martes, febrero 16, 2010

Queridas madres de Federación:

Cuando pensábamos en el 2010, año del Bicentenario, nos parecía lejanísimo y sin embargo ya lo estamos transitando y en días más empezaremos a prepararnos para la fiesta máxima de los católicos, la Pascua de Resurrección.

El 17 de febrero es Miércoles de Cenizas. Tendremos cuarenta días para preparar nuestro corazón, para acompañar a Jesús en esos cuarenta días en los que vence las tentaciones con el ayuno, oración y cercanía al Padre y acepta su voluntad por amor a nosotros.

Es un tiempo penitencial que nos regala la Iglesia y nos invita a una auténtica conversión en gratitud por la entrega de Jesús, porque reconocemos que hemos recibido mucho más de lo que podíamos esperar, porque nos sentimos más deudores que acreedores de su amor, de su justicia, como dice Benedicto XVI, en su mensaje de Cuaresma.

Nuestra conversión no tiene que quedar en una palabra vacía de contenido. Pero para convertirnos primero tenemos que saber qué es lo que tenemos que cambiar. Será necesario que hagamos un examen de conciencia para poder descubrir qué es aquello contra lo que tenemos que luchar.

Hace unos días en la liturgia escuchamos la narración de la lucha entre David y Goliat (1Sam 17,32-51). David era tan sólo un “muchacho”, frente a un gigante, con armadura y espada. Sin embargo, David lo enfrenta muy seguro porque confía en la ayuda de Dios. Él tenía a Dios de su lado, sabía que Dios lo ayudaría en la pelea y podría vencer al gigante.

Nosotras –con seguridad- también tenemos un Goliat contra quien luchar. Preguntémonos en esta Cuaresma, cuál es ese Goliat al que tenemos que vencer. Será mi desorden interior o exterior, será mi mal humor, mi falta de alegría, mi falta de servicio, mi poca paciencia frente a los defectos y errores de los demás, será mi poca oración, mi falta de amor o de demostración de amor hacia los que me rodean, mi falta de solidaridad, de justicia, mis críticas, no saber escuchar, falta de comprensión, mi negativismo… Cada una sabrá cuál es la “piedrita en su zapato” que no le permite avanzar en su camino de santidad.

Volviendo al relato de David y Goliat, cuando el joven sale al encuentro del gigante pasa por un torrente y recoge cinco piedras. Nosotras también podemos contar con algunas piedras para vencer a nuestro Goliat.

¿Cuál es nuestro torrente? Nuestro torrente es el Santuario, donde recibimos las 3 gracias. Y ¿cuáles son esas 5 piedras? La fe en el amor providente del Padre; los sacramentos que nos regalan a Jesús; la Mater; el PK y los medios ascéticos y la comunidad.
Realmente ¿nos apropiamos de esas cinco piedras? ¿Las valoramos? ¿Son nuestras armas para luchar por la santidad?

La primera piedra es mi confianza en Dios. Decimos que tenemos fe en un solo Dios, pero sin embargo hay quienes ponen su confianza en otras cosas o personas. Sé de algunas madres que necesitan consultar con “doña Rosa”, la que te adivina el futuro, o te tira las cartas, o aquellas que leen el horóscopo al comienzo del día para ver qué les depara el “destino”, o quienes se enganchan con las cadenas y las reenvían para recibir un “milagro o sorpresa” o por temor. Dios nos ama sin condiciones. Como federadas tenemos que poner nuestra confianza en el Padre, que es quien nos cuida y hacia quien vamos. La Providencia se ocupa de cada una de nosotras y de nuestras familias, no necesitamos ir a preguntar a aquella vidente o “bruja” si nos han hecho “un trabajito” y pedirle ayuda para que lo deshaga, o seguir una cadena de oración por temor a que algo malo nos suceda o para recibir un regalo. “Amar a Dios sobre todas las cosas”, con Él todo lo puedo.

Cuando tenemos algún problema, la solución está en mi cercanía a Dios, Él me dará la fuerza necesaria para solucionarlo o para cambiar de actitud frente a ese problema. Cuando alguien nos hizo algún daño, en lugar de desahogarme con mi hermana o amiga, tendría que hacerlo con el Padre, con Jesús, con la Mater, ellos nunca nos desilusionan y de esta manera no estaría criticando a quienes me rodean. Voy y le cuento todo a Dios, Él nunca desilusiona.

La segunda piedra la encontramos en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y la Reconciliación que nos mantienen unidos a Jesús. Como católicas y federadas anhelamos conquistar la confesión mensual y podríamos aprovechar este tiempo para hacer un buen examen de conciencia y una buena confesión para prepararnos al encuentro con Jesús resucitado. Frecuentar la Eucaristía, tratando de conquistar alguna Misa extra dominical.

La tercera piedra es la Mater. Jesús no puede negarle nada a su Madre, ella conoce nuestro corazón y nuestras necesidades. Pidamos sus gracias para que transforme nuestro “corazón de piedra en un corazón de carne”, para que nos ayude a conquistar nuestro ideal.

La cuarta piedra es nuestro Padre Fundador que nos regala los medios ascéticos y su bendición diariamente para ayudarnos a ser santos. ¿Cómo anda nuestro horario espiritual?

La quinta piedra es nuestra comunidad. En nuestro curso o grupo podremos encontrar el estímulo y la ayuda para seguir aspirando a la santidad, para conquistar el ideal que Jesús nos ha regalado. Ser como los primeros cristianos, que se los distinguía por cuánto se amaban. “Miren cómo se aman”.

Queremos ser santas, y la santidad es el esfuerzo constante por ser de Dios, por ser filiale, por hacer su voluntad y no sólo para Cuaresma. Tenemos que tener constancia en este camino de santidad, a pesar de los altos y bajos. Pero recordemos el dicho popular, “un santo triste es un triste santo”, por lo que tenemos que ser alegres y mostrar esa alegría a los demás para contagiarlos.

Cuaresma no es sinónimo de tristeza, sino de conversión y de penitencia, de amor a Dios y al prójimo. Cada una verá qué es lo que tiene que trabajar en esta Cuaresma para que su vida sea una fiesta, para que todos se alegren de estar a su lado. El Padre decía que donde hay alegría no entra el pecado. Pensemos cómo crear una atmósfera de alegría a nuestro alrededor.

En este camino de santidad tendremos que dejar algunas cosas, desprendernos de personas, de cosas, de sombras en nuestra vida y muchas veces nos resistiremos. Cristo dejó su vida por amor a nosotros y así pide que amemos a nuestro prójimo, con total desprendimiento. Ver en mi hermano el rostro de Cristo. Amar a mi hermano, como dice Jesús, como a mí mismo. Una manera de hacerlo es siguiendo las tres reglas de oro: no hacer a mi hermano lo que no quiero que me hagan, hacerle lo que me gustaría que mi hicieran, y tratar al tú como si fuera el “yo”. Sólo así podremos “forjar una Patria para todos” de la mano de la Mater.

Con las cinco piedras que encontramos en el Santuario nos resultará más fácil trabajar en esta Cuaresma. ¿Nos ponemos en camino?

Les deseo una bendecida Cuaresma y una feliz Pascua de Resurrección junto a los suyos, con cariño
M.Inés E. de podestá

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