"Ocurrió en Caná de
Galilea"
(Las bodas de Caná)
Texto: San Juan 2, 1-11
Meditación P. Rafael Fernández
Nos vamos a detener a reflexionar en tres pensamientos que nos
sugiere este trozo del Evangelio.
1. María quiere
nuestra felicidad y cuida por ella.
Todos hemos
experimentado alguna vez la alegría de una fiesta. Sentirnos entre amigos, reír
despreocupados del peso del estudio o del trabajo, gozar de una estrecha
amistad y una sana diversión. Es que en el fondo del corazón humano hay una
búsqueda incesante de la felicidad. Es el anhelo de la dicha eterna. Es una de
las notas más profundas de nuestro propio ser.
En este trozo del
Evangelio que reflexionamos vemos cómo María comprende vivamente el sentido de
la fiesta. Está preocupada porque resulte todo bien. Va a faltar el vino y
quiere remediar esta dificultad. Con ello nos dice también que comprende
nuestro íntimo anhelo de felicidad, que solidariza con él y que cuida como
madre para que, de alguna manera se realice.
Se nos revela así
una faceta importante de la personalidad de María. Su "humanidad", su
cercanía tan personal. Ella no es un ser etéreo, desencarnado, preocupado sólo
de lo religioso. Más aún, es lo religioso lo que la lleva a cuidar de todo el
hombre. Es realmente una madre que comprende los sentimientos más íntimos de
sus hijos. Pero ella no se queda en la mera comprensión. No, ella va a la
acción y ayuda a los novios en Caná para que tengan, con sus parientes y
amigos, días de fiesta, de alegría verdadera.
¿No nos pasa
también a nosotros que quisiéramos tener nuestros momentos de "fiestas"?
¡No quisiéramos tantas veces vaciarnos de tristezas o desilusiones que se
arrinconan en nuestro interior? ¿Tiene algo que decirnos nuestro cristianismo
en esos momentos? ¿Qué papel desempeñaría María, entonces?
María comprende
nuestros sentimientos humanos y quiere nuestra felicidad también aquí en la
tierra.
2. María conoce
el corazón de su Hijo.
Del dialogo de
María con Jesús se desprende una gran intimidad de amor. En efecto, ella conoce
bien a su Hijo. Hay una necesidad, y sin más demora se dirige a él. En sus
palabras "no tienen vino" está solicitándole su intervención
milagrosa. ¡Habían vivido tanto tiempo juntos! Conversaron de todo lo que se
puede conversar entre un hijo y una madre tan querida. Conocían sus
sentimientos mutuos, se tenían confianza amorosa. Por ello, ante la aparente
objeción de Cristo: "¿que tengo yo contigo, mujer?", ella pareciera
que no hiciera caso y pide a los sirvientes con total seguridad: "haced lo
que él os diga". Ella como nadie, conocía las intenciones de su Hijo. De
esta manera, este trozo del Evangelio, en lugar de mostrarnos una cierta
distancia entre Cristo y María, nos manifiesta una profunda intimidad entre
ambos. Todo supone el conocimiento del corazón del otro y el amor mutuo; amor
que sabe mirar, ver y descubrir al otro detrás de las palabras.
El secreto de esa
capacidad de decisión que tiene María, o de esa confianza en su actuar, radica
en la estrecha unión que tiene con su Hijo.
También nosotros
a veces recibimos palabras que no sabemos cómo interpretar. 0 nos suceden
hechos que nos parecen tan injustos; y entonces se nos nubla nuestra vida e
incluso también llegamos a rebelarnos contra Dios. No sabemos descifrar el
lenguaje de Dios. Nos falta la unión de corazón que ha tenido María, por la
cual se trasparentan las intenciones de Dios.
3. María,
poderosa intercesora ante Dios.
Nos llama también
la atención, en tercer lugar, el poder que ejerció María. Dice san Juan que "éste
fue el primer milagro que realizó Jesús y sus discípulos creyeron en él. Se
trata de un milagro debido a la intervención de ella. "Aún no ha llegado
mi hora", dice Cristo, y, sin embargo, el pedido de María es capaz de
apurar la "hora de Dios". Debemos entenderlo como el "poder de
amor" que tiene como madre del Señor. Dios la eligió por madre, él le dio
un lugar importante en el plan y "derechos" de madre.
Debe ser claro
para nosotros, entonces, que Dios ha puesto a María muy cerca nuestro, para
velar por nuestras necesidades, por muy humanas que sean, y para interceder por
nosotros ante el Señor en nuestros momentos de necesidad. Ella tiene un gran
poder por sus "pedidos de amor" ante su Hijo.
A nosotros nos
dirá las palabras que dirigió a los criados: "hagan lo que él les
diga". Es decir, Ella nos lleva a Cristo, encamina nuestra vida, nuestros
actos hacia el Señor. Por ello, unirse a María es encauzar nuestra vida hacia
Cristo.
Nosotros muchas veces sentimos la importancia, las limitaciones
y los defectos personales. Somos como esas vasijas del relato de Caná que sólo
poseen el agua. Si nos acercamos al Señor con la sencillez de hijos, entonces
también en nosotros se operará la acción fuerte y transformadora de Cristo. El,
que cambió el agua en vino, será capaz de transformar, por la fuerza de su
Espíritu, nuestro corazón de piedra en un corazón de carne.
¡Que así sea!
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