Introducción
“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”
La navidad despierta los sentimientos más amables de cada uno de
nosotros. Todo es familiar y cordial. Las tradiciones, muchas de ellas de
origen franciscano, tocan más el corazón que la mente. Basta recordar cómo se
alegra el alma al escuchar “Noche de paz” u otro villancico navideño. La
fantasía nos lleva a imaginarnos escenas del pesebre: el buey y el burrito que
calientan al Niño, San José extasiado contemplando el misterio y la
Virgen-Madre amamantando a Jesús. La pura teología, a veces fría y abstracta se
sorprende ante la presencia de los pastores, sus ovejas y el cántico de los
ángeles. Es el anhelo más profundo del universo: “Gloria a Dios en el cielo y
paz a los hombres de buena voluntad”.
Sin dejar de lado estas escenas, los invito este año a preparar la
fiesta, a partir del inicio del Evangelio de San Juan que escuchamos en la Misa
del 25 de diciembre. En este texto, la reflexión nos lleva a dimensiones casi
místicas…
“Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y
la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por
medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de
él. El no era luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el
mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les
dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la
voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como
Hijo único, lleno de gracia y de verdad.” Juan 1,1-14
Este texto nos acompañará a lo largo de este Novena Navideña que quiero
compartir con ustedes en este tiempo de adviento.
Primer día
“Al principio existía la Palabra y la Palabra era Dios. Todas las cosas
fueron hechas por medio de la Palabra” Padre, has enviado al Hijo como prenda
de tu amor.
Por amor se hizo carne y vino a nosotros en este mundo.
Por amor, a través de su Palabra, vive y continúa activo en nuestras
filas como fuente de la eterna verdad divina, llena de ardor y refulgente
claridad.
Es semilla que arraiga si cae en buen terreno; que trae fruto
centuplicado si penetra hondo en los corazones.
Padre, purifica nuestras almas, haz que escuchen la Palabra y realicen
dócilmente todo lo que entonan en nosotros sus sones.
Haz que la conservemos en nuestros corazones como lo hiciera nuestra
Reina de Schoenstatt, en quien penetró cual rocío del cielo, y que así
esperemos las bodas eternas.
Y alegres la llevaremos al mundo, que asombrado retendrá el aliento
y encontrará para siempre la paz de Dios que anunciaran los ángeles.
Amén.
(Del Hacia el Padre, 50.52.56-59).
Reflexión
Estamos en vísperas navideñas. Es la fiesta más universal, no sólo en
el mundo cristiano. Es el recuerdo del nacimiento de Jesucristo. Hay elementos
hermosos como el pesebre, el arbolito de Navidad, los regalos como símbolos del
regalo que es Jesús.
No todo es bueno en la Navidad occidental, la de los petardos y las
cañitas voladoras: la fiebre consumista, los excesos de comida pueden oscurecer
su significado profundo. Pero más que criticar la noche, nos interesa encender
la luz y prepararnos a vivirla mejor.
Para eso los invito a meditar las siguientes palabras de San Juan:
“Al principio estaba la Palabra y todas las cosas fueron hechas por
medio de la Palabra”.
El niño que nace en Belén es mucho más que el que cantan los
villancicos: “Ved que bello resplandor luce en el rostro del niño Jesús… Astro
de eterno fulgor, de su niño en angélica paz”.
Se trata de la identidad de quien nace en Navidad. No podría decirse
algo más grande en tan poco espacio.
1. La palabra es el medio de comunicación más usado. Por medio de ella
expresamos nuestras ideas, sentimientos, necesidades, temores. Si Jesucristo es
LA Palabra, significa que Él es quien nos comunica a Dios: nos lo da a conocer,
nos habla de su identidad, sus atributos, deseos y anhelos.
La revelación de Dios se fue desarrollando a lo largo de los siglos y
alcanzó su plenitud en Jesucristo: “En otros tiempos habló Dios a nuestros
antepasados muchas veces de muchas
maneras por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos últimos, nos
ha hablado por su Hijo» (Hebr 1,1-2).
2. Los profetas del Antiguo Testamento fueron portavoces que hablaron
de la grandeza, sabiduría y justicia de Dios y de su deseo de aliarse al
hombre. Pero todo estaba dicho como entre sombras. Con el nacimiento de Jesús,
se desveló el misterio. Él es la Palabra que nos comunica directamente, sin
tapujos la persona de Dios. Cristo es la ruptura del silencio. Todos los
fragmentos de revelación son como susurros del Dios Trino: “Jesucristo es el Verbo que salió fuera del silencio” (Ignacio
de Antioquía).
3. Juan nos dice que todas las cosas fueron hechas por medio de esa
Palabra. Si es así, la creación entera es una manifestación del Verbo. A través
de la misma podemos conocer mejor quién es Dios, cuál es su deseo. Por creación
entendemos no solamente lo inanimado, sino también las personas, la Iglesia, el
corazón humano. Frente a esta voz de la Palabra caben dos actitudes
fundamentales: la fe y entrega, o de incredulidad y el rechazo.
De no haber decidido dónde estamos, esta navidad nos ofrece la
oportunidad de acoger la Palabra y recibirla en el corazón. Quizás sea ésta la
decisión más trascendente de nuestra vida...
Un ejemplo de acogida la tenemos en los pastores que acuden presurosos
a ver al recién nacido, sin saber quizás que esta es la Palabra Eterna del Padre.
O el anciano Simeón, que se da cuenta del Mesías y reza una oración
maravillosa, la que hacemos nuestra también en este primer día de la novena
navideña:
“Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: ‘Ahora, Señor,
puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis
ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz
para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel’” (Lc
1,28-32).
Reflexión
1. ¿Qué aspectos son los que más valoro de la Navidad?
2. ¿He escuchado alguna vez “palabras” de Jesús que me hablaban al
corazón y me sirvieron para la vida?
3. ¿Qué palabra -palabras- intuyo que Jesús me dice en esta Navidad?
Peticiones, renovación de la Alianza y bendición final.
Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y
digámosle:
- Esperamos alegres tu venida: ven, Señor Jesús.
- Tú que existes antes de los tiempos: ven y salva a los que viven en
el tiempo
- Tú que creaste el mundo y a quienes en él habitan: ven y restaura tu
obra.
- Tú que no despreciaste nuestra naturaleza mortal: ven y arráncanos
del dominio de la muerte.
- Tú que viniste para que tuviéramos vida abundante: ven y danos vida
eterna.
- Tú que quieres congregar a todos los hombres en tu reino: ven y reúne
a cuantos desean contemplar tu rostro.
- Pedimos por nuestras intenciones personales
Pidamos ahora con confianza filial la venida del Reino del Padre:
“Padre nuestro…”
Renovemos ahora la Alianza con nuestra Madre: “Oh Señora mía
P.Guillermo Carmona
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