martes, diciembre 22, 2015

Navidad de la Misericordia-Séptimo día

Novena Navideña 2015: 

Navidad de la misericordia
P.Guillermo Carmona

Séptimo día: Quién se humilla será ensalzado - Volver a la casa perdonado.
Oración inicial
En el pobre y pequeño establo de Belén,
das a luz para todos nosotros al Señor del mundo.
Tal como muestras al Niño a pastores y reyes
y te inclinas ante él adorándolo y sirviéndolo,
así queremos con amor ser siempre sus instrumentos
y llevarlo a la profundidad del corazón humano. (HP, 343).
(Rezamos: Padre nuestro; 10 Ave Marías y gloria).
1. Texto bíblico: Lucas 18, 9-14
“Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: "Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas".
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!".
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”.
Después de la lectura dejamos un tiempo para la reflexión personal del texto escuchado o leído. Puedo comentar alguna de las siguientes preguntas:
¿Qué mensaje trae el texto?
¿Cómo lo interpreto?
¿Qué me dice a mí personalmente?
2. Reflexión
Jesús se remite a dos personajes conocidos de su tiempo, hermanos de sangre, de la misma raza, pero tan diametralmente opuestos, que cuesta reconocerlos como tales.
Dos personas, dos historias, dos actitudes y forma de rezar ante Dios. En consecuencia, también dos juicios diferentes de parte de Jesús.
Dos personas. Por un lado el fariseo: los fariseos pertenecían a una secta judía, que observaban al extremo la obediencia de las leyes y las formas. Estrictos en la forma de vivir, eran autoreferentes y críticos de frente a los demás judíos. Por sobre todo parecen enfermos de su yo.
Por el otro, un publicano. Los publicanos eran personas no gratas en Israel; se los consideraba indecentes porque a veces explotaban a los otros y les cobraban el impuesto que exigían los romanos. Por lo general eran tratados con odio y mucha bronca.
Dos actitudes:
La del fariseo, llena de soberbia, narcisismo y vanidad. ¡Cuantas veces él se refiere a sí mismo en su oración! Creía que era posible comprar el beneplácito de Dios por el cumplimiento de las reglas exteriores y se pavoneaba de hacerlo.
La del publicano, que reconocía su miseria, quizás su culpa y se humillaba, sabiendo que nadie podría ganar la cercanía de Dios sin considerarse un pecador. Y él tenía razones suficientes para sentirse así. Por eso le suplicaba a Dios misericordia y perdón.
Mientras el Fariseo “oraba consigo mismo”: sus oraciones no llegaban más allá del sonido de sus palabras, el Publicano realmente oraba de corazón: “Señor, sé propicio, que soy un pecador”.
Dos juicios de Jesús: uno, el publicano, volvió justificado; no así el fariseo. Solo el arrepentimiento y el perdón alivian. La soberbia siempre enferma.
Esta parábola quiere indicarnos la actitud con que debemos acudir a Belén. No llegamos allí porque hemos comprado la entrada a una obra de teatro, que distrae y aburguesa. Llegamos porque “somos justificados por la fe” (Rom 3,28). Nuestra colaboración en esa fe es la única condición ante la cual el Padre -y solamente Él-puede justificar.
Para llegar a Belén no hay que compararse con nadie, hay que reconocer la verdad sobre sí mismo y dejar que la mirada compasiva del Niño nos devuelva la salud. No quedarse en las meras apariencias, sino esperar que el juicio íntimo del Padre (“que ve en lo secreto”) nos legitime y autorice para adorar a su Hijo.
Llegamos a Belén porque somos pequeños. Como los pastores. Llegamos con la humildad, sabiendo que “aquél que se ensalza será humillado y quien se humilla será enaltecido”.
¿Habrá rezado María aquella noche nuevamente la oración que pronunció, cuando estuvo en la casa de Isabel y aún llevaba a Jesús en su vientre? Es probable:
“Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.” (Lucas 1, 50-53).
Preguntas para la reflexión
¿Por qué el publicano experimentó el agrado y la benevolencia divina? ¿Cómo interpreto yo a esa luz la justicia divina?
¿Por qué el que se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado?
¿Qué puede significar hoy, rezar con humildad?
¿De qué lado me ubico normalmente, del publicano o del fariseo?
Compromiso sugerido
Recordar alguna persona a quien he juzgado por su lejanía a la fe y que más tarde me ha dolido haberlo hecho. Rezar por ella.
Meditar el “Magnificat” de la Virgen, si es posible, en un lugar santo, por ejemplo, el Santuario del Hogar:
“María dijo entonces: ‘Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador,
porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡Su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre”. Lucas, 1, 46-55.

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