jueves, diciembre 18, 2014

Novena Navideña. Tercer día



“La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la percibieron”

Tu santuario es nuestro Belén, en cuya aurora Dios se regocija.
Allí diste a luz virginalmente al Señor,
quien te eligió por Madre y Compañera.
En esa admirable fecundidad nos trajiste al Sol de Justicia.
Para que nuestro tiempo pueda mirar la Luz eterna,
erigiste benignamente a Schoenstatt.
Como Enviada de Dios y Portadora de Cristo, quieres, desde el santuario,
recorrer el mundo en tinieblas.
Con alegría sumerge nuevamente al Señor en mi alma, y,
al igual que tú, me asemeje a él en todo;
hazme portador de Cristo a nuestro tiempo para que se encienda
en el más luminoso resplandor del sol.
El universo entero con gozo glorifique al Padre,
le tribute honra y alabanza por Cristo, con María,
en el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
(Del Hacia el Padre, 186-190).

Para meditar…

La Navidad no se trata solo de hacer regalos o de organizar un festín, nos recuerda el Papa Francisco. Y no podemos negar que muchas veces pareciera que la Navidad la tenemos que buscar en el shopping o en el supermercado.
Los cristianos sabemos que la Navidad es mucho más que eso. Es el nacimiento del Esplendor, de la Luz. Su llegada iluminó la oscuridad y proclamó la Verdad.
“De la luz que es el Padre salió la luz que es el Hijo” (S. Hipólito). Y este Hijo hecho hombre es la “luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn. 1, 9). San Pablo dirá que gracias a la luz llegamos a ser “luz en el Señor” e “hijos de la luz” (Ef 5, 8).
Seguramente podemos recordar momentos de oscuridad. Hay oscuridades físicas y hay  oscuridades del alma y del espíritu. Da miedo y causa angustia caminar en las tinieblas. Vivir en la mentira, el odio y el desamor es vivir en la noche.
Llegar al pesebre es llegar a la Luz, por eso, en este tiempo navideño, deberíamos vivir tres procesos: recibir la Luz, vivir en esa Luz y testimoniar o portar la Luz.

a. Recibir la Luz. Recibimos a Jesús en la Eucaristía, sol espiritual que ilumina y da calor; lo recibimos en la oración, en el contacto con personas que nos regalan luz y acogiendo al pobre, al indigente y al humilde. Es bueno recibir la luz que hay también en el mundo: a pesar de sus miserias, Dios se ha encarnado en un mundo que tiene cosas bellas.

b. Vivir en la luz es vivir en la verdad. Es preciso “dejar las cosas de la noche y andar en pleno día, a plena luz”, como decía San Pablo. Ser transparente, mostrarse como uno es y no andar con meras apariencias. Ser de una sola pieza, auténtico y transparente.

c. Transmitir la luz es hablar a los demás de Jesucristo, ser misionero en un mundo que aprecia la luz pero no sabe dónde hallarla. Es poner esperanza en medio de la desesperanza, amor en medio del desamor, comunión en medio de las discordias… Schoenstatt es un movimiento que quiere vivir en esa Luz e iluminar los ambientes con la luz de María y de su Hijo: "centinelas del mañana" (Is 21,11-12), centinelas de la luz.

Reflexionemos…

1. ¿Qué tinieblas ensombrecen nuestros ambientes?
2. Agradecidos por las luces que hemos constatado, nos preguntamos ¿cómo incrementarla, aprovechando la gracia y aportando nuestro esfuerzo?
3. El Santuario es fuente de luz ¿Cómo podemos ser portadores de la luz del Santuario para otros?

Peticiones, renovación de la Alianza y bendición final.

Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y digámosle:
- Esperamos alegres tu venida: ven, Señor Jesús.
- Tú que existes antes de los tiempos: ven y salva a los que viven en el tiempo
- Tú que creaste el mundo y a quienes en él habitan: ven y restaura tu obra.
- Tú que no despreciaste nuestra naturaleza mortal: ven y arráncanos del dominio de la muerte.
- Tú que viniste para que tuviéramos vida abundante: ven y danos vida eterna.
- Tú que quieres congregar a todos los hombres en tu reino: ven y reúne a cuantos desean contemplar tu rostro.
- Pedimos por nuestras intenciones personales
  •  Pidamos ahora con confianza filial la venida del Reino del Padre: “Padre nuestro…”
  •  Renovemos ahora la Alianza con nuestra Madre: “Oh Señora mía… “


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