viernes, noviembre 12, 2010

Mes de María 2010

Primera semana: la Alianza de Amor - 3 minutos con María -

6° día - 13.11.2010

La Congregación nos da a María. Pero ¿acaso no la conocíamos ni la amábamos hasta el presente? Dios nos hizo nacer de padres católicos. Esto ya es una prueba, una garantía suficiente como para afirmar que María Santísima estuvo presente en el cielo sin nubes de nuestra primera infancia, como un astro querido que daba luz y calor a todo nuestro ser.

“Estuvo junto a mi cuna, y en mi primera peregrinación;
y ya en ese entonces sus rasgos me manifestaron la belleza de Dios.
Allí aprendí a amar a mi madre y me di totalmente a Ella como su niño”.

Este amor fue alimentado y cultivado a lo largo de años; en unos más, en otros menos, en la medida en que nuestros padres y el ambiente que nos rodeaba estaban penetrados por el amor a la Sma. Virgen. Entretanto, el niño se transformó en muchacho. Muchas cosas han cambiado en torno a nosotros. El amor maternal de la Sma. Virgen sin embargo nos ha seguido acompañando, aún cuando -¡quién sabe!– hubiéramos caído en la noche oscura de caminos desviados y pecados graves, por ligereza juvenil o a causa de alguna lamentable seducción.

La Congregación quiere desarrollar esta relación mutua de la manera más ideal y fecunda posible. Ella quiere avivar este fuego latente convirtiéndolo en una llama luminosa, purificadora y santificante. En una época en que el amor hace palpitar nuestro corazón con una fogosidad desconocida y furiosa, la Congregación entroniza en nuestro corazón a aquella persona humana más digna de ser amada. Así como en el cuadro del altar, la imagen de María no es un mero adorno de la Capilla, sino que la domina totalmente, así también no basta que Ella ocupe un lugar sobresaliente en el templo de la Congregación, en el santuario de nuestro corazón. No. Ella debe dominar en él con ilimitado poder. Es así como encontramos a María en la Congregación.

Los cirios que pronto ofreceremos en el comulgatorio, como símbolo de nuestra consagración a María van a consumirse mientras arden. Así debe consumirse toda nuestra vida futura en todo tiempo, en todo lugar y en toda situación al servicio de nuestra excelsa Señora y Protectora. A Ella le pertenece nuestro cuerpo y nuestra alma, nuestra vida y muerte, nuestros trabajos, estudios y oraciones, nuestros sufrimientos y luchas. La oración de la Congregación, “Oh Señora mía...”, debe recordarnos una y otra vez nuestra promesa solemne e irrevocable; debe impulsarnos a expresar esta promesa con energía y tenacidad en la vida, a convertirla en obras.

La entrega a María, tarde o temprano, se va a convertir en una verdadera necesidad, en nuestra segunda naturaleza. La congregación cumplió lo que había prometido: en ella hemos encontrado a María para siempre. Encontramos a la Virgen en la Congregación: la encontramos para no perderla jamás.

(PK, Plática de constitución de la Congregación mariana, 27 de octubre 1912)

Reflexión elaborada por los Padres de Schoenstatt de Córdoba para el Mes de María de 2010

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