martes, febrero 21, 2012

CUARESMA 2012

Querida Federación de Madres:
   En pocos días, el miércoles de cenizas dará  comienzo al tiempo de cuaresma,  tiempo de acompañar a Jesús rumbo a la cruz. No se trata de estar tristes ni de perder la alegría sino por el contrario es un tiempo de esperanza, de encuentro con el Señor de  la vida por medio del silencio y la oración

   En este tiempo acompañamos a Cristo Jesús, camino al calvario para encontrarnos al final con la Resurrección.
¿Con qué actitudes vivimos esta cuaresma?
·         Queremos dejar que Cristo actúe en nosotras, preparar y abrir nuestro corazón para que el  Espíritu Santo obre en nosotras  y nos transforme. El Padre y Fundador de nuestra familia, nos dejó su ejemplo en el reconocimiento de  Dios en la vida de los hombres y la libertad y dignidad humanas.  

·         Queremos vivir la alegría, una alegría serena en el sufrimiento, en la cruz, en las  dificultades y en los problemas, una alegría que no se pierde cuando las cosas no son como queremos sino que nace de la esperanza, de la confianza filial  y de la fidelidad.

·         Queremos escuchar y descubrir la voluntad de Dios, vivir profundamente anclados en Dios, para poder ser capaces de sacrificarnos y esforzarnos.  La vida del P. Kentenich estuvo marcada con experiencias de  cruz, con su ejemplo nos invita   a ser audaces para abrazar el querer de Dios, aunque sus deseos se presentan entre luces y sombras. Para ello es fundamental pedir la gracia y el Espíritu ya que no somos capaces de decir sí sin la ayuda de la gracia, hace falta que el Espíritu de Dios nos transforme, habite en nosotros y nos libere de nuestras ataduras. Debemos descubrir lo que Dios quiere para nosotras, descubrir sus planes.

 Cuaresma, tiempo constante de invitación a la conversión, a ser plenamente santos, absolutamente santos. Estamos llamados a ser santos, a convertirnos, a realizar una transformación absoluta de nuestro ser.
   María, Madre y Educadora, es nuestra aliada para  transformarnos, para convertirnos, para ser santas.  María es puente hacia Dios Padre.

   Estamos transitando rumbo al 2014, el año del Santuario, la Mater que selló una Alianza de Amor con cada una de nosotras, quiere ayudarnos  a ser mujeres nuevas capaces de transformar el mundo. Desde 1914, la “capillita” se convirtió en un lugar de gracias, de peregrinación donde muchos experimentaron a María como Madre y Educadora. Desde allí la Mater nos enseña a aceptar  las pruebas como una oportunidad para santificar nuestra vida diaria.

   Queridas madres, aprovechemos este tiempo de gracias  para que Cristo Jesús viva en nosotras, para vivir con alegría y en plenitud los planes del Dios Padre. Fiel a la Alianza de Amor desde el Santuario la Mater nos educa y regala las gracias necesarias para cumplir con nuestra misión.
   Desde el Santuario reciban un inmenso saludo y bendiciones
La Plata Febrero 2012.
Matilde C. Di Battista de Giménez
Federación de Madres - Jefa Territorial

domingo, febrero 19, 2012

Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2012
El papa anima al estímulo mutuo en la caridad y las obras buenas
Texto del Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2012, sobre el tema «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras».
Ciudad del Vaticano, martes 7 febrero 2012


«Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras»(Hb 10, 24)
Queridos hermanos y hermanas
La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, éste es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.
Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza valiosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.

1. "Fijémonos": la responsabilidad para con el hermano.
El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse ajenos, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado recíproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. Enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).
La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico Epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf.Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.
El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein— es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecuan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.

2. "Los unos en los otros": el don de la reciprocidad.
Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.
Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).

3. "Para estímulo de la caridad y las buenas obras": caminar juntos en la santidad.
Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.
Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).
Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.
Vaticano, 3 de noviembre de 2011

sábado, febrero 18, 2012

Carta de Alianza                                       
Febrero 2012
Queridos hermanos en la Alianza:

Muchos peregrinos, cuando llegan al Santuario de Schoenstatt, preguntan si la Virgen se apareció alguna vez allí como ha sucedido en otros lugares santos, por ejemplo, Lourdes o Fátima. No, en Schoenstatt no hubo ninguna aparición de la Madre de Dios. Pero ciertamente Ella se manifestó y se manifiesta claramente en ese pequeño Santuario regalando a todos los peregrinos abundantes gracias de Dios. Se cumple así aquello que dijo el Padre Kentenich el 18 de octubre de 1914: "Todos los que acudan acá para orar deben experimentar la gloria de María”. Allí donde está la Virgen María surge la vida, brilla la esperanza y la paz. Y, como toda buena madre, lo hace siempre en favor de todos sus hijos, preocupándose de manera particular de aquellos que más sufren, de los más necesitados, de los más débiles.

Hace unos años una mujer me contó que aquejada por un gran problema familiar se acercó al Santuario de Ntra. Sra. de Schoenstatt. En su desesperación ella sólo encontraba un poco de tranquilidad yendo al Santuario, estando una y otra vez junto a su “Madrecita”. De a poco fue calmándose su desconsuelo, fue encontrando nuevas perspectivas a su situación y así pudo encarar decisiones. El problema no cambió pero ella sí había cambiado frente al problema, tenía fuerza de vida. Su relato era más que meras palabras, era un testimonio de fe viva en la acción de María en el Santuario.

Hay muchos y diversos Santuarios marianos en el mundo y múltiples son las gracias que María concede en ellos. El P. Kentenich decía que “María quiere ofrecernos aquí (en el Santuario) un hogar espiritual, un terruño, una patria. (Stuttgart, 1940)

El Padre Kentenich, con una profética percepción de los problemas de la época, detectó que estábamos ante un cambio radical del mundo y en el centro de la problemática está el hombre. Percibió el enorme desarraigo y orfandad existencial así como un creciente proceso de masificación y “cosificación” del hombre. Veía la peligrosa suplantación de valores culturales y religiosos por un ateísmo práctico. El P. Kentenich decía que estos nuevos tiempos requerían un nuevo tipo de personalidad que diera respuestas nuevas a estos problemas y afirmaba que esta renovación desde el alma del hombre sólo la puede realizar la Virgen María, Madre y Educadora del hombre nuevo en Cristo.

Esa fue la experiencia personal del P. Kentenich el 18 de octubre de 1914. Ese día, en la antigua capillita, él y un grupo de jóvenes sellaron una Alianza de Amor con la Sma. Virgen, donde les dijo:¿Acaso no sería posible que la capillita de nuestra Congregación al mismo tiempo llegue a ser nuestro Tabor, donde se manifieste la gloria de María? Sin duda alguna no podríamos realizar una acción apostólica más grande, ni dejar a nuestros sucesores una herencia más preciosa que inducir a nuestra Señora y Soberana a que erija aquí su trono de manera especial, que reparta sus tesoros y obre milagros de gracia”.
Pocos meses antes había comenzado la gran guerra en Europa y si bien la propaganda fomentaba la euforia bélica, en el corazón de esos jóvenes, sus familias y la mayoría del pueblo había incertidumbre y desconsuelo. ¿Qué hacer por esos jóvenes que pronto serían llamados al frente de batalla? ¿Cómo ayudarlos a mantenerse fuertes en la fe y en los ideales de santidad en medio de la guerra?

Por aquella Alianza de Amor que sellaron los jóvenes con la Sma. Virgen, por aquella entrega de amor filial, confiado y heroico, María tomó posesión de la Capillita y esta se convirtió en su Santuario. Para los jóvenes el Santuario fue un hogar y una escuela de renovación y santidad. Decía el P. Kentenich: “No se trata de un lugar de gracias en el sentido común del término, sino que desde el principio se trató de un lugar de gracias para las almas, por así decirlo; no principalmente de curaciones de enfermedades ni cosas por el estilo, sino de gracias especiales para la renovación de las almas y para la renovación del mundo. En resumen: nuestra Madre del cielo escogió la capillita como su especial lugar de gracias, para emprender o realizar desde aquí una parte de la renovación del mundo, y hacer de nosotros sus instrumentos en ese emprendimiento”.

Queridos hermanos, gracias a Dios nuestra realidad no es la guerra, pero Argentina está marcada por grandes problemas que son nuestro desafío hoy: el respeto a la vida humana, la paz social, el desarrollo equitativo, el pan y el trabajo en cada hogar, la educación, la salud… Hoy también María nos pide dar frutos de santidad personal y de renovación social en Cristo. Se trata de nuestra Alianza vivida fiel y creativamente, que madure y dé frutos en la vida diaria, que se traduzca en gestos, palabras y actitudes como el diálogo, el encuentro, la cordialidad, el respeto, el perdón y la reconciliación, la fuerza para crecer y amar. Para un cambio tan profundo el Santuario sigue siendo, hoy como ayer, el lugar privilegiado donde María educa y gesta esa nueva cultura, la cultura de Alianza.

Desde el Santuario les mando un cordial saludo y bendición,

P. José Javier Arteaga

¡SANTUARIO VIVO, HOGAR PARA EL MUNDO!

P.D. El 20 de enero pasado el Santuario de Nuevo Schoenstatt, en Florencio Varela, cumplió 60 años y el próximo 19 de marzo se cumplen 60 años de la colocación del Símbolo de Dios Padre. El domingo 18 de marzo están todos invitados a celebrar y agradecer por el gran regalo del Santuario – presencia de Dios y de María en medio nuestro. (Ver abajo el programa del día).


FIESTA DE LA FAMILIA DEL PADRE

18 DE MARZO DE 2012

SANTUARIO DEL PADRE

60 AÑOS DEL SANTUARIO - 60 AÑOS DE LA COLOCACIÓN DEL SIMBOLO DEL PADRE

PROGRAMA

10:15  BIENVENIDA A LAS DELEGACIONES – Santuario del Padre
11:00  APERTURA- Iglesia de Dios Padre
12:00  SANTA MISA-Iglesia de Dios Padre
          ACTO DE COMPROMISO CON EL PADRE- Santuario del Padre
13:45  ALMUERZO
15:00  PROGRAMAS ALTERNATIVOS
           Actividades para los niños en el Altar de Peregrinos
          Huellas del Padre – Punto de encuentro: Puerta Solaz de María
            Rosario iluminado- Iglesia de Dios Padre
          Visitas guiadas- Punto de encuentro: Camino de pinos
          Video sobre la historia y la misión del Santuario- Cripta Iglesia de Dios Padre

16:15  Bendición Sacramental – Iglesia de Dios Padre
17:00  Santa Misa – Iglesia de Dios Padre

Huellas del Padre y las visitas guiadas se ofrecerán también al inicio del día.

TEMAS PRÁCTICOS:

ü  TRAER:  símbolos del Padre de nuestros hogares y los capitalarios de color amarillo en cuyo interior dice:  60 años- 60 regalos. Los capitalarios están en la web de Nuevo Schoenstatt.

ü   Habrá venta de comidas y bebidas. También se puede traer el almuerzo a la canasta. Se podrán alquilar sillas como forma de colaborar para la fiesta ( 2 pesos por persona)

ü  Para que todos disfrutemos este día de familia les pedimos a los grupos y comunidades que se registren informando el número de personas que participarán. Los datos que se precisan son: Nombre del responsable del grupo- Hora de llegada y partida-
Número de personas. Llamar al 4255 2229 o al mail: ffp180312@gmail.com

En la web de Nuevo Schoenstatt habrá información actualizada www.nuevoschoenstatt.org.ar

miércoles, febrero 15, 2012

Crecer en la vinculación a Dios Padre
 
Padre Nicolás Schwizer
Nº 125 – 15 de febrero de 2012

Existe una propuesta del Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, para crecer en nuestra cercanía y vinculación al Padre. Él la llama: caminar en la presencia de Dios. Consiste en tres actos sencillos: “mirar frecuentemente a Dios con ojos de fe; conversar a menudo con Dios con amor filial; ofrecer con frecuencia sacrificios a Dios”.

Y agrega: Si quieren saber por qué no llegan a una vinculación profunda con Dios, sólo tienen que preguntarse: ¿Cuál o cuáles de estos tres elementos no estoy viviendo?

1. Mirar frecuentemente al Padre con ojos de fe. Ahora, ¿cómo puedo hacerlo, a pesar de mis actividades? Recordemos el tiempo de nuestro noviazgo. Es evidente, cuando dos se quieren, se recuerdan y se comunican mutuamente. De esa experiencia tengo que aprender para cultivar mi amor a Dios. Lo que hice en aquel tiempo de modo espontáneo, ahora tengo que aprenderlo a través del ejercicio. Debo entrenarme mirando al Padre varias veces al día. Sin ese esfuerzo nunca llegaré a una relación más personal con Él.

En concreto, debería aprovechar mejor mis momentos de oración, de lectura espiritual y de meditación para que sean realmente encuentros de persona a persona con Dios.

2. Conversar a menudo con el Padre con amor filial. ¿Cómo puedo conversar a menudo con el Padre? A muchos nos cuesta todavía rezar, entrar en un diálogo profundo y personal con Él.

Sin embargo, la oración es absolutamente necesaria, porque es la respiración del alma; sin ella no podemos sobrevivir. Cada momento de oración debe acrecentar en nosotros el amor a Dios, la entrega amorosa al Padre Dios.

Tengo que aprender a dialogar con Dios Padre sobre las cosas diarias de mi vida. El Padre Kentenich opina que seríamos más serenos interiormente y más sanos psíquicamente, si nuestros problemas diarios los lleváramos a Dios, los conversáramos con Él, si reflexionáramos sobre los encuentros diarios con Dios.

Creo que en todo eso debemos buscar un trato más cercano, más espontáneo, más sencillo y filial con Dios Padre.

El ideal al que debemos aspirar es rezar no sólo frecuentemente, sino rezar siempre. Lo dice también San Pablo: “Orad sin cesar” (1 Tes 5, 17). ¿Qué se entiende por ello? Es la disponibilidad del corazón de no negar nunca nada a Dios: una apertura permanente para sus deseos, una actitud de responderle siempre que sí, una disposición interior de adorar la voluntad del Padre en cada circunstancia.

Es la experiencia misteriosa de que no estoy nunca solo, porque Dios está siempre conmigo y en mí. Ese contacto permanente con el Padre supone que mi alma está captada por Dios hasta el subconsciente. Eso sólo es posible si el Espíritu Santo nos regala sus dones.

3. Ofrecer con frecuencia sacrificios al Padre.

Si quiero aprender a vivir en la presencia de Dios, entonces es evidente que debo también ofrecerle sacrificios. Con mi naturaleza humana tan frágil y limitada, no puedo pretender llegar a una vinculación llena de amor, sin un espíritu de mortificación heroica. Bajo el orden del pecado y de la cruz no existe el amor sin sacrificio.

¿Y qué es lo que podría ofrecerle? Cosas de la vida diaria. P. ej. los sacrificios que aseguran la educación de mi temperamento o carácter; el sacrificio que significa para muchos de nosotros, nuestro trabajo profesional ejemplar; nuestra lucha por llevar adelante con altura el matrimonio y la familia…

Preguntas para la reflexión

1.      ¿Tengo momentos de encuentro con Dios?
2.      ¿Le cuento mis alegrías y penas?
3.      ¿Me cuesta hacer sacrificios y ofrecerlos a Dios?

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miércoles, febrero 01, 2012

Los leprosos


Padre Nicolás Schwizer
N° 124 – 01 de febrero de 2012 

En el Nuevo Testamento se habla de la curación de leprosos. La lepra era (y sigue siendo) una enfermedad espantosa, porque excluía de la comunión con el pueblo de Dios. El leproso, además de ser un “castigo de Dios”, era un enfermo del que había que huir, en nombre de la ley y de la higiene.

 El libro Levítico nos presenta una parte significativa de las minuciosas disposiciones contenidas, con el propósito de evitar cualquier contacto con el leproso. Tiene que vivir fuera del campamento y, después, fuera de la ciudad.

 La lepra era la imagen más apropiada de todo lo que es “impuro”, tanto desde el punto de vista moral como religioso. La relación con un leproso “ensuciaba”, lo mismo que el contacto con un cadáver. Por eso, se le consideraba como un muerto. Y una curación se tomaba como una verdadera resurrección.

 Es triste constatar como en una comunidad se toma casi siempre el camino más fácil del rechazo frente al elemento extraño que molesta, crea problemas, representa una amenaza para la tranquilidad ‑ en vez de responder con amor y confianza, y elegir la vía del diálogo y de la paciencia.

El esquema disciplinario con mucha frecuencia resulta mucho más desarrollado y sofisticado, que el código de la misericordia y del perdón evangélico. La legalidad cuenta más que la fraternidad y hasta que la humanidad.

 Entre todas las imposiciones, la más cruel era la que obligaba al leproso a “proclamar” su impureza: “Andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro!”. Tiene el deber de advertir a los otros su peligrosidad social, ponerlos en guardia contra la propia persona “infectada”, a invitarlos a permanecer a distancia.

 Se trata de un mecanismo perfecto, para que el pobre desgraciado se dé cuenta de que está enfermo por una culpa personal.


A esta lógica del egoísmo se opone la lógica de Jesús. No le recomienda al leproso “es justo que aceptes la condición deshonrosa por razones de salud pública y por la salvación del alma”.

Sino que le dice: “Quiero, queda limpio”. No le exhorta “ten paciencia, aguanta”, sino que le hace entender: no acepto, no puedo soportar que te sigan tratando de esta manera, que aguantes esta vergonzosa discriminación.

Jesús desafía al contagio, no evita el contacto con el impuro. No duda en infringir el reglamento, romper el cordón sanitario, hacer saltar los mecanismos de exclusión.
En todo el Evangelio, Jesús aparece como uno que suprime las fronteras, tira los muros de separación, salta por encima de los prejuicios, no acepta las discriminaciones raciales o religiosas. A los ojos de Cristo solamente existe el hombre sin adjetivos, con quien entablar una relación, una amistad, un intercambio.

 ¿Y nosotros? Si tuviéramos el coraje de mirar a la cara la realidad, caeríamos en la cuenta de que quizás son muchos los “leprosos” que mantenemos a distancia.

Nos cuesta aceptar y acoger los “leprosos” que están a nuestro lado, los que nosotros “convertimos” en leprosos. Los que no comparten nuestras ideas, los que no nos son simpáticos, se muestran aburridos o inoportunos, nos fastidian con sus problemas, nos molestan con sus miserias, no respetan nuestros programas, nos interrumpen poniendo en discusión nuestra comodidad y nuestros privilegios.

 ¿Cómo tratamos a los demás? Pidámosle a Jesús que nos regale la gracia de abrir más nuestro corazón a los hermanos que se acercan y que necesitan de nuestro apoyo, comprensión y amor.

 Preguntas para la reflexión

1. ¿No será que también defendemos nuestro campamento privado?
2. ¿Tenemos a algunos, fuera de nuestra tienda?
3. ¿Cómo trato a los “distintos”?

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Fechas importantes febrero 2012

02 Presentación del Señor y Ntra. Sra. de la Candelaria
03 San Blas






06 Nacimiento Hna. M.Emilie Engel (1893-1955)









11 Nuestra Señora de Lourdes
18 Día de Alianza
18 Santa Bernardita
22 Miércoles de Ceniza (ayuno y abstinencia)
26 Primer domingo de Cuaresma