Novena Navideña 2015:
Navidad de la misericordia
P.Guillermo Carmona
Octavo día: La ventaja de ser pequeño y recibir
la visita…
Oración inicial
Padre, has enviado
al Hijo como prenda de tu amor.
Por amor se hizo
carne y vino a nosotros en este mundo.
Por amor se entrega
como ofrenda y alimento sobre el altar.
Allí quiere reinar
siempre entre nosotros
y
habitar en nuestra cercanía.
Amor dio al Hijo la
vida en la Madre y Esposa.
Por amor, a través
de su Palabra,
vive y continúa
activo en nuestras filas
como fuente de la
eterna verdad divina,
llena
de ardor y refulgente claridad.
Del Amor eterno con
diafanidad vemos fluir torrentes de amor,
derramarse por
cielos y tierra
y retornar a su
fuente. (Del HP).
(Rezamos: Padre
nuestro; 10 Ave Marías y gloria).
1. Texto bíblico: Lucas 19,1-10
Jesús entró en Jericó y atravesaba la cuidad. Allí
vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. Él
quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de
baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo,
porque iba a pasar por allí.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le
dijo: ‘Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa’. Zaqueo
bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: ‘Se ha ido
a alojar en casa de un pecador’. Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor:
‘Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a
alguien, le daré cuatro veces más’.
Y Jesús le dijo: ‘Hoy ha llegado la salvación a
esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del
hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido’”.
Después de la lectura dejamos un tiempo
para la reflexión personal del texto escuchado
o leído. Puedo comentar alguna de las siguientes preguntas:
-
¿Qué mensaje trae el texto?
-
¿Cómo lo interpreto?
-
¿Qué me dice a mí personalmente?
2. Reflexión
Jericó tenía fama de ser una de las ciudades de Israel donde
vivían muchos sacerdotes, que llevaban por cierto una vida muy distinta al del personaje
de la meditación de hoy. Era, por lo visto, conocido: tenía dinero y poder y
era temido en la ciudad. También él trabajaba para el gobierno romano.
Quizás le había llegado el rumor de que Jesús estaba cerca a los
publicanos y pecadores, que hacía milagros y que no era querido por los
dirigentes máximos del pueblo. Zaqueo tenía, por tanto, un punto en común con
Jesús: el no ser bien visto por los sacerdotes y levitas.
¿Qué curiosa asociación se habrá despertado en Zaqueo para que
tenga el deseo de conocerlo? ¿Habrá sabido que uno de los discípulos, Mateo,
había sido como él, recaudador de impuestos en Cafarnaúm? No lo sabemos.
Más allá de ciertas confabulaciones, más allá de la curiosidad natural
por conocer a un “famoso”, podemos intuir que Zaqueo vivía en una gran soledad
e insatisfacción. Es probable que no tuviera amigos (¡su mala reputación!),
sino solamente a sus familiares más cercanos. Poseía más de lo que necesitaba,
era rico, pero el dinero no le bastaba para darle sentido a cada día. No era
feliz.
La acción de Zaqueo no deja de tener rasgos simpáticos: sube al
árbol como lo hacíamos como niño, no le teme al ridículo y prescinde de su categoría
y condición social. El sicómoro al cual subió no podía saber que le fuera una tabla
salvadora. Las palabras de Jesús lo sorprende: ¿Cómo conoce mi nombre? ¿Qué
quiere de mí? ¿Me pedirá plata?
Conocemos el desenlace de la historia. Zaqueo lo recibió en su
casa y mientras la gente no saldría de su asombro y de su enojo, se produjo un diálogo
que, desgraciadamente, el Evangelio no comenta. En ese encuentro Zaqueo recibió
la salvación y volvió a la gracia.
No se entiende el
comportamiento de Jesús sino es por el final del texto bíblico: “Este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo
del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.
En Belén, Jesús toca la puerta del
corazón de cada uno de los que llegan hasta él. No
discrimina, no elige, no exige: las puertas del pesebre están abiertas para
todos los que, como Zaqueo, desean recibirlo. El Apocalipsis describe algo maravilloso
cuando esto se produce: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi
voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apoc 3,20).
Vale la pena ir a Belén para que el encuentro produzca su fruto:
la conversión. A partir de ese momento él no extorsiona, no dibuja los números,
no chantajea ni hace trampas.
Un signo del encuentro con Jesús en Belén será la disponibilidad
para ser solidario y ayudar: “Señor, voy a dar la
mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro
veces más”.
Me
gustaría que en la mirada del Niño todos pudiésemos leer su invitación: hoy
quiero hospedarme en tu casa. Y como Zaqueo, que bajó enseguida del árbol y lo recibió muy
contento, tú y yo lo podamos recibir con alegría. Es la salvación que “hoy” ha
llegado al corazón.
Preguntas para la
reflexión
1.
Si a Zaqueo la altura física no le impidió ver a
Jesús, ¿qué realidades pueden impedirnos a nosotros “subirnos al sicómoro” para
verlo y encontrarlo?
2. Zaqueo
fue despreciado y marginado por ser cobrador de impuestos para Roma. ¿De qué
manera nuestra comunidad acoge a las personas despreciadas y marginadas?
3.
El encuentro de Jesús con Zaqueo nos recuerda una
experiencia tantas veces repetida: la de personas que cambiaron de vida después
de haber conocido a Jesús. ¿Conocemos a alguien que vivió esta experiencia?
¿Cuándo y dónde se dio lo sucedido en Jericó?
4.
¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida
hoy?
Compromiso
sugerido
Invitar a almorzar, cenar o tomar té a
alguien que sabemos que está solo y que se alegraría de recibir esta
invitación. Si no resulta estos días previos a la Navidad, podemos hacer el
firme propósito de hacerlo entre Navidad y Año Nuevo.
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