El sacramento del matrimonio
Padre Nicolás Schwizer
N° 187 - 01 de diciembre
de 2016
A través del sacramento, el matrimonio pasa a ser un signo
eficaz del amor y la unidad de Cristo y la Iglesia. El matrimonio
se transforma en un retoño de la vid, pronto a dar fruto.
El matrimonio es signo en cuanto está llamado a amar de la misma forma, con la misma
intensidad, que Cristo ama a su Iglesia. Está llamado a estar unido como el
cuerpo a la cabeza o como la vid a los sarmientos.
Puede ser un signo eficaz solamente porque participa de
ese “misterio” de amor y de unidad entre Cristo y la Iglesia. Entonces
el matrimonio mismo se transforma en una fuente de gracias que capacita a los
esposos para llevar a la plenitud su amor conyugal, para superar las crisis y
llevar con amor las cruces, para ser buenos padres para sus hijos.
De allí que el sacramento del
matrimonio posee una función santificadora para los esposos y a través de ellos
para toda la familia y la sociedad. La relación entre el varón y la mujer en el
matrimonio, el consentimiento esponsalicio no es tan sólo imagen de la relación
entre Cristo y su Iglesia, sino una representación
real de la misma. Es aquí donde incorporamos al matrimonio en el orden
sobrenatural, y por lo cual nos encontramos con la realización del matrimonio
como Iglesia en pequeño.
El matrimonio es un gran sacramento porque representa como
ningún otro en forma real y única la relación que existe entre Cristo y la Iglesia.
El efecto del sacramento del matrimonio es permanente, no se reduce al momento de recibirlo, sino que dura
toda la vida matrimonial y será más o menos fecundo en la medida que uno se
predisponga a recibir dicha gracia. Cristo mismo vive, ama y obra el matrimonio
cristiano.
También la sexualidad y la relación
matrimonial participan de este mundo sobrenatural y son una ayuda en el camino
a la santidad. Por supuesto, siempre que vayan unidos a un amor afectivo y
espiritual, respetándose el uno al otro.
El matrimonio es un sacramento de los laicos. Por lo menos en cuanto a
Qué importante es esta afirmación para nuestra
espiritualidad laical, ella quiere ser en primer lugar una espiritualidad
matrimonial y familiar. El Santo Padre también acentúa esta perspectiva a
través de varias encíclicas.
El sacramento del matrimonio tiene también una función social. Es un “sacramento de
edificación”, tanto de la
Iglesia como de la sociedad. El hombre recibe su código
genético heredado de sus padres, recibe una educación en la que se transmiten
valores y hábitos de vida y la familia se transforma en la célula germinal de
toda sociedad y de la Iglesia.
Con el desarrollo de la sicología bien sabemos hoy de
este valor social de la familia, pero muchas veces no somos consecuentes con el
mismo en nuestro actuar y le dedicamos demasiado poco tiempo y reflexión acerca
de la educación de nuestros hijos.
En este mundo secularizado que se aleja cada vez más
de Cristo el matrimonio se transforma en signo y camino del amor de Dios, para
comprender y vivir esa profunda alianza de amor entre Cristo y su Iglesia: ese
amor fiel, exclusivo, permanente, totalizante y fecundo.
Hoy para muchos jóvenes la fidelidad se les ha convertido como una realidad inalcanzable y cuestionan en su esencia la institución matrimonial. La fe en Jesucristo, en su gracia que nos santifica, es la fuerza que necesitan nuestros jóvenes y nuestros matrimonios en el camino hacia la santidad.
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