lunes, diciembre 22, 2014

Novena Navideña - Séptimo día


“El Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros”

En el pobre y pequeño establo de Belén,
das a luz para todos nosotros
al Señor del mundo.
Tal como muestras al Niño a pastores y reyes
y te inclinas ante él adorándolo y sirviéndolo,
así queremos con amor ser siempre sus instrumentos
                          y llevarlo a la profundidad del corazón humano.
                          (Padre nuestro… Dios te salve, María… )
(Hacia el Padre, 343)

Para meditar…

            Hay dos dimensiones del Niño que nace en Belén y hoy queremos meditar en la cercanía a la Navidad:
1. “El Verbo, la Palabra, se hizo carne”. El Concilio Vaticano II explica esta frase de la siguiente manera: "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (Constitución Pastoral, Gaudium et Spes, 22).
            Porque el Verbo se hace uno de nosotros, lo podemos tocar, ver, escuchar; llegar hasta Él y percibir su pequeñez y su grandeza. Es Él quien nos hace su familia. Al Dios que, por definición “nadie le ha visto jamás” se hace “abordable”, amigo, hermano. No amenaza ni agrede: en su rostro descubrimos la bondad, la misericordia y el cariño del Padre.
Hacerse carne significa asumir la limitación, la debilidad y la fragilidad humana. Esto no es secundario: Jesús conocerá nuestras necesidades -“tengo sed”-, los sufrimientos, la experiencia del fracaso, los anhelos y los sentimientos humanos. Podrá llorar ante su amigo Lázaro, conmoverse ante el hijo muerto de la viuda de Naín, sorprenderá a Zaqueo y andará por el Mar de Galilea, provocando al viento y haciéndolo callar. Podrá alegrarse con los que se alegran y manifestar su temor y su miedo: “¿Dios mío, Dios mío, porque, me has abandonado?”; “Señor, haz que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Su encarnación no es simulacro, no es un disfraz de carnaval. No es apariencia de lo humano sino real humanidad. Porque Jesús se encarna, la vida del hombre -de cada hombre- recobra  una enorme dignidad.
Al mismo tiempo nos sentimos más responsables: volvemos la mirada y cercanía a los que sufren, a quienes están abandonados o se hallan marginados. Nos hacemos prójimos de ellos y entablamos un diálogo para encontrarlos y dejarnos enriquecer unos con los otros.
La razón última de su encarnación es el amor. No hay razón humana, sino solamente la grandiosa misericordia del Padre. Es bueno suplicarle: “Que nos haga hijos de Dios, Aquél que por nuestra causa se quiso hacer Hijo del hombre” (San Agustín).

2. “Puso su morada entre nosotros”. Es una gran noticia. En Navidad, se encuentra el llanto del mundo y también su alegría y esperanza. El mundo vuelve a ser cordial, se hace amable. Desde que Jesús nació en Belén la creación se hace más buena. Podemos cultivar una visión positiva de esta tierra.  
Una consecuencia inmediata de esta verdad es que comenzamos a mirar al mundo con mejores ojos. La creación se recrea al paso de Jesús. Al quedarse en medio nuestro, Jesús lo santifica y le devuelve la belleza perdida por el pecado original del hombre.  Los “gemidos de la creación” seguirán escuchándose hasta la plena libertad de los hijos de Dios, pero ya no serán gemidos de muerte, sino dolores de parto hasta que llegue el cielo nuevo y la tierra nueva que se promete en el Apocalipsis..
Es como si en toda la creación hubiera huellas de lo divino. Las cosas se tornan transparentes y son utilizadas por Jesús para hablarnos del Reino: Dios es el viñador y nosotros los sarmientos; la higuera debe dar fruto y la semilla hay que sembrarla en buen terreno; el Reino se parece a un grano de mostaza, o a la levadura que mezcla la mujer para que surja la masa; el trigo debe sembrarse pero no hay que angustiarse si también crece la cizaña,...
“Él puso su morada en medio nuestro”, quiere compartir lo insignificante para que percibamos lo grande. Él nace pequeño, un niño, en un lugar pequeño -Belén- de una familia desconocida de una ciudad desconocida, de un carpintero y de una mujer del pueblo. Nace en una cueva de Belén mostrándonos que la grandeza de Dios no está en los palacios sino en las carpas de campaña que levantamos como anticipo de la morada del cielo...

Reflexionemos…
1)      ¿Cómo puedo darle sentido, en mi vida personal y social, al hecho de que Jesús se hizo carne?
2)      Trata de descubrir en tu entorno, durante las próximas 24 horas, la presencia de este Dios encarnado.
3)      Contemplado a Jesús “Verbo encarnado”, ¿qué decisión puedo tomar para mi vida personal, familiar, laboral y/o social para el próximo año?

Peticiones, renovación de la Alianza y bendición final.
Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y digámosle:

-      Esperamos alegres tu venida: ven, Señor Jesús.
-      Tú que existes antes de los tiempos: ven y salva a los que viven en el tiempo
-      Tú que creaste el mundo y a quienes en él habitan: ven y restaura tu obra.
-      Tú que no despreciaste nuestra naturaleza mortal: ven y arráncanos del dominio de la muerte.
-      Tú que viniste para que tuviéramos vida abundante: ven y danos vida eterna.
-      Tú que quieres congregar a todos los hombres en tu reino: ven y reúne a cuantos desean contemplar tu rostro.
-      Pedimos por nuestras intenciones personales

  • Pidamos ahora con confianza filial la venida del Reino del Padre: “Padre nuestro…”

  • Renovemos ahora la Alianza con nuestra Madre: “Oh Señora mía… “



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