Vaso y arpa del Espíritu Santo
Padre Nicolás Schwizer
N° 171 - 01 de agosto de
2015
Vaso espiritual. En las letanías lauretanas encontramos los títulos
más hermosos con los cuales el pueblo cristiano honra a su Madre. Uno de ellos
es: “vaso espiritual”. Ella, mucho más que San Pablo y todos los otros
grandes apóstoles, es un instrumento escogido por Dios. María es el vaso
espiritual, el vaso pleno del Espíritu de Dios. Desde el primer momento de su
existencia, Él ha colmado su alma, la ha convertido en la “la llena de gracia”. Y en el fondo, “llena de gracia” no significa
otra cosa que “llena del Espíritu Santo”. Además, ha transfigurado su cuerpo,
lo ha preservado del aguijón de la concupiscencia y la ha liberado del pecado
original.
¿Y por qué y para qué estos privilegios? El Espíritu Santo quería
utilizarla como su morada y su instrumento predilecto preparándola para ser la
Madre de Dios. Ella debía colaborar en la obra de la Redención y santificación
del mundo. Ella es ese miembro de la humanidad que el Espíritu Santo utilizó
para posibilitar, realizar y consumar la Redención.
Y como sabemos, María fue un instrumento perfecto del Espíritu.
Nunca lo defraudó. Siempre le respondió con un SÍ total, desinteresado y
magnánimo. Fue su instrumento perfecto como Madre de Cristo, desde la
Encarnación hasta la Muerte en la Cruz.
Fue y sigue siendo su instrumento perfecto en el cielo: como Madre de la
Iglesia, de los cristianos y como Medianera de todas las gracias.
Tal como en María, el Espíritu quiere actuar en nuestras almas.
Quiere expulsar el venenoso espíritu mundano que nos rodea y ubicarnos en la
atmósfera pura y santificadora de la Virgen. En Ella nos da un recuerdo vivo
del paraíso y despierta en todos los hijos de Dios el anhelo de retornar, un
día, al paraíso. Que Ella, el “vaso espiritual”, nos ayude a todos a ser morada e instrumento fecundo del Espíritu
Divino.
Por todo esto, desde muy antiguo, el pueblo cristiano ha dado a María el
título de “Vaso del Espíritu Santo”.
Acercarse a Ella es acercarse a Él y comprender lo que Él quiere hacer
con todos nosotros: liberarnos como a Ella del pecado, llenarnos de Cristo,
sumergirnos en el misterio de la Iglesia.
María pone de manifiesto, sobre todo, la misión esencial del Espíritu
Divino: conducirnos vitalmente hacia el Hijo y hacia el Padre. Porque Ella, por
su condición de Madre, nos ayuda a sentirnos hijos y a identificarnos como
tales con Jesucristo. Y porque, como toda Madre, posee también el don de hacernos
cercano y atrayente el corazón del Padre.
De este modo, la misión del Espíritu Santo se identifica con el carisma
propio de María. Así se explica por qué, en la historia de la Iglesia, la
devoción al Espíritu y a la Virgen siempre florecen juntas.
Arpa del Espíritu Santo. Algunos Padres de
la Iglesia la llamaron a la Sma. Virgen: “arpa del Espíritu Santo”. Toda
su vida estaba bajo la conducción del Espíritu. Siempre de nuevo Ella escuchaba
hacia dentro, en su corazón, para poder entender su soplo. Y cuando comprendió
sus insinuaciones y sugerencias, inmediatamente las puso en práctica. Fue un
instrumento fino y puro en la mano de Dios, en el cual el Espíritu logró tocar
los tonos más delicados. Nunca puso ni el más mínimo obstáculo al obrar de Él.
Y porque siempre correspondió con tanta apertura y sensibilidad, docilidad y
obediencia a sus deseos, Ella es nombrada el arpa del Espíritu Santo.
Queridos hermanos, pidámosle a María, que por su intercesión descienda
como en el Pentecostés, el Espíritu Santo sobre cada uno, que nos regale sus
dones y frutos y que nos transforme en instrumentos y portadores de su amor
divino.
Preguntas para la reflexión
1.
¿Tenemos ansias de que Él
tome en sus manos nuestra educación y nos forme según su espíritu?
2.
¿Me siento un instrumento
del ES?
3.
¿Cómo es mi reacción a las
sugerencias e insinuaciones del Espíritu Santo?
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