Texto: Lucas 1, 26-28
La obra de salvación del mundo
por Cristo comienza con una invitación a la alegría. El mensajero de Dios no
apela, en primer lugar, al temor ni al sentimiento del deber. Trae un encargo
del cielo, tiene que confiar una misión. Pero sus instrucciones o son de
abrumar ni aplastar con tremendas responsabilidades. Va a comenzar una historia
de liberación y es necesario que la primera protagonista, de quien depende todo
el proceso, esté liberada de toda angustia opresora: "¡Alégrate!".
La historia de salvación nunca
más perderá su sello inaugural de alegría, liberada y liberadora. Al nacer Juan
el Bautista, precursor del Mesías, su misión será definida como un preparar los
caminos para la visita del Señor, Sol que nace de lo alto. El Salvador que
viene no es ya el Dios de la tempestad y el trueno, el Señor de tremenda
majestad, el juez de las venganzas divinas: será como una caricia, un rayo de
sol que delicadamente entibia y alegra el universo.
Lo dirán expresamente los
ángeles, al anunciar que Cristo ha nacido: "Será alegría para todo el
pueblo".
Y así fue. Fue así ya en la vida
temporal de Jesús. No sólo porque pasó haciendo el bien y sanando a los
oprimidos por el diablo, sino porque hablo expresamente de la alegría, invitó a
la alegría, vivió en la alegría.
Todo su programa quedó condensado
en as bienaventuranzas: promesas de alegría, caminos de alegría.
"¡Dichosos, felices los que tienen un corazón pobre y uro, los que
trabajan por la paz, los que son perseguidos y calumniados por ser fieles a mí!
Dijo también que el Espíritu
Santo reposaba sobre él y lo consagraba para anunciar a los pobres la alegre
noticia de su liberación.
Describió, con una plasticidad no
superada, la alegría de la misericordia, la alegría de perdonar y acoger al
extraviado, la alegría de dar, mejor aún que la de recibir.
Palpar la presencia y acción de
Dios en los pequeños y sencillos lo hacía estremecerse de alegría. La misma de
la cual disfrutaba admirando la confianza ingenua de los pájaros y la gratuita
belleza de los lirios del campo, y descubriendo allí el secreto de la alegría
de los hijos de Dios.
Jesús proclamo dichosos a los que
escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica: lo decía por experiencia.
Toda su vida fue un escuchar al Padre para conocer sus deseos y realizarlos.
Nos dejó una confesión reveladora, la clave de su alegría: "Mi Padre nunca
me deja solo, porque yo hago siempre lo que le gusta a él".
El Padre quiso que él diera la
vida por sus amigos y hermanos; y esta suprema prueba de amor fue también su
suprema alegría. Horas antes de consumarla, invitó a sus discípulos a amar así,
como él, hasta dar la vida por sus amigos. Entonces -les dijo- mi alegría
estará en ustedes y la alegría de ustedes será perfecta.
Cuando los discípulos del Señor
quisieron escribir su vida, se preguntaron cómo titularla. Y no dudaron: la
llamaron "evangelio". La vida, los hechos, las palabras del Señor,
todo en él quedaba resumido en esa definición: "Alegre noticia".
Verdaderamente tiene que haber
sido irradiante y contagiosa la alegría de un Hombre-Dios que se atrevió a
decir: "Vengan a mí los que andan agobiados por trabajos y cargas: en mí
encontrarán alivio y descanso".
El mismo alivio y descanso, la
misma alegría que él aprendió a encontrar en los brazos y el rostro de su
Madre. Estaba aún en su vientre cuando alguien la llamó "feliz".
"Dichosa tú, porque creíste". Fue su prima Isabel, llena del Espíritu
Santo, la que comprendió y proclamó que es la fe la fuente de la inextinguible
alegría.
Y por eso la Iglesia, que saluda
María como madre de la fe, le reserva el hermoso título de "causa de
nuestra alegría alegría". Un Padre de la Iglesia va un poco más allá y la
llama "raíz de nuestra alegría". Quizás para poner de relieve que en
ella y por ella entramos en contacto vital con Cristo y permanecemos arraigados
en "Aquel que es la fuente única de donde dimana nuestra alegría".
"Alégrate, llena de Gracia,
el Señor está contigo". Así comienza la historia de nuestra salvación por
Cristo, con una invitación a la alegría. Expresamente a la alegría de la
gracia, de la amistad con Dios: la alegría de la fe, de la esperanza y del
amor. Alegría de saber que Dios está con nosotros. Más que eso, que Dios está
por nosotros, porque nosotros, como María, lo acogemos con un corazón pobre y
puro, y queremos hacer lo que a él le gusta.
Oración final del Mes de María
Oración final del Mes de María
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