Argentina – 18 de abril de 2014
Queridos
hermanos en la Alianza:
Este 18
de abril, día de Alianza, estamos en pleno Triduo pascual, celebrando los días más
importantes del año litúrgico que nos hacen presente el misterio de la pasión,
muerte y resurrección de Jesucristo, quien “con su muerte destruyó nuestra muerte y con
su resurrección restauró nuestra vida” (prefacio pascual I).
El Jueves
Santo comenzamos con el Triduo pascual, día en que nuestro Señor Jesucristo,
en la última Cena, instituyó la Eucaristía y el
Sacerdocio, y al lavar los pies a los apóstoles nos regaló el
amor fraterno. No hay Eucaristía sin sacerdote, como tampoco puede haber
amor fraterno pleno sin Eucaristía; es decir, un amor que incluya realmente a
todos, incluso al enemigo, y que tenga como fundamento a Dios que nos ama y nos
hace participar de su misma Vida. Sólo el amor salva y nos reúne en una sola
familia de hermanos, y esa acción amorosa parte de la iniciativa de Cristo Jesús. Solo Él
nos reúne alrededor de su mesa y nos alimenta con su propia Vida, dejándonos
como memorial y pedido a la Iglesia: “Hagan esto en conmemoración mía”
(1Cor 11,25).
El Viernes
Santo nos habla de la pasión y muerte de Cristo. El grito
salido de sus labios, “por qué me has abandonado”, recoge toda la impotencia del
hombre ante la muerte. ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué sentido tiene tanto
dolor y muerte? Pero la cruz es árbol de
vida. En ella triunfa la vida
sobre la muerte, el amor sobre el odio, la verdad sobre la mentira. Por eso,
desde el instante en que Jesús, el Hijo de Dios, abrazó nuestra humanidad
pecadora y destinada a la muerte, la cruz se convirtió en el signo bendito que
nos muestra el camino hacia la vida, hacia la libertad y hacia el amor. Por eso
la muerte, y con ella todo el dolor moral y físico que la anticipan, no tiene la
última palabra. La última palabra la
tiene Dios, que resucitó a
Jesús. Abrazar al Crucificado es aprender de Él, pues la cruz asumida y ofrecida
se convierte en una poderosísima fuente de vida, de libertad y de amor. Y, como
signo de consuelo y esperanza, junto a la Cruz de Jesús estaba su Madre, y desde
aquel momento nuestra Madre también.
La Vigilia pascual y el Domingo de
Gloria. En medio de
la noche brilla la Luz santa del Cirio Pascual, símbolo de Cristo resucitado, que
quiebra la oscuridad de la muerte. En esa noche santa renovamos nuestra Alianza bautismal con
Dios, nuestra
vida. Cristo resucitado es el
objeto principal de nuestra fe. Somos cristianos porque creemos que Jesucristo resucitó. El
relato bíblico sobre la resurrección de Jesús es asombrosamente simple y
directo: María Magdalena y la otra María se encontraron ante el sepulcro vacío,
y “después de ver el lugar donde estaba” y comprender que “había resucitado como
lo había dicho”, “atemorizadas pero llenas de alegría (…) fueron a dar la
noticia a los discípulos”.
El Papa Francisco nos da tres “pistas” de resurrección referente a
este texto de la Escritura:
1-
¡No nos cerremos a la
novedad que Dios quiere traer a nuestra vida! “El Señor es así. ¡Él nos sorprende siempre!
Hermanos y hermanas: ¡No nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a
nuestra vida! A menudo estamos cansados, defraudados, tristes; sentimos el peso
de nuestros pecados, creemos que no podemos seguir. No nos encerremos en
nosotros mismos, no perdamos la confianza, no nos resignemos nunca: no hay
situaciones que Dios no pueda cambiar; no hay pecado que no pueda perdonar si
nos abrimos a
Él.
2-
Dejemos entrar la Vida en
nuestra vida. “Cuántas veces necesitamos que el Amor nos
diga: ¿Por qué buscas entre los muertos al que vive? Los problemas, las
preocupaciones de todos los días, tienden a encerrarnos en nosotros mismos en la
tristeza, en la amargura… ahí está la muerte. ¡No busquemos allí al que vive!
Acepta, pues, que Jesús resucitado entre en tu vida; acógelo como amigo, con
confianza: ¡Él es la Vida! Si hasta ahora has estado alejado de Él, da un
pequeño paso: te recibirá con los brazos abiertos”.
3-
Recordemos y anunciemos lo
bueno que Dios ha hecho por nosotros. “«Recordad cómo os habló
estando todavía en Galilea [...]. Y recordaron sus palabras» (Lc 24, 6. 8). Se
trata de la invitación a hacer memoria
del encuentro con Jesús, de sus palabras, de sus gestos, de su vida; y es
precisamente este recordar con amor la experiencia vivida con el Maestro lo que
induce a las mujeres a superar todo
temor y a llevar el anuncio de la resurrección a los Apóstoles y a todos los
demás (cf. Lc 24, 9). Hacer memoria de lo que Dios ha hecho y hace por mí,
por nosotros; hacer memoria del camino andado; y esto abre de par en par el
corazón a la esperanza para el futuro. ¡Aprendamos a hacer memoria de lo que
Dios ha hecho en nuestra vida!” (Papa Francisco, Pascua
2013).
Abrirse a la novedad de
Dios, recibir la Vida que viene de Dios, recordar y anunciar las bendiciones de
Dios en nuestra vida, son actitudes del hombre
y la mujer “pascuales”, renovados por la gracia de Dios. ¿Pero cuál es el
camino para vivir estas actitudes de hombres nuevos en Cristo? ¿Cuál es el
camino para ese encuentro de vida con Cristo?
El P. Kentenich,
ante esta pregunta trascendental, respondía que el camino es María, ya que ella ha sido constituida
por Dios en modelo y modeladora del hombre y la mujer nuevos que viven en
Alianza con Dios. La vida de María es plena comunión con el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, es entrega y servicio a los hombres de todos los tiempos.
María, la
“llena de Gracia”, María de la
Alianza,
que nos educa y conduce a la plena Alianza de Amor con el Señor,
que nos recuerda siempre: “hagan lo que
Él les diga” (Jn 2,5).
Queridos hermanos, en esta Pascua, unidos a María, renovemos nuestra Alianza
con Cristo y dejemos que Él irrumpa con toda su Luz y Vida en nuestras
vidas, nos renueve y renueve nuestras familias, la Iglesia, las instituciones,
la Patria y el mundo. Vivamos como Aliados de Cristo y María, y anunciemos
- compartamos la bondad de su amor.
Desde el Santuario, les deseo un bendecido día de
Alianza y ¡feliz Pascua de resurrección!
P. José Javier Arteaga
¡TU ALIANZA,
NUESTRA MISIÓN!