jueves, abril 28, 2016

El Puente N° 4 / 2016 - ALMA Y CORAZON

ALMA Y CORAZON: cultivando la cultura de la alianza, cultivando la cultura del encuentro

LA MISERICORDIA DEL PADRE: 
La parábola del hijo pródigo

Aporte de Elizabeth Ortigoza 
Curso 2 - Región Paraguay

"El abrazo de Dios es lo único que sana el alma. Sólo ese abrazo cura las heridas, limpia el polvo del camino, fortalece los músculos cansados, consuela los ojos que han llorado. Sólo ese abrazo es esperanza, plenitud, gozo. Sólo ese abrazo colma el corazón herido. Sólo entonces el hijo es verdaderamente hijo.”






La parábola del hijo pródigo, es una de las tres parábolas conocidas con el nombre de parábolas de la misericordia que se encuentran en el Evangelio de San Lucas. Estas tres parábolas son: la del Buen Pastor, la del hijo pródigo y la de la dracma perdida. Las tres parábolas tienen mucho en común:

En las tres algo se pierde (una oveja, un hijo, una moneda).
En las tres hay alguien que siente esa pérdida y que busca o espera (el pastor, el padre, la mujer).
En las tres la búsqueda o la espera se realizan con constancia y paciencia.
En las tres el encuentro con lo que se perdió produce una profunda alegría.

1. ¿A quiénes dirige Jesús esta parábola?

¿Por qué Jesús pronuncia estas parábolas? ¿En qué contexto lo hace? La respuesta está en la primera frase:
“En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos.”

La parábola la escuchan dos grupos opuestos de personas, a quienes Jesús quiere dar una lección: los fariseos y escribas que saben mucho de leyes pero poco de amor y compasión, y que presentan una actitud dura y justiciera frente a los publicanos y pecadores que se acercaban a escuchar. El verdadero rostro de Dios había sido desfigurado por los maestros y doctores de la Ley, por el rigor impuesto en el cumplimiento de la misma por los fariseos.

También nosotras, como cristianas, muchas veces desfiguramos el verdadero rostro de Dios y lo vemos y lo transmitimos como un Dios duro, celoso de su justicia, alguien que limita nuestra libertad, que mira constantemente qué pecado cometemos y que al final, será un juez implacable. Muchas veces lo vemos como un tirano que condena, como un soldado que vigila constantemente, día y noche.

Con esta parábola, Jesús nos presenta el verdadero rostro de Dios: Él es el Padre que ama y que nos regala su misericordia. En labios de Jesús, “Yahvé” y “Dios” ceden paso al “Padre”.

2. Analicemos los personajes de la parábola

El hijo menor: Es sobre quien, aparentemente, gira toda la historia.

Es ingrato y egoísta: no le importa herir a su padre con el abandono; faltarle el respeto solicitando su parte de la herencia (en esa época, esto era como considerar muerto al padre).
Derrochador y vividor: se da a la mala vida y dilapida su herencia en placeres. Vive como un “libertino”, por lo que, su mayor pecado, no está en haber reclamado su herencia, sino en su libertad mal utilizada.
Calculador e interesado:¿Qué mueve al hijo menor a regresar junto a su padre? Ni siquiera es el amor filial, sino la necesidad. Humillado y en la miseria, se da cuenta que puede estar mejor si regresa a la casa paterna; pero su decisión no está guiada por el amor, sino por una actitud interesada. Se arrepiente “racionalmente”, pero no de corazón. Por eso prepara una disculpa para su padre pidiéndole que lo tome como trabajador. Tiene miedo que su padre lo castigue, por eso el mismo se impone el castigo: “ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Cuando llega a su casa y se encuentra con el perdón y la misericordia de su padre, recién allí experimenta la verdadera conversión del corazón.

En la parábola, el hijo menor nos representa a todos nosotros los seres humanos, que por el pecado constantemente nos estamos alejando del amor de Dios, y que muchas veces volvemos a Él solo por miedo o necesidad, y no por estar verdaderamente arrepentidos. En el contexto en que Jesús relata esta parábola, son los publicanos y pecadores que se acercaban a escucharle.

El padre: Es el verdadero personaje de la parábola.

Es un hombre bueno: es la personificación de la bondad y la caridad. No se enoja con su hijo; no lleva en cuenta todo lo malo que éste hace.
Es respetuoso: no discute la decisión y deseo de su hijo.
Confía en su hijo: por eso lo espera día tras día.
Se compadece de su hijo: al ver las condiciones en las que llega, se conmueve por su situación.

El padre es el personaje central de la historia. Representa a Dios Padre y fundamentalmente su atributo de la misericordia. Es el Amor que espera que volvamos a Él, solo para que pueda seguir amándonos.

El hijo mayor: Es el que menos participa en la historia.

Es un hombre trabajador: lo sabemos porque estaba trabajando en el campo cuando volvió su hermano.
Es fiel y obediente a su padre: lo honra con su conducta, pero le sirve como un jornalero más, esperando siempre su “paga”, su recompensa por lo que hace.
Es justiciero y sensato: frente a lo que hace su hermano, espera que su padre lo castigue, y cree verdaderamente que merece ser castigado.
No es compasivo con su hermano: reclama que su padre lo reciba con los brazos abiertos y que ¡encima le haga una fiesta!
Es también un hijo interesado: al reprocharle al padre lo que hace por su hermano, nos muestra que el cariño hacia su padre en realidad es interés por lo que él le pueda dar. No es un amor que corresponda a otro amor.

El hijo mayor representa en la parábola a las personas rígidas y legalistas, más dispuestas a castigar que a perdonar, y que no saben acoger en su corazón al que se ha equivocado. Representa a los hijos de Dios que se consideran a sí mismos justos y fieles y que dicen someterse en todo a la voluntad del Padre, pero sus actos no están movidos por el amor. El verdadero sentido de este personaje es mostrar cómo las personas fieles a Dios, no están exentas de caer en el pecado, en este caso, la soberbia. En el escenario de Jesús, ser refiere a los fariseos y escribas, a los maestros de la Ley, los que le critican porque Él se junta con pecadores.

3. ¿Qué nos enseña Jesús con esta parábola?

Son varias las enseñanzas que podemos obtener de este pasaje de las Sagradas Escrituras:


Jesús nos revela el verdadero rostro de Dios: “Por más que en la parábola no se encuentre la palabra “misericordia”, esta “es expresada allí de una manera particularmente límpida,… mediante la analogía que permite comprender más plenamente el misterio mismo de la misericordia en cuanto drama profundo, que se desarrolla entre el amor y prodigalidad del padre y el pecado del hijo” (DM 5). El amor misericordioso del padre es expresado de una manera singularmente impregnada de amor: “le salió al encuentro conmovido, le echó los brazos al cuello y le besó”.

En la parábola Jesús quiere mostrarnos los sentimientos más íntimos que tiene para con su Padre. Esos sentimientos nos muestran cómo es el verdadero Dios: un Padre infinitamente bueno, comprensivo, misericordioso. Así también se expresa en la segunda carta a los Corintios: “es un Padre lleno de ternura, Dios del que viene todo consuelo” (2 Cor 1,3).

Por eso, cuando Jesús nos habla del hijo menor o del hijo mayor lo hace únicamente para describirnos cómo es el corazón de Dios. En el relato, Jesús no nos habla de un muchacho que se arrepiente después de haber hecho las canalladas más grandes con su padre, o de un hijo que “siempre” ha sido fiel con su padre, sino de que quiso mostrarnos un Padre maravilloso, extraordinario, único, que se desvive por cada uno de sus hijos y espera que lleguen hasta él.

Jesús destaca el regalo de la libertad: En la parábola, los dos hijos representan a la humanidad entera;  uno a los pecadores que se alejan de la voluntad del Padre y el otro a los que se someten a esta, pero ambos son merecedores de la herencia paterna. El padre respeta y acepta la determinación que su hijo toma por su libre albedrío, le reparte su herencia y lo deja marcharse. Esta imagen nos presenta a un Dios que no es dictador, que nos muestra el camino, nos da su heredad pero nos deja libres para que escojamos nuestro destino.

Jesús nos enseña cómo es el amor misericordioso: La misericordia tiene la forma interior del amor. Y quien es objeto de misericordia no se siente humillado, sino como hallado de nuevo y “revalorizado”. El amor misericordioso del Padre no se deja vencer por el mal, sino que “vence el mal con el bien” (Rm 12,21). Por eso, ni siquiera le deja pronunciar al hijo el discurso que tenía preparado y lo cubre totalmente con su amor misericordioso.

Jesús nos muestra cómo obra Dios con los pecadores y con los fieles que caen en pecado: frente al pecado abominable del hijo menor, el Padre despliega su misericordia y manifiesta abiertamente su cariño hacia él y su alegría por haberlo recobrado. Con esta imagen Jesús nos quiere mostrar cómo Dios, incluso sabiendo que la conversión no es completa y que puede haber un trasfondo, sale en busca de aquel que lo necesita y lo llama, aceptándolo sin reprocharle su descarrío, su indiferencia o su pecado. Por más sea perverso y sinvergüenza que sea, ese hijo nunca pierde su condición de hijo del Padre.

Por otra parte en su diálogo con el hijo mayor, en el obrar del padre se transluce cómo Dios no descuida a aquellos que lo han seguido justamente y cómo ante el pecado de los justos su reclamo es tierno pero firme.

Jesús nos invita a vivir como verdaderos hijos, aprendiendo a perdonar: Son muchos los cristianos que no conocen su condición de “hijos del Padre Dios”. Para la mayoría de ellos, la relación con Dios no pasa de un puro respeto a su Creador, porque nunca han descubierto el corazón del Padre. Descubrir el corazón del Padre es descubrir nuestra filiación, y especialmente aprender que necesitamos ser misericordiosos como Él lo es con nosotros. Sólo quien conoce a Dios y le ama como a su Padre es capaz de entender y gustar lo que es el perdón, de otorgar el perdón y ser misericordioso con los demás.

4. Trabajo de reflexión 

Reflexionar sobre las siguientes preguntas:

¿Con cuál de los personajes de la parábola me identifico más? ¿Por qué?
La parábola tiene un doble llamado para nosotras, seguidoras de Cristo:
-  Nos invita a sentirnos verdaderas hijas amadas de Dios Padre
- Nos invita a parecernos al Padre en nuestras relaciones con los demás: siendo pacientes, compasivas, generosas, y alegrándonos cuando “un hijo regresa”.
Enumero tres situaciones de la vida cotidiana en las cuales puedo responder de forma más auténtica a este doble llamado.
Saco un propósito concreto para poner en práctica este doble llamado, para procurar vivir la misericordia en mi vida cotidiana.

Eli Ortigoza

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