“El Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros”
En el pobre y pequeño
establo de Belén,
das a luz para todos
nosotros
al Señor del mundo.
Tal como muestras al
Niño a pastores y reyes
y te inclinas ante él
adorándolo y sirviéndolo,
así queremos con amor ser siempre sus
instrumentos
y llevarlo a la profundidad del corazón humano.
(Padre
nuestro… Dios te salve, María… )
(Hacia el Padre, 343)
Para meditar…
Hay
dos dimensiones del Niño que nace en Belén y hoy queremos meditar en la
cercanía a la Navidad:
1.
“El Verbo, la Palabra, se hizo carne”. El Concilio Vaticano II explica
esta frase de la siguiente manera: "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en
cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.
Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros,
semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (Constitución Pastoral,
Gaudium et Spes, 22).
Porque el Verbo se hace uno de nosotros, lo podemos tocar, ver, escuchar; llegar hasta Él y percibir su pequeñez y su grandeza. Es Él quien nos hace su familia. Al Dios que, por definición “nadie le ha visto jamás” se hace “abordable”, amigo, hermano. No amenaza ni agrede: en su rostro descubrimos la bondad, la misericordia y el cariño del Padre.
Porque el Verbo se hace uno de nosotros, lo podemos tocar, ver, escuchar; llegar hasta Él y percibir su pequeñez y su grandeza. Es Él quien nos hace su familia. Al Dios que, por definición “nadie le ha visto jamás” se hace “abordable”, amigo, hermano. No amenaza ni agrede: en su rostro descubrimos la bondad, la misericordia y el cariño del Padre.
Hacerse carne significa asumir la limitación, la
debilidad y la fragilidad humana. Esto no es secundario: Jesús conocerá nuestras
necesidades -“tengo sed”-, los
sufrimientos, la experiencia del fracaso, los anhelos y los sentimientos
humanos. Podrá llorar ante su amigo Lázaro, conmoverse ante el hijo muerto de
la viuda de Naín, sorprenderá a Zaqueo y andará por el Mar de Galilea,
provocando al viento y haciéndolo callar. Podrá alegrarse con los que se
alegran y manifestar su temor y su miedo: “¿Dios
mío, Dios mío, porque, me has abandonado?”; “Señor, haz que pase de mí este
cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Su encarnación no es simulacro, no es un disfraz de
carnaval. No es apariencia de lo humano sino real humanidad. Porque Jesús se
encarna, la vida del hombre -de cada hombre- recobra una enorme dignidad.
Al mismo tiempo nos sentimos
más responsables: volvemos la mirada y cercanía a los que sufren, a quienes están
abandonados o se hallan marginados. Nos hacemos prójimos de ellos y entablamos
un diálogo para encontrarlos y dejarnos enriquecer unos con los otros.
La razón última de su encarnación es el amor. No hay
razón humana, sino solamente la grandiosa misericordia del Padre. Es bueno
suplicarle: “Que nos haga hijos de Dios, Aquél que por nuestra causa se quiso
hacer Hijo del hombre” (San Agustín).
2. “Puso su morada entre nosotros”. Es una
gran noticia. En Navidad, se encuentra el llanto del mundo y también su alegría
y esperanza. El mundo vuelve a ser
cordial, se hace amable. Desde que Jesús nació en Belén la
creación se hace más buena. Podemos cultivar una visión positiva
de esta tierra.
Una
consecuencia inmediata de esta verdad es que comenzamos a mirar al mundo con
mejores ojos. La
creación se recrea al paso de Jesús. Al quedarse en medio nuestro, Jesús
lo santifica y le devuelve la belleza perdida
por el pecado original del hombre. Los
“gemidos de la creación” seguirán escuchándose hasta la plena libertad de los
hijos de Dios, pero ya no serán gemidos de muerte, sino dolores de parto hasta
que llegue el cielo nuevo y la tierra nueva que se promete en el Apocalipsis..
Es como si en toda la creación
hubiera huellas de lo divino. Las cosas se tornan transparentes y son
utilizadas por Jesús para hablarnos del Reino: Dios es el viñador y nosotros
los sarmientos; la higuera debe dar fruto y la semilla hay que sembrarla en
buen terreno; el Reino se parece a un grano de mostaza, o a la levadura que
mezcla la mujer para que surja la masa; el trigo debe sembrarse pero no hay que
angustiarse si también crece la cizaña,...
“Él
puso su morada en medio nuestro”, quiere compartir lo insignificante para que
percibamos lo grande. Él
nace pequeño, un niño, en un lugar pequeño -Belén- de una familia desconocida
de una ciudad desconocida, de un carpintero y de una mujer del pueblo. Nace en una
cueva de Belén mostrándonos que la grandeza de Dios no está en los palacios
sino en las carpas de campaña que levantamos como anticipo de la morada del
cielo...
Reflexionemos…
1)
¿Cómo
puedo darle sentido, en mi vida personal y social, al hecho de que Jesús se
hizo carne?
2)
Trata de
descubrir en tu entorno, durante las próximas 24 horas, la presencia de este
Dios encarnado.
3)
Contemplado
a Jesús “Verbo encarnado”, ¿qué decisión puedo tomar para mi vida personal,
familiar, laboral y/o social para el próximo año?
Peticiones, renovación de la Alianza y
bendición final.
Invoquemos
a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y digámosle:
- Esperamos alegres tu venida: ven, Señor
Jesús.
- Tú que existes antes de los tiempos: ven y
salva a los que viven en el tiempo
- Tú que creaste el mundo y a quienes en él
habitan: ven y restaura tu obra.
- Tú que no despreciaste nuestra naturaleza
mortal: ven y arráncanos del dominio de la muerte.
- Tú que viniste para que tuviéramos vida
abundante: ven y danos vida eterna.
- Tú que quieres congregar a todos los
hombres en tu reino: ven y reúne a cuantos desean contemplar tu rostro.
- Pedimos por nuestras intenciones
personales
- Pidamos ahora con confianza filial la
venida del Reino del Padre: “Padre nuestro…”
- Renovemos ahora la Alianza con
nuestra Madre: “Oh Señora mía… “
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