sábado, noviembre 15, 2008

“La palabra autoridad ha perdido su inocencia ¿Es posible rescatarla?”
P. Guillermo Carmona

Nos molesta y cuestiona la caricatura de la autoridad en los diversos campos de la vida: familiar, social, político, jurídico. Nos duele la mentira institucionalizada, la incoherencia, la falta de honestidad y credibilidad: las “valijas voladoras”, el dinero extranjero y nacional para las campañas políticas, los ajustes de cuentas, los juicios inconclusos, el enriquecimiento descarado… El botón de prueba, y que toca el bolsillo de cada persona, es la inflación. Cuando en enero de 2007 el Indec comenzó a manipular el índice de precios, surgió la sorpresa y la protesta. Diarios afines y lejanos al gobierno consignaron la mentira y denunciaron las incongruencias. “Las modificaciones se extendieron como una metástasis y los analistas creen que el IPC real duplica el oficial”, consignaba entonces un comentarista político.

La urgencia de contar con buenos dirigentes
El clamor por autoridades que despierten adhesión y confianza se presenta hoy -a diferencia de otros tiempos- con especial urgencia. Estamos en tiempos de “cambios epocales” (José Kentenich), con sus “dolores de parto” y búsqueda de una nueva cultura, concepción y práctica de la autoridad. Un desafío especial se percibe en la familia: los padres no son artículos de lujo que pueden estar o no en el ajuar de nuestros hogares. Son piezas esenciales para la convivencia humana, para la sanidad y estabilidad de las personas.

Tareas de la autoridad y sus incongruencias
La primera tarea de la autoridad -en el hogar, la escuela y el ámbito público- es promover el orden y la justicia. Nos cuesta ver cómo la ley no se valora, se la burla y ridiculiza. Los ciudadanos y el gobierno estamos en deuda cuando no la respetamos. Cuando cunde la “anomia” (etimológicamente: “sin norma”) es decir, la incapacidad de aplicar los medios y las consecuencias lógicas de su no cumplimiento, rige la ley de la jungla, del más fuerte, del matón.

Una segunda tarea de la autoridad es garantizar la seguridad y la paz. Los niveles de inseguridad en nuestra patria afectan a todos, sin distinción del grupo social y del lugar donde se habita. Los estudios comparativos -respetando sus márgenes de error- indican que la cantidad de delitos aumentó considerablemente en la Argentina, como también el número de armas en el mercado negro. Si bien hay países donde la violencia es mayor, estudios serios afirman que la conciencia de inseguridad de los argentinos es una de las más altas del mundo.

Una tercera misión de la autoridad es el servicio a la vida ajena. La palabra “vida” tiene diversas acepciones: física, psíquica, espiritual y social; comienza en el seno de la madre y se prolonga hasta la muerte natural. La autoridad debe aprender a servir: ella no está para fagocitarse a sí misma, sino para ayudar al bien común. La prensa ha sacado a relucir cómo la autoridad se ha aprovechado del poder para acumular dinero y hacerse rico. Es difícil no contaminarse con las tentaciones cotidianas del dinero. El desafío es superar la usura y ayudar a todos: las desigualdades -muchas veces aberrantes y al alcance de la mano- gritan al cielo por una mayor justicia. Basta visitar las escuelas de zonas marginales o sencillas y compararlas con aquellas ubicadas en barrios cerrados o "countries".

El desafío de toda autoridad: adquirir la autoridad moral
José Kentenich (1885-1968) fue uno de los primeros en hacer la distinción entre autoridad jurídica y moral.

La autoridad jurídica es la potestad delegada -ya sea por la ley natural o por el pueblo- para ejercer la autoridad.

La autoridad moral es la que se adquiere por un ejercicio virtuoso de la misma: genera confianza y adhesión, nunca seguimiento ciego. José Kentenich la llama “Auctoritas”, y explica que viene de una palabra latina: “ser autor de la vida”.

En la familia, por ejemplo, los padres tienen la patria potestad. Poseen una autoridad jurídica. La autoridad moral la adquirirán si la ejercen con amor, protegiendo, conduciendo y ofreciendo su tiempo y esfuerzo para servir a sus hijos.

La autoridad jurídica debería adquirir la autoridad moral para ser eficiente y lograr sus objetivos. Esto sólo se alcanza a través de cinco presupuestos: la calificación para ejercer esta autoridad; la coherencia de vida; el servicio generoso a los demás; la humildad -capacidad de autocriticarse y aceptar la crítica de otros-; la permanente creatividad para buscar salidas genuinas a los problemas.

Sería sugerente hacer una evaluación y preguntarse si nuestras autoridades cumplen hoy estos requisitos.

Todo grupo social requiere autoridad jurídica, pero lo que más necesitamos es de la autoridad moral. Muy a menudo los líderes dedican dinero, tiempo y esfuerzo para cultivar su "imagen". Pero olvidan que el verdadero carisma sólo se gana con la credibilidad, el esfuerzo y el desinterés.

Volver a la fuente
Ser autoridad exige dedicación y compromiso. El ejercicio de la autoridad es exigente. Un ejemplo preclaro de autoridad -para creyentes o agnósticos- es Jesucristo. En la hondura de la autoridad de Cristo está la imagen bíblica del Buen Pastor. Releer el texto de Juan 10 es sumergirse en el misterio más pleno de toda paternidad. Hoy lo precisa y lo merece nuestro pueblo.

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