lunes, mayo 02, 2011

Homilía en la Iglesia de Peregrinos en el día de la beatificación de Juan Pablo II
P. Joaquín Alliende, Schoenstatt, 1º de mayo de 2011

En este domingo se concentra una suma de hechos y conmemoraciones. Es tiempo de Pascua. Hoy es el Domingo de la Misericordia y se inicia el ma-riano Mes de Mayo de 2011.

Pero este primero de mayo, sobre todo, pasará a la historia como la fecha de la beatificación del Papa Juan Pablo II. En la ceremonia de esta misma mañana, en la Plaza de San Pedro se venerará una reliquia única: una ampolla que contiene sangre del gran Sumo Pontífice que se le había extraído durante su enfermedad en la Clínica Gemelli.

Aquí, junto al Santuario Original de Schoenstatt, nosotros podemos acoger con piedad otra especial reliquia del nuevo beato. Es un hermoso remo de madera de más de dos metros. Es un instrumento hecho para avanzar por las aguas. Tres años antes de su muerte, durante una fiesta de su cumpleaños, Karol Wojtyla escribió en polaco, sobre este remo un mensaje y estampó su firma:

“Tú, no tengas miedo. Rema mar adentro. Cristo está contigo. Juan Pablo II - 18 de mayo de 2002”

Este remo-reliquia viajará en los próximos días al Santuario del Instituto Secular de las Señoras de Schoenstatt en Silesia, Polonia, en la localidad de Rokitnica. Hoy está aquí. Nos trae una promesa y un desafío a cada uno de nosotros.

La rápida escritura sobre la madera la trazó un Papa marcadamente mariano. Él tomó por lema: “Totus tuus” ¡Todo tuyo, Maria!

Siendo ya Papa, Juan Pablo II peregrinó con esperanzada fe a dos Santuarios de Schoenstatt. Uno, el de Koszalin, al norte de Polonia, y el segundo en Roma, llamado “Cor Ecclesiae - Corazón de la Iglesia”. Pero, hay más. Hay un hecho poco conocido que hace al Papa beato, todavía más cercano a noso¬tros, cuando celebramos la Eucaristía en la proximidad inmediata del Santua¬rio Original.

El Papa Wojtyla visitó Chile, mi patria, en 1987. Celebró una Misa Solemne junto al mar, en La Serena. En la procesión del ofertorio, le presentaron, para que la bendijera, una imagen de la Madre Tres Veces Admirable de Schoenstatt. Al verla venir, la reconoció con alegría y murmuró: “Esta imagen me acompaña desde mi niñez”. Años después, en un encuentro con el Car¬denal Francisco Javier Errázuriz, precisó: “La imagen de Nuestra Señora de Schoen¬statt la venerábamos en la casa de mis padres en Wadowice.”

El marianismo de Juan Pablo II nos da también la exacta clave para penetrar el Evangelio que hoy la Iglesia nos propone (Jn 20,19-31). En él Jesús increpa al incrédulo apóstol Tomás: “Porque me has visto, has creído. Bienaventurados aquellos que creen sin haber visto”.

El Papa polaco centra su gran encíclica mariana, “Redemptoris Mater”, en el tema de la fe de María. Él enseña que la Virgen, “llena de esperanza, creyó contra toda esperanza” (Nº 14). Sostiene que no sólo creyó sin haber visto, sino que creyó superando la oscuridad más negra. Ella creyó contra todo lo que estaba viendo y viviendo. En Nazaret, ella escuchó, anota Juan Pablo, que el Hijo de sus entrañas “será grande... y su reinado no tendrá fin. Sin embar¬go, después... estando al pie de la cruz... ella es testigo del total desmentido de esas palabras” (Nº 18). Lo que a ella Gabriel le había anunciado, fue “desmentido” en el Gólgota. Según la encíclica, la fe victoriosa, la fe ma¬riana, es la que cree contra toda esperanza. Nosotros diríamos en este año 2011 que esa fe en el amor misericordioso del Padre, ocurre en medio del terremoto, del tsunami, y de la catástrofe atómica como en Fukushima. Aún más, nuestra fe es pascual cuando conoce que a la Resurrección sólo se llega cruzando el desierto del miedo, del dolor y de la muerte.

Pero nosotros no somos María. Vacilamos, retrocedemos, nos confundimos y perdemos la senda. Ella nos comprende. Nos toma de la mano y nos reencauza en la dirección correcta. Nos reanima a recomenzar con nuestros pequeños pasos por el Camino vivo que es Jesucristo, el Señor Resucitado.

Juan Pablo II, hijo y sacerdote de María, predicó de voz y de ejemplo. Nos dio testimonio de una fe que es lucha, que es dramática y recia, es viva y gozosa. En Fátima de Portugal, le escuché elevar su voz, ya muy quebrada: “¡La noche no tiene la última palabra!” En otras ocasiones exclamó: “¡El invierno no tiene la última palabra!”. “¡El pecado y la muerte no tienen la última palabra!”

Ese es el telón de fondo para interpretar el precioso texto, escrito de puño y letra por el beato Juan Pablo II sobre esta madera larga.

“Tú, no tengas miedo. Rema mar adentro. Cristo está contigo”

Mis queridos hermanos, el Papa en este texto habla de tú a tú. No es un vosotros, es una interpelación personal, porque la vivencia de fe ocurre en el ámbito de nuestra íntima libertad. La fe no es un acto colectivo, no es una cos¬tumbre gregaria, es una profesión de amor que yo digo, soberanamente, al Dios vivo y a mis hermanos en este mundo.

Este remo y esta leyenda en polaco, recuerdan una sentencia clave del Padre José Kentenich, pronunciada aquí, en este mismo valle de Schoenstatt: “¡En nuestra barca no queremos galeotes. Nuestra barca sólo puede ir entre las olas impulsada por remeros libres!”

Sí, beato Juan Pablo II, maestro de fe mariana. Sí, contigo nos atrevemos a ser valientes. Osamos irnos mar adentro. Sí, los cristianos podemos vencer el miedo, porque el Dios Trinidad no es Juez implacable. Es, primero que todo, la Infinita Misericordia. Es perdón y clemencia. Sí, Jesucristo, ya sea que tú estés alerta o dormido en el fondo de la barca durante la tempestad. Sí, cree¬mos que tú siempre estás vivo en tu Iglesia. Sí, creemos que tú navegas con nosotros mar adentro. Sí, porque el Espíritu Santo es el viento que impulsa nuestra velas. Sí, la Iglesia es nuestra familia. Sí, es el hogar de los remeros libres de María, la Mujer vestida de Sol, la Madre, Reina y Victoriosa. Amén.

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