sábado, diciembre 22, 2007

Recordando al P. Horacio, mensajes del P. Javier y de Cristina de Celso



Queridos Hermanos en la Alianza:

En el día de ayer, por la tarde, con un sol radiante que preanunciaba la Navidad, despedimos al querido P. Horacio con la Santa Misa en una colmada Iglesia de Dios Padre y luego, con una sentida oración y cantos, en el Santuario de Sión.

Muchos de Uds. se pudieron acercar para participar del entierro; y muchísimos más nos han llamado y escrito desde todo el país y del exterior para manifestarnos su dolor y su esperanza. El P. Horacio, como hijo fiel del Padre Fundador, compartió su carisma de Padre y de Profeta. Nos ayudó a descubrir el rostro misericordioso y fiel del Padre Dios y reavivó en nuestras vidas el amor, la confianza y la esperanza sólida de hijos. Pero no sólo nos ayudó a ser hijos sino que nos enseñó a crecer para llegar a ser hijos maduros, madres y padres, profetas de la paternidad del Padre Fundador. Nos abrió un horizonte amplio para creer firmemente en el Dios de la Vida y para vivir apasionadamente la vida con nuestro buen Dios. Por eso ayer se escuchó una y otra vez: ¡gracias P. Horacio, gracias!

Yo también les quiero decir a ustedes y a todas las comunidades de Schoenstatt "Gracias" por sus oraciones, saludos y gestos de cercanía. Ayer toda la familia de Schoesntatt estubimos aquí, manifestando nuestra fe, unidad y esperanza victoriosa, como una gran Familia del Padre.

Desde el Santuario reciban un cordial saludo y mi bendición en esta Navidad,
P. Javier Arteaga


A los que no pudieron estar...

El viernes 21 de diciembre fue el velatorio en la Iglesia de Dios Padre, Misa de cuerpo presente y entierro del Padre Horacio Sosa Carbó fallecido el día anterior.

A las 15 hs en punto, junto con el sonar de campanas que anunciaban algo diferente, llegaba su cuerpo a la Iglesia. Su espíritu ya estaba allí. Tristeza y congoja había en el ambiente, nunca más recogido que en ese momento.

Cuando colocaron el cajón ante el altar y lo abrieron, el mural de la Iglesia de Dios Padre pareció empequeñecer… el siempre erguido y firme Padre Horacio estaba allí, ahora yacente. Si los ojos se quedaban en él, las huellas de la enfermedad y la muerte saltaban a la vista como también el dolor de quienes lo amaban: Rosa María, su hermana, su sobrino, todos sus amigos, sus hermanos-Padres de Schoenstatt, todos los que lo queríamos tanto! Pero, bastaba levantar los ojos y la imagen de Dios Padre del retablo se agigantaba diciéndonos sin palabras: “aquí estoy Yo, sosteniendo en mis brazos a este hijo tan amado. Él está conmigo”.

Nadie más en la Iglesia … sólo Dios Padre y el hijo pequeño yacente a sus pies y a la vez cobijado en los brazos del Padre amado. “Todos nuestros despojos a tus pies, Padre bueno, para que Tú los recojas y en Ti se transformen”.

Y la gente empezaba a reunirse. La emoción subía a los ojos y los nublaba, pero el alma siguió en pié acompañándolo a él, que tanto y a tantos acompañó.

En el Santo Rosario nos unimos para pedir al Padre bueno por su alma buena. Un momento de dulzura nacido del amor y del dolor de dos de sus hermanos de curso (Padre Alberto, al que se sumó el Padre Guillermo), y así, con relatos y canciones entre misterios, supimos más de los amores del Padre Horacio.

Mientras tanto, su cuerpo sereno, su cara sonriente, sus manos suaves, decían que todo era paz en él. Y a su alrededor su amada familia de Schoenstatt se fue congregando, con dolor, con paz, con necesidad de consuelo y cobijo….

Y allí estaba la Reina: “en tu poder y en tu bondad…” le decíamos entre las decenas dolorosas, y Ella dulcemente sonreía diciendo: “no sufran tanto, no duden: Horacio es feliz”. Y así en ese espíritu, llegó la Santa Misa, con todos sus hermanos de curso: Monseñor Claudio, Padre Antonio, Padre Guillermo Mario, Padre Alberto, Padre Guillermo, Padre Ángel -presente, no físicamente-, y todos sus otros hermanos sacerdotes, rezamos al Padre eterno por él. Las palabras conmovidas de su superior, Padre Juan Pablo nos devolvieron un Padre Horacio apasionado y lúcido: extraordinariamente lúcido y profundamente apasionado.

“Una gran cabeza y un gran corazón”… que luchaba por la Verdad acompañada del amor. Su Biblia, firmada por José Kentenich reafirmaba su fidelidad a la Palabra de Dios y a la palabra de Kentenich. Buscó , durante todo su sacerdocio, iluminar las inteligencias con la luz de la Verdad y encender los corazones con el fuego del Amor.

Quiso jugarse por la vida, no haciéndola trágica porque creía totalmente en la victoria final: “voy a vivir hasta que Dios quiera” decía en uno de sus escritos, “cuando Dios quiera, me voy. Mientras tanto: misión, fuerza y confianza.” Y luego su agradecimiento más íntimo: “gracias Padre, tu amor hacia mí es imperturbable. Gracias por poder creer esto. Alabanza y gloria a Ti eternamente”. Gracias Padre Horacio por compartirlo con nosotros y seguir enseñándonos sobre el amor de Dios.

Una vida de pasión capaz de amar apasionadamente no se acaba físicamente: sigue vida en el amor de los amados.

Misa, presencia y misterio, sacrificio y banquete, ruego y envío… y el Señor nos envió a nosotros, entre llantos, con tristeza pero con profundo respeto y paz, a acompañarlo ahora a él, rumbo a su amada casa: su Santuario de Sión, donde nuevamente la oración que sus hermanos generosamente quisieron compartir con nosotros nos unió. Rezábamos por él pero ¿quién necesitaba más? ¿Él o nosotros? si su alma ya se encontraba con el “amor imperturbable de Dios”, con su Reina y con su profeta?

Y cantando marchamos Hacia el Padre, y allí a su alrededor para despedir su cuerpo, escuchamos las palabras cercanas de su sobrino que lo amó y al que él amó, sin duda como a un hijo, acompañadas por el llanto de tantos, por la emoción incontenible de sus hermanos sacerdotes tan unidos en vida y en muerte, y las palabras de sus amigos de Paraná que quisieron “traerle la brisa de “La loma”, su lugar, junto con la brisa de tanta vida compartida.

Dolía no verlo entre la gente. Su ausencia ya se notaba. Si hubiese estado, el también hubiese llorado al amigo. Pero sabíamos que allí estaba entre nosotros, sonriéndonos con esa sonrisa que era un abrazo cordial y sincero.

Su amigo no quiso decirle descansa en paz: “ yo no le digo a Horacio descansa en paz, sino que ahora tiene que trabajar más por nosotros, por las vocaciones, por Schoenstatt.”

Hermoso será imaginarlo, como este amigo entrañable del Padre Horacio pidió, “en cada flor del Jacarandá, del lapacho, del aromillo”. Y para que esas flores sean una realidad, su cuerpo volvió a la tierra amada, como una semilla grandiosa pronta a florecer.

Sí, su filialidad heroica es hoy filialidad victoriosa, por ello ahora, su alma no descansará en paz: vivirá en paz en la plenitud del Amor eterno y misericordioso del Padre.

Padre Horacio: porque te sabemos vivo junto a la Santísima Trinidad, junto a tu Reina y junto a tu amado José Kentenich, tus queridos estamos aquí y te decimos: vamos también contigo, ahora y siempre, hasta que todos nos reunamos en el Schoenstatt celestial gracias al “amor imperturbable de Dios”.

Cristina Celso Domingo 23 de diciembre de 2007.

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