miércoles, julio 01, 2020

Reflexion P. Nicolas Schwizer

Espíritu de obediencia

 

Quien quiere aspirar a la santidad no puede prescindir de los Consejos Evangélicos. Porque nos ayudan a liberarnos de toda esclavitud interior, de todo apego desordenado a las creaturas.

 

Se trata de renunciar a la creatura, sea permanentemente o temporalmente. Se trata de conquistar nuestra independencia interior frente a la creatura.

 

El espíritu de los Consejos incluye dos elementos: desprendimiento y vinculación. Nos ayuda a liberarnos de todo lo desordenado en nosotros, para vincularnos y atarnos a Dios, con amor.

 

Espíritu de obediencia. Lo fundamental es un espíritu de obediencia magnánimo frente a Dios: no sólo a su voluntad y a sus mandamientos, sino también a sus deseos y sugerencias interiores. Esa misma actitud debe reinar también con respecto a sus reflejos y representantes en la tierra. Se trata de ver a Dios detrás de toda autoridad humana legítima.

 

Quiere decir, me inclino no ante la autoridad de un hombre, sino ante la autoridad de Dios que se manifiesta en él. Por eso, obediencia por amor a Dios.

 

En conclusión, espíritu de obediencia es saber y sentir que Dios me habla, me guía y me santifica a través de otros. Y me exige un estar atento y abierto permanentemente a su voz que me llega de mil formas y apariencias distintas. No hay duda que la obediencia es un campo muy amplio y variado para vivir la magnanimidad.

 

Obediencia es la gran señal de amor. El amor prueba su autenticidad en la obediencia. El amor es fundamentalmente fusión del yo con un tú.

 

Pero la prueba de que esa fusión no es algo sentimental es que se exprese en mi deseo de fundirme con la voluntad de Dios. Es la gran prueba de amor de los hijos.

 

Es la actitud fundamental de Cristo: “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre” (Jn 4,34). Es también la actitud fundamental de la Virgen María: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

 

En realidad, Dios me hace llegar sus deseos por medio de muchas otras personas que me rodean. Una palabra especialísima de Dios es para mí, la de mi cónyuge. Ya el día del matrimonio me dijo Dios: a través de tu marido o esposa quiero hacerte llegar mis mensajes de amor más significativos, más íntimos. ¿Cómo mantengo yo la actitud de escucha frente a esa palabra de Dios que me viene a través del otro?

 

Él o ella es palabra de Dios para mí en primer lugar a través de su amor, pero también a través de sus deseos, sus necesidades, sus penas. Todo es palabra de Dios: Sus gestos de amor me llaman a agradecer, sus deseos y necesidades a atenderlo, sus penas para aliviarlas y compartirlas.

 

Lo mismo vale respecto a los hijos u otras personas cercanas. Todas las personas que nos rodean, son cada una un ángel de Dios que nos trae un mensaje suyo.

 

Pero, ¿escucho yo esas palabras de Dios que me vienen a través de los demás? Cuando el otro me habla, ¿es mi actitud interior responderle como en la misa: ¡Te alabo, Señor!, porque me acabas de hablar a través de mi esposa, mi marido, mi hijo, mi hermano ¿Escucho con esa actitud de alegría cada vez que el otro abre la boca?: ¡Dios me quiere decir algo! Y cuando siento que hay algo de Dios en lo que me dice el otro, ¿obedezco, lo acojo, le abro el corazón, para que esa palabra encuentre morada en mí?

 

Preguntas para la reflexión

 

1.       ¿Creo que Dios me conduce por la voluntad de otras personas?

2.       ¿Veo a mi cónyuge como un representante de Dios?