viernes, febrero 23, 2007

Mensaje del papa Benedicto XVI para la Cuaresma 2007

Ciudad del Vaticano, 13 Feb. 07 (AICA)
En la Oficina de Prensa de la Santa Sede se presentó hoy el Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2007, cuyo texto, fechado el 21 de noviembre de 2006, lleva por título un versículo del evangelio de San Juan: “Mirarán al que traspasaron”. La presentación del mensaje estuvo a cargo del presidente del Consejo Pontificio “Cor Unum”, monseñor Paul Josef Cordes.

Texto del mensaje
"Mirarán al que traspasaron" (Jn 19,37). Éste es el tema bíblico que guía este año nuestra reflexión cuaresmal. La Cuaresma es un tiempo propicio para aprender a permanecer con María y Juan, el discípulo predilecto, junto a Aquel que en la Cruz consuma el sacrificio de su vida para toda la humanidad. Por tanto, con una atención más viva, dirijamos nuestra mirada, en este tiempo de penitencia y de oración, a Cristo crucificado que, muriendo en el Calvario, nos ha revelado plenamente el amor de Dios. En la Encíclica "Deus caritas est" he tratado con detenimiento el tema del amor, destacando sus dos formas fundamentales: el agapé y el eros.

"El término agapé, que aparece muchas veces en el Nuevo Testamento, indica el amor oblativo de quien busca exclusivamente el bien del otro; la palabra eros denota, en cambio, el amor de quien desea poseer lo que le falta y anhela la unión con el amado. El amor con el que Dios nos envuelve es sin duda agapé. En efecto, ¿acaso puede el hombre dar a Dios algo bueno que Él no posea ya? Todo lo que la criatura humana es y tiene es don divino: por tanto, es la criatura la que tiene necesidad de Dios en todo. Pero el amor de Dios es también eros. En el Antiguo Testamento el Creador del universo muestra hacia el pueblo que ha elegido una predilección que trasciende toda motivación humana. El profeta Oseas expresa esta pasión divina con imágenes audaces como la del amor de un hombre por una mujer adúltera; Ezequiel, por su parte, hablando de la relación de Dios con el pueblo de Israel, no tiene miedo de usar un lenguaje ardiente y apasionado. Estos textos bíblicos indican que el eros forma parte del corazón de Dios: el Todopoderoso espera el "sí" de sus criaturas como un joven esposo el de su esposa. Desgraciadamente, desde sus orígenes la humanidad, seducida por las mentiras del Maligno, se ha cerrado al amor de Dios, con la ilusión de una autosuficiencia que es imposible. Replegándose en sí mismo, Adán se alejó de la fuente de la vida que es Dios mismo, y se convirtió en el primero de "los que, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud". Dios, sin embargo, no se dio por vencido, es más, el "no" del hombre fue como el empujón decisivo que le indujo a manifestar su amor en toda su fuerza redentora.

"En el misterio de la Cruz se revela enteramente el poder irrefrenable de la misericordia del Padre celeste. Para reconquistar el amor de su criatura, Él aceptó pagar un precio muy alto: la sangre de su Hijo Unigénito. La muerte, que para el primer Adán era signo extremo de soledad y de impotencia, se transformó de este modo en el acto supremo de amor y de libertad del nuevo Adán. Bien podemos entonces afirmar, con san Máximo el Confesor, que Cristo "murió, si así puede decirse, divinamente, porque murió libremente". En la Cruz se manifiesta el eros de Dios por nosotros. Efectivamente, eros es -como expresa Pseudo-Dionisio Areopagita- esa fuerza "que hace que los amantes no lo sean de sí mismos, sino de aquellos a los que aman". ¿Qué mayor "eros loco" que el que trajo el Hijo de Dios al unirse a nosotros hasta tal punto que sufrió las consecuencias de nuestros delitos como si fueran propias?".

"Queridos hermanos y hermanas, ¡miremos a Cristo traspasado en la Cruz! Él es la revelación más impresionante del amor de Dios, un amor en el que eros y agapé, lejos de contraponerse, se iluminan mutuamente. En la Cruz Dios mismo mendiga el amor de su criatura: Él tiene sed del amor de cada uno de nosotros. El apóstol Tomás reconoció a Jesús como "Señor y Dios" cuando puso la mano en la herida de su costado. No es de extrañar que, entre los santos, muchos hayan encontrado en el Corazón de Jesús la expresión más conmovedora de este misterio de amor. Se podría incluso decir que la revelación del eros de Dios hacia el hombre es, en realidad, la expresión suprema de su agapé. En verdad, sólo el amor en el que se unen el don gratuito de uno mismo y el deseo apasionado de reciprocidad infunde un gozo tan intenso que convierte en leves incluso los sacrificios más duros. Jesús dijo: "Yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí". La respuesta que el Señor desea ardientemente de nosotros es ante todo que aceptemos su amor y nos dejemos atraer por Él. Aceptar su amor, sin embargo, no es suficiente. Hay que corresponder a ese amor y luego comprometerse a comunicarlo a los demás: Cristo "me atrae hacia sí" para unirse a mí, para que aprenda a amar a los hermanos con su mismo amor.

"Mirarán al que traspasaron". ¡Miremos con confianza el costado traspasado de Jesús, del que salió "sangre y agua"! Los Padres de la Iglesia consideraron estos elementos como símbolos de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. Con el agua del Bautismo, gracias a la acción del Espíritu Santo, se nos revela la intimidad del amor trinitario. En el camino cuaresmal, haciendo memoria de nuestro Bautismo, se nos exhorta a salir de nosotros mismos para abrirnos, con un confiado abandono, al abrazo misericordioso del Padre. La sangre, símbolo del amor del Buen Pastor, llega a nosotros especialmente en el misterio eucarístico: "La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús... nos implicamos en la dinámica de su entrega". Vivamos, pues, la Cuaresma como un tiempo "eucarístico", en el que, aceptando el amor de Jesús, aprendamos a difundirlo a nuestro alrededor con cada gesto y palabra. De ese modo contemplar "al que traspasaron" nos llevará a abrir el corazón a los demás reconociendo las heridas infligidas a la dignidad del ser humano; nos llevará, particularmente, a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona y a aliviar los dramas de la soledad y del abandono de muchas personas. Que la Cuaresma sea para todos los cristianos una experiencia renovada del amor de Dios que se nos ha dado en Cristo, amor que por nuestra parte cada día debemos "volver a dar" al prójimo, especialmente al que sufre y al necesitado. Sólo así podremos participar plenamente de la alegría de la Pascua. Que María, la Madre del Amor Hermoso, nos guíe en este itinerario cuaresmal, camino de auténtica conversión al amor de Cristo. A vosotros, queridos hermanos y hermanas, os deseo un provechoso camino cuaresmal y, con afecto, os envío a todos una especial Bendición Apostólica".
Benedicto XVI

domingo, febrero 18, 2007

Carta Cuaresma



Día de Alianza, 18 de Febrero 2007

Queridas madres de Federación:

Increíble! Un nuevo año comenzó y ya estamos en el segundo mes. Y como pasa tan rápido el tiempo, también pronto comenzará la Cuaresma. El próximo 21, Miércoles de Ceniza –día de ayuno y abstinencia- se inicia este tiempo fuerte que nos regala la liturgia.

Lo primero que me viene a la mente es preguntarme: ¿hay un antes y un después desde la última Cuaresma? No pretendamos un cambio rotundo, pasar del día a la noche a ser otra persona, pero sí, pequeños actos y actitudes de conversión.

¿Qué es lo que me impulsa a cambiar, a ser mejor? Pienso que lo más importante es el hecho de sentirme amada por un Dios que es Padre, que es amor y misericordia, que me eligió y me llamó por mi nombre, como lo hizo con los apóstoles. Dios me llamó por mi nombre de pila, pero también con un nombre íntimo, que es mi ideal personal y Él quiere que lo conquiste.

Recordemos cuando eligió a Pedro. Su nombre era Simón, pero Jesús le puso por nombre Pedro, porque sobre esa piedra edificaría su Iglesia. En ese momento Simón era un simple pescador y lo convirtió en pescador de hombres. Dijo que lo amaba y lo negó tres veces. Sin embargo, Jesús lo fue transformando y llegó a ser Pedro, piedra, quien ofreció su vida por amor a Cristo muriendo en la cruz, y no considerándose digno de hacerlo como Jesús, pidió morir cabeza abajo.

Con la mente puesta en la V Conferencia General del episcopado Latinoamericano que se realizará en mayo en el Santuario de Aparecida Brasil, cuyo lema es: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”, en el lema nacional del Movimiento: “Desde el Santuario, discípulos misioneros para una Patria familia”, y en uno de los acentos surgidos de nuestro Capítulo –ser más apostólicas- pienso que en esta Cuaresma podríamos trabajar no sólo una conversión interior, sino también una conversión exterior.

Ser discípulos y misioneros de Cristo significa llevar su palabra a los demás, llevar la luz que Él dejó y también imitar sus gestos y sentimientos. Su humildad, su amor, su entrega, su solidaridad, su servicialidad. Jesús quiere que seamos sus instrumentos en la construcción de un reino de justicia y de paz. Él vino a recuperar para nosotros la filiación divina, aceptando la voluntad de su Padre y muriendo por nosotros en la cruz, vino a curar enfermos físicos y espirituales, a dar de comer pan a los hambrientos y también su propio cuerpo. Acerquémonos al necesitado, hay muchos lisiados espirituales que necesitan nuestra compañía, aliento, esperanza, alegría. Hay muchos necesitados materiales que esperan de nuestra generosidad. Desprendámonos por amor a Jesús de cosas que guardamos “por las dudas”, de cosas que nos duelan. Pan, ropa, juguetes, aportes de dinero a través de las instituciones… Desprendámonos del egoísmo, del rencor, de aquellas cosas que afean mi personalidad y que duelen a los demás, cada una sabrá...

Seamos fieles al llamado, acerquémonos al Señor a través del necesitado, ocupémonos más de los demás que de nosotras mismas. Y si me siento débil, Jesús es mi fortaleza, “todo lo puedo en Aquél que me conforta”. Recordemos aquella mujer a la que con sólo tocar la túnica de Jesús quedó curada. Nosotros tenemos la Eucaristía, cuánta fuerza y cuán sanos quedaremos!

Cristo vino a liberarnos con su pasión, muerte y resurrección. Meditemos en este tiempo de qué cadenas tengo que liberarme, cuáles son las ataduras que me impiden ser feliz y hacer felices a los que me rodean. ¿Qué cadenas tengo que cortar? Cristo es mi libertad, mi alegría, mi esperanza.

Que esta conversión sea de adentro hacia afuera, que busque en todo asemejarme a María, pidiéndole: “Que quien me mire a Ti te vea”. Por eso esta conversión no implica que seamos unos “santos tristes”, mostrando hacia afuera que estamos haciendo mortificaciones y penitencia, sino que los demás al mirarme puedan preguntarse ¿qué tiene ella que a pesar de las cruces y dificultades siempre está alegre y con esperanza? ¿Dónde está la fuente de su alegría?

El P. Kentenich nos dice: “El que posee en su vida la fe en la Providencia nunca puede estar realmente triste en forma profunda; debe tener siempre la alegría cotidiana. Y ésta consiste en la entrega sencilla a la voluntad de Dios” (“Las Fuentes de la Alegría, P.K. pág. 150/151). Nos pide que seamos maestros y modelos de alegría, que aprendamos el arte de alegrarnos de cada pequeñez y agradecerlas. En la noche –dice- deberíamos preguntarnos: “¿He aprovechado durante el día cada una de las oportunidades que tuve de alegrarme?... ¿He aprovechado cada oportunidad para practicar y cultivar también la gratitud y todo lo que ella resuena?”.

En este clima de conversión, de alegría, de entrega humilde a los demás y a la voluntad del Padre, vivamos esta Cuaresma uniendo nuestra cruz a la cruz de Jesús para que el día de Pascua pueda decir que sí hubo un antes y un después y goce en plenitud su Resurrección.

Les deseo una fecunda Cuaresma y muy feliz Pascua de Resurrección. Las abrazo a cada una con mucho cariño

M. Inés

jueves, febrero 01, 2007

FECHAS IMPORTANTES FEBRERO



02 Presentación del Señor y fiesta de la Candelaria

03 San Blas

11 Nuestra Señora de Lourdes

21 Miércoles de Ceniza. Comienzo de la Cuaresma (ayuno y abstinencia)

25 Fiesta del Santuario de Sión