Amar al enemigo
Padre Nicolás Schwizer
N° 189 - 01 de febrero
de 2017
La ley judía exigía amar
sólo al prójimo: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Significa amar al que
está cerca, al que vive conmigo, al hermano, pariente, amigo.
En cambio, el judío no
está obligado a amar al que se encuentra lejos de él, interior o exteriormente.
Sobre todo, no ha de amar al enemigo personal, al enemigo de su pueblo (p.ej.
pueblos vecinos hostiles), al enemigo de Dios.
¿Por qué al cristiano se
le exige mucho más que al judío? Jesús habla muy claro: “Amad a vuestros
enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen
y calumnian”.
El amor al enemigo, es el
signo del verdadero cristiano, es lo que debe distinguirlo de los demás. En eso
tenemos que imitar a Dios Padre: Él trata igual a buenos y malos, da sus dones
a justos e injustos, no distingue entre santos y pecadores, porque todos son
sus hijos queridos.
Parece que Jesús no conoce
más que una ley, la ley del amor, y que saca de ella todas sus consecuencias, y
hasta los últimos detalles. Este rigor del Señor, a algunos los entusiasma y a
otros los llena de indignación.
Y a nosotros, ¿nos ha
entusiasmado o nos ha indignado Jesús con sus exigencias? Esto sería, por lo
menos, una señal de que las hemos entendido. Porque lo peor que podría
sucedemos es escucharlas con unos oídos tan distraídos y tan habituados, que ni
siquiera nos impresionaran.
Es grave escuchar la
palabra de Dios y rechazarla. Pero, ¿qué decir de los que la aceptan, la
aclaman litúrgicamente, y ni siquiera se dan cuenta de ella? Para los que no
creen en Jesús, todavía queda una oportunidad: el futuro sigue abierto para
ellos y pueden convertirse.
Pero, ¿qué pasa con
aquellos que se imaginan que creen y que, sin embargo, ni siquiera se les
ocurre pensar que podrían y que deberían cambiar?
¡Amar a los enemigos,
cuando resulta ya tan difícil amar realmente a los que nos aman! ¡Hacer
el bien a los que nos odian, cuando nos cuesta ya tanto poner buena cara a los
que nos hacen el bien!
¡Rezar por
los que nos persiguen y calumnian, si apenas nos tomamos tiempo para rezar por
los nuestros! En cuanto a presentar la otra mejilla y ofrecerle nuestra camisa
al que ya nos ha quitado el saco, no será una exageración que ninguna persona
con sentido común piensa practicar.
Estos
consejos del Señor atentan contra toda nuestra realidad humana. La ley de este
mundo, sigue siendo el “ojo por ojo, diente por diente”. Parece que a la
violencia sólo se puede responder con la violencia.
Pero la
verdad es que así no se consigue nada. La espiral de la venganza, del odio y de
la violencia se irá adelante indefinidamente. Hay que romper ese círculo
vicioso de actos de violencia con un “hecho nuevo”. Hay que adoptar una actitud
distinta de la del adversario.
Feliz el que
sabe dar el primer paso para acercarse. Porque no hay nada mejor que, de
repente, en un conflicto uno perdone al otro, abandone su posición, deje de
devolver el golpe. No hay más que una salida: que uno de los dos tenga la idea
de comenzar a amar al enemigo.
Lo que se
nos pide es hacer algo nuevo en nuestra vida, ser creadores en el amor, no
dejarnos esclavizar por el pecado. Significa convertir el enemigo, el
adversario en un hermano. Significa acercamos a él, hacerlo prójimo, amarlo
como a sí mismo. Significa descubrir en el enemigo, como en cada hombre, a
Jesucristo mismo.
El
cristianismo no es una religión fácil. Ser un cristiano auténtico exige
sacrificio, heroísmo, renuncia al odio, al rencor y a la venganza...
Examinémonos, por eso:
¿Cuál es nuestra reacción
a calumnias, ofensas e injusticias?
¿Reaccionamos con odio,
rencor, venganza, resentimientos?
¿O logramos comprensión,
aceptación, perdón y olvido?
¡Pensémoslo un momento!
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