Vocación a
la imitación de Cristo
Padre Nicolás Schwizer
N° 175 - 01 de diciembre
de 2015
Esta vocación tiene tres elementos: la
llamada por Jesús; la respuesta
de los llamados y la misión para la
que son llamados.
1. Cristo
llama a cada uno. Así como llamó a cada uno de
sus apóstoles, se dirige también a cada ser humano, sacerdote o laico, contemporáneo
de Jesús o posterior a Él.
En nuestro
bautismo fuimos llamados, por primera vez, a la imitación de Cristo. Y desde
entonces, Dios repitió y renovó esta vocación muchas veces y de muchas maneras.
Ciertamente, Él no da a todos la vocación de seguir a Cristo como los
apóstoles y discípulos, como los sacerdotes y religiosos, que ponen a su
servicio todo lo que son y tienen. A muchos Dios los llama a la vocación de
laicos.
Y si los dos grupos se distinguen entre sí respecto a sus tareas y responsabilidades
específicas, son iguales en cuanto a la actitud fundamental de entrega por la
fe y la caridad, de deber ser imitadores de Cristo. En el fondo, toda la
predicación de Jesús es invitación para seguirle.
2. Dios
espera una respuesta libre a su llamada. Un compromiso de corazón y de toda la vida, con una adhesión de fe y
de obediencia. No siempre el hombre es consciente tan inmediatamente en la
vocación. Muchas veces tiene miedo y trata de rehuirla, como algunos de los
profetas. Porque con frecuencia la vocación aparta al hombre llamado y hace de
él, un extraño entre los suyos. También de cada uno de nosotros Dios espera una
respuesta adecuada
Cada día de nuevo tenemos que dar nuestra respuesta a la llamada de
Dios, aún cuando no la entendamos, aún cuando nos cueste aceptarla. Y lo que
más nos cuesta aceptar, en nuestra vida, son sufrimiento y cruz. Sin embargo es
Dios mismo el que manda o lo permite.
Por eso, si nuestro seguimiento de Cristo es auténtico o no, se decide
en la aceptación de nuestra cruz.
Si rehusamos nuestra respuesta a esta llamada personal de Dios no se
puede lograr nuestra vida cristiana.
3. Si Dios llama, es para confiar
una misión. Toda vocación lleva inherente una misión. También cada uno de
nosotros, sacerdote y laico es llamado por Dios para una misión personal. Ella
se distingue de la de los demás, según profesión y responsabilidades de cada
unos.
Y para cumplir esa misión, el laico ha de actuar en el lugar en que Dios
los ha colocado, dando allí su testimonio, trabajando en el engranaje de su
oficio, en medio de las circunstancias siempre diversas.
Así el laico tiene que saber hacer de su vida profana parte integrante
de su vida religiosa. Él no debe buscar la religión después de la tarea o fuera
de ella, sino penetrándola en profundidad hasta alimentarse del espíritu que se
encierra en ella. En los planes de Dios con este mundo, cada hombre tiene su
valor y significado, y forma parte del todo.
4. Para vivir fielmente nuestra vocación propia a la imitación de
Cristo, esa misión particular y personal, hay que tomar el molde siempre nuevamente en Cristo. Así en las cuestiones
y situaciones de nuestra vida, nos ponemos ante el Maestro y nos preguntamos
qué hizo Él y qué haría en una situación semejante.
O miremos a la Sma.
Virgen , que es la imagen ideal en la imitación de Cristo,
sobre todo para la mujer. O tomemos por modelo a los santos que realizaron la
vida de Cristo en su tiempo. Así nos sentimos en comunión con todos los
hermanos en Cristo que quieren seguirle.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Quién de nosotros reflexionó ya, alguna vez, sobre la misión
personal que Dios tienen para él?
2. ¿Estamos nosotros siempre abiertos y atentos para sus llamamientos,
para sus inspiraciones y exigencias?
3. ¿Nos dejamos conducir por Dios en el camino que Él quiere y en el que
Jesucristo nos precedió?
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