jueves, abril 07, 2016

Reflexiones

Dos clases de alegría

Padre Nicolás Schwizer
Nº 179 - 01 de abril de 2016

La alegría es una característica del cristiano o por lo menos debería notarse. Lo creo importante sobre todo en este momento actual, con su grave crisis económica y social, sus inseguridades y preocupaciones. Esta situación nos invita no sólo a más sencillez y austeridad en nuestro estilo de vida, a una esperanza y confianza más heroica en la Virgen María, sino que nos invita también a una marcada alegría cristiana y mariana. Nosotros, los hijos mimados de la Virgen María, no podemos vivir en un pesimismo o un desánimo frustrante. Tenemos que alzar la cabeza, creer en la victoriosidad de Dios y cultivar la alegría. El cristiano no puede vivir al margen de la alegría.

Miremos al cristiano light. Él no tiene ni felicidad ni alegría, aún teniendo materialmente casi todo. Lo que hay en él es, primero, bienestar, la fórmula moderna de la felicidad. Porque él piensa que es mejor tener que ser. Y lo segundo que hay en él es placer, pero sin alegría. Y la forma suprema del placer es la sexual, la satisfacción rápida, sin problemas y sin amor.

Frente a esta imagen torcida de la felicidad humana, el Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, dice que el ser humano no puede existir, a lo largo, sin la alegría, sin la felicidad. “El que no cultiva la alegría, echa a perder su carácter hasta la médula”. Y los monjes del siglo IV describían así las consecuencias de la tristeza: “Quien es triste está poseído por el diablo”.

Esencia de la alegría. ¿Qué es la alegría? El Padre Kentenich, solía dar una definición filosófica: “Alegría es el reposo de nuestra facultad apetitiva en la posesión o la espera segura de un bien”. Puede tratarse de un bien sensible, un bien espiritual o un bien sobrenatural, divino.

Dos clases de alegría. No podemos tener, en cada momento, la misma alegría desbordante. El Padre Kentenich distingue, dos clases de alegría: la alegría de fiesta o de domingo, y la alegría cotidiana.

La alegría de domingo se da cuando el alma está traspasada de alegría, cuando el corazón descansa plenamente en Dios.

La alegría cotidiana es un silencioso y tranquilo saberse cobijado en la voluntad de Dios, también cuando las tormentas asaltan el corazón.

El Padre Kentenich nos invita a mirar la vida de la Virgen María bajo el aspecto de esa alegría permanente, a la luz del Rosario. Los misterios gozosos y los gloriosos encierran alegría de fiesta. Los misterios dolorosos son alegrías cotidianas. ¿Cómo debemos entender esto último? Hemos de ver todo, también el sufrimiento, como un don de amor del Padre Dios. Hemos de alegramos también cuando la naturaleza está llena de sufrimientos. Sin duda, es lo más difícil, pero también lo más fecundo.

Antes de canonizar a alguien, se examinan sus virtudes. Y se examina también su grado de heroísmo en la alegría: ¿Ha tenido una naturaleza alegre? ¿Ha sido un santo alegre o un santo triste?

El cristiano alegre tiene que ser alegre e irradiar su alegría a todos los que le rodean. Su lema de vida tiene que ser: “Nada me quitará la alegría”. Debemos crear o mantener un reino de alegría en nuestras familias, en nuestros ambientes apostólicos. El Padre Kentenich nos advierte con mucha claridad: “en una comunidad reina a la larga, o la atmósfera de la alegría o la atmósfera del pantano. Una cosa intermedia no es posible”.

Preguntémonos, por eso:
¿Somos alegres, optimistas que ven también el lado bueno de las cosas? ¿O somos más bien pesimistas, andamos como las vacas siempre cabizbajos?
¿O dependemos en cada instante de nuestros estados de ánimo: hoy alegres y contentos, mañana deprimidos y con mal genio?

¿Soy protagonista de una auténtica alegría y felicidad en mi familia, mi apostolado y en todos los ambientes en que me estoy moviendo?

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