"Así como Prometió
a Nuestros Padres..."
Texto: Lucas 1, 46-55
Meditación P. Rafael Fernández
Israel ha realizado en nuestro siglo una hazaña de solidari¬dad
nacional mucho más espectacular que el rescate de sus rehenes, desde el
aeropuerto ugandés Entebbe. Se trata de una hazaña sin parangón en la historia
universal: han logrado reconstruir su comunidad racial, dándole nuevamente
estructura política, después de 2.000 años de dispersión. Todo esto implica una
solidaridad, un amor patrio, una conciencia de pertenencia mutua, realmente
excep¬cional. Sin embargo, no constituye sino un resto de lo que fue el sentido
de pueblo del antiguo Israel. Decimos "resto" porque, no obstante su
tenacidad, se trata de un patriotismo que ha ido des¬ligándose paulatinamente
de la raíz que lo di6 su fuerza: la fe. La solidaridad nacional del judío
moderno no puede explicarse sin su pasado religioso, pues no es sino el
remanente humano de su pro¬funda conciencia de Pueblo escogido de pueblo de
Dios.
Para reencontrarnos con esta conciencia en la plena riqueza y
vigor de su dinamismo original, tenemos que mirar a María y a la Iglesia. María
es, por excelencia, la Hija del Antiguo Israel, la gloria de su pueblo, el
orgullo de su raza, como la llama hoy nuestra liturgia. En ella culmina todo lo
noble y lo santo de la historia de Israel. También su conciencia de pueblo. De
pueblo na¬cido, crecido y atado para siempre, con indestructibles vínculos de
solidaridad, a partir de su fe común. Por eso María convierte, espontáneamente,
el canto de alabanza a Dios que entona en casa de su prima Isabel, en un himno
a la historia de su pueblo. María ha comenzado cantando con gratitud por un don
personalísimo: su elección como Madre del Mesías. Pero proyecta de inmediato la
gracia recibida, sobre el telón de fondo de la historia de Israel. Porque se
siente miembro de una comunidad de fe y enraizada en una his¬toria de fe.
Porque sabe que el don que ella acaba de recibir en su seno, es el Salvador
prometido desde hace siglos a su pueblo. Por eso proclama que Dios "se
acordó de la nación de Israel, su ser¬vidor, según su misericordia, así como
prometió a nuestros padres..."
María es la Madre y el Modelo de la Ig1esia. En ella, Nuevo
Israel de Dios, se prolonga su espíritu. Dios quiere hacer de la Iglesia un
triunfo vivo de la conciencia solidaria. De una solidaridad inusitada,
sorprendente, que irrumpa en lo humano desde el seno mismo de Dios. La quiere,
como dice el Concilio, un pueblo unido con la misma unidad del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo. Por eso, no puede haber cristianos individualistas. La fe
no es asunto personal. No puede vivirla cada uno a su manera. Porque nuestro
Dice no salva individuos aislados. El Hijo de María viene a salvar a un pueblo.
Y un pueblo concreto, que nos exige una solidaridad también concreta. No de
libros ni de declaraciones de principios. Sino con los hermanos concretos que
tengo cerca, con la comunidad cristiana de mi barrio o de mi escuela,
Solidaridad, también, con la persona concreta de aquellos que son actualmente
los "padres" del pueblo de Dios: nuestros Obispos. Y solidaridad,
finalmente, con la historia concreta de nuestra Iglesia, por vapuleada y
criticada que sea, por en ella se nos revela y nos habla Dios. El Magnificat es
realmente un desafío, nos llama a un tipo de solidaridad que nos cuesta. Como
hombres modernos, despersonalizados y desarraigados, nos resulta fácil movernos
en el ámbito abstracto de la ciencia, los principios y las ideologías. O en el
mundo impersonal de la economía y la técnica. Pero nos cuesta atarnos de
corazón a una comunidad viva y concreta y enraizarnos en su historia. Por eso a
nuestros ojos, Dios permanece abstracto, impersonal y lejano, y no es el Dios
vivo de María y de la Iglesia.
Guiados por el ejemplo de María y con ella, queremos conquistar
Iglesia la auténtica solidaridad como Iglesia y ser fermento de ella en el
mundo.
¡Que así sea!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario