“El no era la luz, sino el testigo de la luz”
Tu santuario es nuestro
Nazaret
donde el Sol de Cristo
irradia su calor.
Con su luz clara y
transparente da forma a la historia
de la Sagrada Familia, y, en
la venturosa unión familiar,
suscita una santidad
cotidiana fuerte y silenciosa.
Para bendición de tiempos
desarraigados,
en este Nazaret Dios trae
salvación a las familias.
Allí donde los hombres se
consagran a Schoenstatt,
él quiere regalar con
clemencia santidad de la vida diaria.
Haz que Cristo brille en
nosotros con mayor claridad;
Madre, únenos en comunidad
santa;
danos constante prontitud
para el sacrificio,
así como nos lo exige
nuestra santa misión. Amén.
(Del Hacia el Padre,
191,194).
Para meditar…
En el tiempo del Adviento, cerca de
la Navidad, la liturgia nos invita a mirar a esta persona tan especial que es
Juan Bautista, meditar su vida, sus palabras, su enseñanza.
Si él viviese en nuestro tiempo,
habría escrito un sugerente artículo: “El Mesías ya ha llegado, está en medio
de ustedes, pero ustedes no lo conocen”. Lo hubiera firmado: “el Precursor”.
Los medios habrían recurrido a él para saber de quién se trata.
Juan no pasaba desapercibido: se
vestía con piel de camello, se alimentaba austeramente y tenía una voz que
parecía un trueno. Su luz, su presencia y su lenguaje, atraía a mucha gente
hacia el Jordán. Los cuatro evangelistas nos hablan de él y en el Prólogo de
San Juan se afirma que “Hubo un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan.
Éste venía como testigo para dar testimonio de la luz… Él no era él la luz,
sino testigo de la luz”.
Esta frase describe la misión de
Juan Bautista: anunciar, decirle a la gente que no había tiempo que perder, que
había que ir al encuentro de Aquél, el “esperado de las naciones”, el Mesías y
Redentor.
Un día los judíos enviaron emisarios
a Juan para preguntarle por su identidad: “¿Eres tú el Mesías, o Elías, o un
profeta?”. Su respuesta no dio pie a malentendidos: no soy el Mesías, ni Elías,
ni un profeta. Soy sólo una voz que clama en el desierto y anuncia la llegada
del Señor. Hay que prepararse para recibirlo, hay que allanar los senderos y
rellenar las colinas.
La misión del Bautista es también hoy
nuestra misión: ser testigos de Jesús, iluminar el camino que conduce a Él.
En
estos días previos al nacimiento queremos asumir el legado del Bautista: ponernos
en camino con el corazón limpio y puro, con la actitud de los pastores, necesitados de la protección y el cariño de
su Dios.
¿Cómo
hacerlo? Hay que acercarse a Jesús con el corazón de Juan: coherente, sincero,
vaciado de sí mismo, humilde y hambriento de Dios. Su estrella palidece
mientras irrumpe el sol de Jesús.
El
mensaje del Bautista nos impele a ser nosotros también testigos de Jesús. En
estos días previos a la Navidad, llevemos a las personas con quienes estamos en
contacto la buena noticia que el Bautismo anticipaba. Hay Alguien que vino, que
viene y que vendrá: es la Alianza de Dios con los hombres. ¡Hay que recibirlo!
Reflexionemos…
1) La misión de Juan Bautista nos toca realizarla hoy
a nosotros. ¿Cómo la podemos concretar?
2) ¿Cómo preparar el camino? ¿Será venciendo el
egoísmo, perdonando a quien no hemos perdonado, siendo generoso, buscando un
momento al día para hacer oración, viviendo con alegría los contratiempos…
¿Cuáles de estas acciones me llevan a preparar el camino? ¿O qué otras formas
tengo para hacerlo?
3) ¿Cómo interpretar la frase de Benedicto XVI: “¡No
tengan miedo de Cristo! El no quita nada y lo da todo”?
Peticiones, renovación de la Alianza y
bendición final.
Invoquemos
a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y digámosle:
- Esperamos alegres tu venida: ven, Señor
Jesús.
- Tú que existes antes de los tiempos: ven y
salva a los que viven en el tiempo
- Tú que creaste el mundo y a quienes en él
habitan: ven y restaura tu obra.
- Tú que no despreciaste nuestra naturaleza
mortal: ven y arráncanos del dominio de la muerte.
- Tú que viniste para que tuviéramos vida
abundante: ven y danos vida eterna.
- Tú que quieres congregar a todos los
hombres en tu reino: ven y reúne a cuantos desean contemplar tu rostro.
- Pedimos por nuestras intenciones
personales
- Pidamos ahora con confianza filial la
venida del Reino del Padre: “Padre nuestro…”
- Renovemos ahora la Alianza con
nuestra Madre: “Oh Señora mía… “
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