sábado, diciembre 01, 2007

El apostolado del ser

La primera forma de hacer apostolado y, a la vez, la más importante es el testimonio de vida, el apostolado de irradiación o, el apostolado del ser, como solía llamarlo el Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt.

A los hombres no nos bastan las palabras para orientar nuestra vida, sino que necesitamos modelos vividos. Por eso Dios nos mandó a su Hijo Jesús. Y nos invita también a nosotros a ser reflejos de Cristo y a dar testimonio de Él. Por eso, el Padre Kentenich nos explica que el mayor apostolado es encarnar lo más perfectamente posible a Jesucristo.

En cada época, Dios va repitiendo la pedagogía de la encarnación. En Jesús nos mandó el modelo definitivo. Pero en cada nueva circunstancia nos va enviando nuevos modelos. Y nosotros creemos que en el Fundador de Schoenstatt, como en tantos otros grandes fundadores, resplandeció el cómo se vive el Evangelio hoy. Y nosotros queremos seguir sus huellas.

En el año 1979, un grupo de Chile se encontró con el Padre Menningen, de la generación fundadora de Schoenstatt y discípulo destacado del Padre Kentenich, quien en esa oportunidad les dijo: “El mayor apostolado del padre y de la madre consiste en ser totalmente padre y totalmente madre. El hombre y la mujer alcanzan el grado más alto de su apostolado, cuando ellos son en toda su persona padre y con toda su persona madre.”

Algo muy importante en el estilo pedagógico del Fundador de Schoenstatt es que él se impuso, como exigencia de educador, nunca pedir nada que él no hubiera vivido primero. Estaba convencido que el primer deber de un padre es encarnar los ideales de su séquito. Y lo hizo hasta el final de su vida.

Una anécdota. Un joven alemán de la “nueva ola” creía pasado de moda a José Engling, uno de los primeros schoenstattianos. Este joven planteó al Padre Kentenich de modo irónico el tema del Horario Espiritual, uno de los métodos ascéticos de la espiritualidad schoenstattiana, y le dijo que suponía que él ya no lo necesitaba después de toda su vivencia de Consagración, de Alianza de amor a la Virgen. Y entonces él se rió, metió la mano en su bolsillo y le dijo: “aquí está mi horario”. Hasta los 83 años marcó su Horario Espiritual, y dijo que lo marcaba no porque lo necesitara, sino porque nunca él pedía nada a nadie, si no lo hacia él primero.

Así nosotros tampoco podemos ser educadores, padres y madres verdaderos, si no tratamos de cumplir todo lo que enseñamos.

Si pensamos en el Santuario de Schoenstatt, nuestro apostolado del ser personal es ser hombres y mujeres “Santuarios”. Es un regalo grande encontrarse con gente que uno siente morada de Dios. Hombres que irradian la alegría de estar llenos de Dios. Hombres que porque están llenos de Dios, también manifiestan con toda su vida que están enteramente libres para amar y acoger. Hombres que no están paralizados, impedidos para amar y acoger por ninguna cadena, por ningún ídolo.

Así era el Padre Kentenich: un hombre que irradiaba la alegría de Dios con un corazón abierto, que nunca se cansaba de amar y de acoger. Así debe ser nuestra santidad, nuestro apostolado del ser: irradiar alegría; mostrar nuestra libertad para amar y acoger a los demás: al cónyuge, a los hijos, a los hermanos…

El otro aspecto es el apostolado del ser comunitario, el testimonio como comunidad. La gente no nos mira solamente como individuos o como parejas. Nos mira como comunidad, como Familia. La gente se fija en nuestras relaciones, en cómo nos tratamos unos a otros, en nuestro estilo de vida. Cuando uno de nosotros falla, la gente dice: es de tal o cual Familia, Movimiento, orden, parroquia. Lo que pasa es que necesitan modelos comunitarios. Los hombres tienen muchos problemas comunitarios y buscan también un ideal comunitario. Nuestra Familia, la Iglesia y el país necesitan esos modelos.

Queremos ser un anticipo de la Iglesia de las nuevas playas y del nuevo orden social. Tenemos que vivir eso ya ahora. Ya en el año 1912, el Padre Kentenich les dice a los jóvenes de la generación fundadora: “lo que estamos haciendo tiene valor en la medida que es una solución en pequeño a los grandes problemas del mundo”.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Soy un hombre / una mujer santuario?
2. ¿Cómo nos ven los demás?
3. ¿Vivo lo que predico?

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