Queridos hermanos en la Alianza,
El 18 de octubre en este año coincide con el “día
de la madre”. Es un domingo que nos invita a expresar sentimientos de amor
y gratitud hacia María, nuestra Madre, y hacia la mujer que nos regaló la existencia
y nos hizo capaces de sentir y amar la vida. Muchas de ellas viven aún entre
nosotros; otras recibirán nuestra veneración en el cielo. En Alianza, salimos
al encuentro de la Mater y de las madres.
La maternidad es un valor universal que hay que
celebrar y proteger. El festejo de la
madre es de antigua data. En tiempos ancestrales, para honrar la condición
materna se creó el concepto y la figura de la “diosa madre”. El cristianismo personificó
este anhelo en la Virgen María. El dogma de su Maternidad Divina -Madre de Dios
y, por tanto, madre de la humanidad- fue solemnemente definido por el Concilio
de Éfeso en el año 431.
No hay vínculo más estrecho en la vida de
una persona, que el que lo liga a su madre; ella representa en nuestra
biografía la experiencia singular y única, que nos hace decir -por mucho que se
multiplique en otras mujeres- que “madre hay una sola”. Esto vale para la
maternidad física y la del corazón. Es de Francoise Dolto, gran psiquiatra
francesa, la frase: “Sólo existen los padres adoptivos.”
Ser
madre, hoy en día, no es tarea fácil. El permanente cambio social, las corrientes
contrarias a la familia y aquellas que determinan la maternidad "por
capricho", generan numerosas preguntas.
La maternidad no es asunto solamente de la mujer: debe
ser complementada por la paternidad.
Hay una “deuda” que contrae el padre con la madre de sus
hijos, ya que es ella quien durante nueve meses se "encarga" de la
gestación de lo que fue engendrado por ambos. Por eso el varón debe saldar esa
deuda con un servicio abnegado, con la generosidad en el tiempo que le dedica a
su mujer y con el buen humor que hace agradable la vida a su esposa.
La maternidad es la divina coronación de la mujer. Es una vocación que hace a lo
humano: las madres transmiten la vida pero también la humanidad, algo que la revolución biotecnológica de nuestro tiempo no debería olvidar.
La deshumanización del mundo en que vivimos clama a la mujer-madre, la que no
se promueve, sino promueve; la que no busca el poder sino el bienestar, que no
está discriminando sino reuniendo en la mesa del amor.
La ausencia de la generosidad maternal engendra el defecto más corrosivo
del hombre, que es el egoísmo y la ausencia de ternura. Como afirmaba un
escritor español: “La falta de la madre es en parte, el origen de los regímenes
de fuerza, especie de correccionales donde se infunden tardíamente y con
vigorosa aspereza las virtudes que los pueblos no aprendieron a tiempo en el
hogar” (Gregorio Marañón).
Por eso admiramos a las
mujeres que se comprometen cuidando a los niños huérfanos, a los enfermos y abandonados,
a los pobres y desventurados, a los atribulados por la vida… Ellas nos permiten
creer que el mundo no es tan malo, que tenemos esperanza y hay mañana.
Una mujer que vive así
su maternidad es un espejo de las numerosas iniciativas suscitadas por el
amor, que Jesús vino a proclamar y a encarnar. El ser humano “no puede
encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo” (Gaudium
et Spes, 24). Esto me recuerda una frase del Padre Fundador: “cuando más madre
es una mujer, más mujer es ella”. Es un hermoso resumen metafísico.
Schoenstatt cuida y protege la maternidad como un
legado sagrado. No sólo
se identifica con Juan, a quien Jesús le entregó su madre desde Cruz, sino percibe
su enorme trascendencia en la cultura de la Alianza. La primera gracia del
Santuario -hallar cobijo y nido- no es sólo para disfrutarla, sino para
regalarla a otros cada día. Esta primera gracia “aliancista” es enormemente
materna y maternal.
Desde esta Carta
de Alianza, en este 18 de octubre, felicitamos
a todas las madres. Rezamos por aquellas mamás que con responsabilidad admirable
superan los problemas de sus hijos, luchan sin rendirse en medio de la escasez
de recursos, la exclusión, la soledad, la enfermedad, la desorientación moral
de los suyos.
En el Breviario hay
un cántico que me recuerda la maternidad de Dios y de María. Dice así:
“Tú endulzaras mi
última amargura, tú aliviarás el último cansancio,
Tú cuidarás los sueños
de la noche, tú borrarás las huellas de mi llanto.
Tú nos darás
mañana nuevamente, la antorcha de la luz y la alegría,
Y por las horas que te trigo muertas, tú me darás
una mañana viva.”
¡Feliz día de Alianza, bendecidos 101 años de la Familia de Schoenstatt y
¡Gracias, mamás, por existir!