedimos por nuestras intenciones personales

  • Pidamos ahora con confianza filial la venida del Reino del Padre: “Padre nuestro…”

  • Renovemos ahora la Alianza con nuestra Madre: “Oh Señora mía… “