"Recordando su amor
pos Abraham ... "
Texto: Lucas 1, 46-55
Reflexión P. Rafael
Fernández
"Para siempre" es la palabra que acompaña
espontáneamente el nacimiento de un amor. De un amor auténtico, de un amor
joven, que es el única capaz de perdurar. Porque la fidelidad, aunque las
apariencias parezcan decir otra cosa, es una virtud propia de jóvenes. El
triunfo de la fidelidad al amor y a los ideales que se encendieron en la
juventud, se celebra ciertamente en la edad madura o en la vejez. Pero sólo los
jóvenes son capaces de creer en la fidelidad y de embarcarse en la hermosa y
arriesgada aventura de ser fieles. Por eso son, también los únicos capaces de
forjar historia. Porque la historia es algo más que ubna lista de
acontecimientos y fechas.
Para ser humana, una historia requiere tener sentido, poseer una
trama y un argumento. Y ello exige continuidad: de los personajes, de sus
ideales, de sus proyectos, luchas y metas. Por eso, sin fidelidad, habrá
cronología, habrá inventarios de hechos sueltos, pero nunca habrá historia,
entendida como proceso de crecimiento y despliegue creador de las personas o
pueblos que la viven. Sólo la planta que se decide a echar raíces permanentes
en algún sitio, podrá dar frutos y resistir las tormentas.
En el Antiguo Testamento, Israel vivió una historia continua y
plena de sentido. Por eso se conservó siempre un pueblo joven. Poseyó una
mística nacional, una voluntad de lucha, y una conciencia de misión que le
permitieron salir adelante allí donde las posibilidades de supervivencia o de
recuperación eran humanamente nulas.
Rodeado de imperios gigantes, la historia del diminuto Israel
fue una sucesión ininterrumpida de guerras, invasiones, destierros y
cautiverios. Sin embargo, los imperios caen y el pequeño pueblo continúa en
marcha,. ¿De dónde esa pujanza histórica, ese dinamismo que no envejece? De la
fe sobre la cual Israel funda su vida. Pero de una fe entendida como entrega de
fidelidad al Dios fiel que le ha escogido; al Dios que ha sellado con él una
alianza, que le ha tomado de la mano y lo conduce, seguro, hacia la plenitud
prometida de esa alianza.
María, en el Magnificat, canta el triunfo de la fidelidad de
Dios hacia Israel. Porque el Niño que ella lleva en su seno significa el
cumplimiento definitivo de la promesa hecha a Abraham. De esa Alianza que renovó
por Moisés y los profetas, que Israel rompió mil veces, pero que él renovó
incansablemente una y otra vez. Ahora, el Dios fiel viene hecho hombre para
unir definitivamente su vida a la nuestra. Viene a ser "para siempre"
el "Dios con nosotros". De modo que nosotros podamos asimismo ser "para
siempre" su Pueblo.
Ese Dios fiel, el día de nuestro bautismo, nos acogió también a
nosotros en el Pueblo de su Iglesia. Nos tendió su mano fiel y selló una
Alianza de amor con nosotros para que caminemos juntos, para que vayamos,
seguros y sin miedo, por un camino pleno de sentido: porque tiene una dirección
clara: Cristo. Dios quiere que su Alianza sea el argumento y la fuerza de esa
historia de fidelidad que quiere convertir nuestra vida. Pero nos cuesta
cogernos de su mano, porque nos cuesta la fidelidad. Vivimos en un mundo
mecanizado y la máquina no sabe ni puede ser fiel, porque no tiene historia y
porque su ley de vida consiste en renovarse desechando: la pieza gastada se
bota y se cambia. Lo mismo hace el hombre actual con sus amistades, con todos
sus amores, hasta con su cónyuge. No es capaz de atarse en fidelidad con nadie.
Simplemente usa y desecha las personas. Por eso su corazón es frío como el de
la máquina; por eso carece de una historia con sentido y su vida es un simple
funcionar monótono, un girar sobre sí mismo que no conduce a ninguna parte.
Tomemos la mano del Dios fiel y pidamos a la Virgen fiel que nos
ayude. Entonces nuestra vida recuperará el calor, el rumbo, la fuerza y la
victoriosidad. Pues, como dice san Pablo, "si Dios está con nosotros,
¿quién contra nosotros?
¡Que así sea!
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