domingo, febrero 22, 2009

Preparándonos para Cuaresma

Queridas madres de Federación:

El próximo lunes 23 y martes 24 serán días de mucho ruido ya que se celebran las fiestas paganas de Carnaval. Al día siguiente los cristianos comenzaremos la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza. Los ornamentos serán morados, para indicarnos que es tiempo de preparación, de conversión, de penitencia y espera.

Comenzamos la Cuaresma el 25 con un día de ayuno y abstinencia, y lo hacemos recordando los 40 días de ayuno de Jesús en preparación al inicio de su vida pública. Fueron días de desierto, de oración, de meditación y también de tentaciones. En el Evangelio de san Mateo leemos: "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre" (Mt 4,1-2).

El Santo Padre en su mensaje para esta Cuaresma nos recuerda que es un tiempo de “preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor: la oración, el ayuno y la limosna”.

En el mensaje del año anterior Benedicto XVI hizo hincapié en la necesidad de la limosna y este año se detiene a reflexionar en el ayuno como preparación para la Pascua. Dice que podremos preguntarnos qué valor y sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Sin embargo, las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él.

Existe una clara relación entre el ayuno y la conversión, porque la transformación interior acerca al hombre a Dios. El abstenerse de la comida y la bebida ayuda al hombre a mantener el equilibrio necesario y el desprendimiento de una actitud consumista.

A menudo nos dejamos llevar por los bienes materiales y a veces abusamos de ellos. Esta civilización de consumo nos permite acceder a los bienes materiales que sirven para satisfacer nuestras necesidades y nos ayudan a desarrollar actividades creativas. Pero también pueden llevarnos a una excesiva satisfacción de nuestros sentidos descuidando nuestro cultivo interior. El P.Kentenich nos enseña a hacer un buen uso de los bienes materiales, viviendo el espíritu de pobreza y no estando apegados a ellos.

No es la renuncia por la renuncia, sino para tener un mayor dominio de nosotros mismos. El ayuno fortalece y educa nuestra voluntad, y nos prepara para ser fuertes frente a las tentaciones. Tenemos que trabajar para conquistar un sano equilibrio entre espíritu, cuerpo y vida sobrenatural y el ayuno puede ayudarnos. Pero no es el ayuno por el ayuno mismo, sino por amor a Dios, para que lleguemos a tener hambre de Dios, hambre de su palabra. Jesús nos dice que el verdadero ayuno es cumplir con la voluntad de Dios. Al finalizar los 40 días de ayuno y ser tentado por el diablo, le responde: "no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). Es decir, que el verdadero ayuno, tiene como finalidad comer el "alimento verdadero", que es hacer la voluntad del Padre. Muchas veces la voluntad de Dios nos trae alegrías, pero otras veces, sus permisiones nos traen dolor, nos traen cruz. El P.Kentenich nos pide que nos dejemos conducir por la fe práctica en la Divina Providencia. Podríamos en este tiempo de preparación para la Pascua meditar en los acontecimientos de nuestra vida personal, familiar, de comunidad y de nuestra Patria, ver qué nos quiere decir Dios a través de ellos, y actuar en consecuencia.

Sabemos que el pecado original nace de la desobediencia de nuestros padres y significó una gran ofensa al Creador. Sin embargo Él nos regala a su Hijo para salvarnos. Jesús asume las consecuencias del pecado entregándose por amor al Padre y a nosotros. Jesús obedeció a Dios hasta la muerte y muerte de cruz.

Estamos acostumbradas a vivir a toda velocidad, corremos mucho y nos dejamos llevar a veces por el activismo, descuidando la oración, la contemplación, el escuchar la voz del Padre. Por eso es importante intensificar la escucha y meditación, para que, con amor confiado y filial descubramos y aceptemos la voluntad del Padre, porque si la rechazamos estamos faltando al amor y se produce la ruptura. Los sacramentos frecuentes de la Reconciliación y la Eucaristía nos fortalecen y acrecientan la gracia.

Jesús también sufrió dolores físicos, hambre, cansancio, malos tratos, sudó sangre, fue coronado de espinas, recibió azotes y fue crucificado. Todo esto por amor a nosotros y no sólo para salvarnos y regalarnos la vida eterna, sino también para hacerse solidario a nuestros dolores, y comprendernos cuando sufrimos síquica o físicamente, cuando decae nuestro espíritu, cuando nos sentimos abandonados o cuando nos quejamos. Él también sintió cansancio y pidió al Padre que apartara el cáliz, aunque luego se abandona diciéndole: “hágase tu voluntad”. Cuántas veces nosotros nos sentimos solos y abandonados, pensamos que Dios nos ha dejado y sentimos una profunda oscuridad interior. También Jesús se sintió abandonado por el Padre y desde la cruz surge su queja: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”. Muchas veces habremos repetido esta frase en momentos de mucho dolor, pero Él espera que a semejanza de su Hijo nos entreguemos con confianza a su voluntad. Como dice la canción, “aunque no entienda digo sí”. Dios nos ama y siempre, pero siempre, busca nuestro bien y nuestra santidad.

Dios no nos pide cosas extraordinarias, ya que la mortificación y la renuncia en las circunstancias ordinarias de nuestra vida, también constituyen un medio concreto para vivir el espíritu de Cuaresma. No se trata tanto de crear ocasiones extraordinarias, sino de ofrecer aquellas circunstancias que no nos gustan, las pequeñas y grandes cruces de cada día, de aceptar con humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que se nos presentan y renunciar a ciertas cosas para vivir el desapego y desprendimiento. Podríamos incorporar una renuncia diaria como un puntito en nuestro Horario Espiritual, a semejanza de José Engling que se proponía cada día “hacer un acto de autodominio”. Es un ejercicio de voluntad que nos ayuda a ser fuertes y no caer en las tentaciones.

Por el Bautismo nos identificamos con Cristo en su pensar, sentir, vivir y amar. San Pablo se identifica tanto con Jesús que dice “vivo yo, mas no yo, sino Cristo vive en mí”. En esta perspectiva también vivimos el dolor. No rechacemos el dolor como algo molesto porque en esta identificación, también el Padre nos regala pasar del Viernes Santo a la Pascua. Vivamos con alegría y entrega este tiempo de preparación para recibir también los frutos del misterio pascual. Nuestra adhesión a Cristo nos regala la salvación, no por nuestros méritos, sino por los méritos de Él.

El regalo de este tiempo nos lleva a abandonar viejos esquemas, a convertirnos y poner toda nuestra confianza y seguridad solamente en Dios, caminando hacia la Pascua.

Les deseo una bendecida Cuaresma y muy feliz Pascua de Resurrección. Con cariño,

M.Inés E. de Podestá

PD.: Aunque muchas conocerán este texto que circula por internet, vale la pena recordar que además del ayuno físico, hay algunas otras maneras de ayunar:

¿Quieres ayunar en esta Cuaresma?

Ayuna de juzgar a otros. Y llénate del Cristo que vive a tu lado.
Ayuna de palabras hirientes. Y llénate de frases que purifican.
Ayuna de descontento. Y llénate de gratitud.
Ayuna de enojo. Y llénate de paciencia.
Ayuna de pesimismo. Y llénate de optimismo.
Ayuna de preocupaciones. Y llénate de confianza en Dios.
Ayuna de quejarte. Y llénate de apreciar lo que te rodea.
Ayuna de las presiones que no cesan. Y llénate de una oración que no cesa.
Ayuna de amargura. Y llénate de alegría.
Ayuna de desaliento. Y llénate de esperanza.
Ayuna de pensamientos de debilidad. Y llénate de las promesas que te hizo Dios.

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