Llamados a
ser apóstoles
Padre Nicolás Schwizer
N° 162 – 01 de noviembre de 2014
La santificación es el fundamento del apostolado. El grado de
autosantificación debe corresponder al grado de la actividad apostólica y
viceversa. Entonces, “aquel que quiere
ser apóstol hasta las raíces, ha de alcanzar el grado más alto posible de
autosantificación” (Principios Generales, pág. 91). Y este es el caso de
los miembros de Schoenstatt.
Pero no se trata solamente de educarnos y
santificarnos para el apostolado universal, sino también de educarnos y
santificarnos a través del apostolado. Es decir: el apostolado es también un medio
poderoso en el camino hacia la santidad. En conclusión podemos decir que el
mejor apóstol y el mejor preparado para el apostolado, es el más santo.
Como miembros de Schoenstatt, todos estamos
llamados a ser apóstoles y a tener un espíritu marcadamente apostólico. Es
nuestra vocación al apostolado universal.
En el año 1928, el Padre dio una definición
del hombre apostólico. Decía: “El apóstol
es un hombre que, partiendo de una profunda vinculación a Dios, se empeña
permanentemente y con todos los medios, por la salvación de las almas
inmortales” (Principios Generales, pág. 86).
Dios, fuente de
nuestro apostolado
En esta definición hay algo esencial para el
apostolado cristiano y schoenstattiano: la vinculación con Dios. Todo
apostolado debe tener su fuente en el amor a Dios. El amor al prójimo debe
encenderse en el amor a Dios, es proyección, es prolongación del amor a Dios.
Esto me recuerda un suceso que he leído alguna vez: El
abad Pierre, famoso sacerdote francés, que había fundado una
organización para ayudar a los más pobres - los traperos de Emaús - visitó la
Argentina en los años 60. Y sucedió que viajando desde Buenos Aires a
Montevideo se hundió su barco en un gran accidente. Él consiguió salvarse
porque una señora le tendió un palo que flotaba, y permaneció así unas horas a
la deriva. Al día siguiente, los periodistas le preguntaron que había pensado
ante la inminente posibilidad de la muerte:
“Miren - les dijo - yo creo haber pasado mi vida con una mano
tendida hacia los demás y yo estaba seguro que teniendo una mano tendida a los
demás, la otra mano me la sostenía Dios”.
Me parece una respuesta maravillosa de parte de
uno de los grandes apóstoles de nuestro tiempo. Y a la vez es como un
símbolo de lo que estamos hablando: el verdadero apóstol tiene una mano
tendida hacia Dios y la otra hacia los hermanos.
Debemos preguntarnos si la fuente de nuestro
apostolado es realmente Dios. O si hacemos apostolado más bien por una
tendencia natural a la actividad, o por un afán de lucir, o tal vez por puro
activismo. En tales casos estaríamos construyendo sobre arena, y no sobre
fundamento firme.
La salvación de las almas
inmortales
El apóstol se empeña por la salvación de las almas
inmortales. Este celo por las almas caracterizaba a los grandes
apóstoles de todos los tiempos. San Ignacio decía: “Si pudiera morir mil veces al día, moriría con gusto por salvar una
sola alma”. Y también su gran discípulo, San Francisco Javier, cuando una
vez bautizó a un niño moribundo, comentaba: “Esto
ya me recompensa del largo y penoso viaje que tuve que hacer para llegar a las
Indias”. Santa Catalina de Siena, que por su actividad apostólica hizo un bien
extraordinario para el Reino de Dios, decía de sí misma: “Mi naturaleza es de fuego”.
Eso me recuerda unas palabras que el Padre solía
decirnos en este contexto: “Con un pedazo
de hielo no es posible hacer fuego”. ¿Llevamos nosotros un fuego adentro que
quiere encender a otros corazones? El Padre Kentenich tenía, sin duda,
esta naturaleza de fuego. Una vez aseguraba: “Durante toda mi vida me ha guiado un único gran ideal: Dios y las
almas. Todo lo demás es secundario para mí, es subordinado consecuentemente a
esta única gran idea de mi vida…Día y noche - así se puede decir con razón - he
vivido y trabajado en mi taller secreto exclusivamente para las almas…”
Preguntas para
la reflexión
1. ¿Soy una persona apostólica?
2. ¿Puedo enumerar mis apostolados?
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escriba a: pn.reflexiones@gmail.com