lunes, enero 26, 2009

El 20 de enero a la luz del Año Paulino
"Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros"
Pablo: No fue por casualidad que el Padre José Kentenich eligió este apodo en el campo de concentración

Homilía de Mons. Dr. Peter Wolf

Iglesia de la Adoración. Monte Schoenstatt
20 de enero de 2009

Queridos hermanos, querida Familia de Schoenstatt:
Estamos en medio del año paulino al que nos ha invitado el Santo Padre. Muchos de nosotros hemos aceptado esta invitación y nos hemos dispuesto interiormente a regalarle más atención a San Pablo y a dialogar con él. Algunos ya comprobaron, en la primera mitad de este año paulino, cuánto ha frecuentado nuestro Padre y Fundador la escuela de San Pablo.

Esta tarde quisiera invitarlos a percatarse, en el contexto del 20 de enero, como vio y comprendió nuestro Fundador el encarcelamiento de San Pablo. Ya en las cartas escritas en la cárcel de la Gestapo, en la calle de los Carmelitas en Coblenza, se encuentran los primeros indicios que señalan a San Pablo. En la primera carta al P. Mühlbeyer, que en ese entonces era el director del Movimiento, el Padre Kentenich escribe el 21 de octubre de 1941, inmediatamente después de haber estado cuatro semanas en la oscuridad del sótano: “Además, acerca de la pregunta de lo que él debía hacer, San Pablo mantuvo como respuesta la significativa indicación: “lo que deberá sufrir a causa de mi nombre”

La siguiente carta, escrita una semana después a las Hermanas de María, contiene igualmente referencias a San Pablo. El Padre Kentenich escribe: “es finalmente una suerte que no solamente podamos hablarles a los hombres de Dios, sino también que le hablemos a Dios de los hombres. Uso abundantemente esta posibilidad, tal como lo hizo San Pablo (Gal. 4, 19)”.

Más adelante indica con un pensamiento tras otro a San Pablo: “Como regalo para el mes de octubre imploro para ustedes un fuerte crecimiento hacia la madurez de la plenitud de Cristo (Efesios 4, 13), hacia la mayoría de edad e independencia y hacia la audacia en Cristo. Rezo con San Pablo: ‘Doblo mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra’. Y así cita todo el himno a Cristo de la epístola a los Efesios.

Hacia el final de su carta se encuentra un pasaje en el que interpreta la situación de prisionero de San Pablo. Aquí, en la escuela de San Pablo, madura el pensamiento desde el cual se hace verdaderamente inteligible la decisión del 20 de enero: “No queremos ser de aquellos que en la oración saben decir mucho de la entrega total, pero que reúnen todos los caballos del mundo para volver atrás el carro cuando Dios comienza a tomar en serio nuestra oración y hace con nosotros lo que Él quiere. Esto vale especialmente cuando nos conduce a la escuela del sufrimiento. San Pablo da por sobreentendido que nosotros, como miembros de Cristo, tenemos que igualarnos a Él en su sufrimiento y que el dolor no significa solamente el derrumbamiento de lo humano sino también y especialmente, la irrupción de las fuerzas divinas y con ello una rica fecundidad en nuestras vidas y en nuestras obras. (Cfr. Colosenses, 1, 24; 1 Corintios 4,9)”.

Entre las breves notas enviadas desde la cárcel a principios de diciembre de 1941 se encuentra finalmente una noticia que revela mucho: “Leo diariamente Filipenses 1”.

Evidentemente esta carta del apóstol era especialmente valiosa para nuestro Padre, por lo que en aquel tiempo la leía diariamente y comparaba con ella su propia prisión. Lo he comenzado y sólo puedo recomendarles que lean este capítulo muchas veces.

Descubrí en él cada vez más, cómo muchas expresiones del apóstol valen para nuestro Padre, palabra por palabra. En su situación, él pudo hacer propias estas palabras:
“Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros, a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy”. (Filipenses 1, 3-5).

También puede escribir a los suyos como San Pablo:
“Estoy firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús” (Filipenses 1,6).

Puede repetir palabra por palabra con San Pablo y unirse a él:
“Y es justo que yo sienta así de todos vosotros, pues os llevo en mi corazón, partícipes como sois todos de mi gracia, tanto en mis cadenas como en la defensa y consolidación del Evangelio” (Filipenses 1,7).

De pronto palabras que tienen casi 2000 años de antigüedad cobran vida. Recuperan su fuerza original y expresan lo que nuestro Padre quería decir a las Hermanas, a sus seguidores. Debían leerlo y descubrir más y más lo que quería decir San Pablo en aquel entonces y su Fundador en ese momento. Así entiendo la indicación de nuestro Padre, en otra carta de ese tiempo dirigida a la que en aquel entonces era la superiora general de las Hermanas de María: “En diciembre puede Ud. hacer leer al comienzo de la meditación, en lugar de mis cartas, el primer capítulo de la epístola a los filipenses”.

Así, a lo largo de todo un mes tenían tiempo para intuir lo que nuestro Padre quería decirles con las palabras del apóstol. San Pablo era el intérprete. Él traducía, con sus palabras, lo que el Padre y Fundador quería decir a los suyos desde la cárcel.

Más que en las homilías y conferencias de antes, podía y debía hacerse visible algo de la profunda vinculación y del cordial amor que se había desarrollado a lo largo de los años en la fundación.
“Pues Dios es testigo de cuánto os quiero a todos vosotros en el corazón de Cristo Jesús” (Filipenses 1,8).

El Padre encarcelado, puede, con las palabras del apóstol, señalar a las Hermanas cuán profundamente las ha guardado en su corazón y de lo cual puede decir en ese momento: “Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y en todo discernimiento con que podáis valorarlo mejor para ser puros y sin tacha para el día de Cristo” (Filipenses 1,9-10).

Después de la Navidad de 1941 el fundador se arriesgó a escribir una meditación tras otra a un curso de las Hermanas de María en cuya consagración había estado presente y que había elegido el ideal de Sponsa, y a enviárselas de contrabando. Estas meditaciones fueron publicadas más tarde como “Pensamientos sobre el ideal de Sponsa”, contienen de nuevo la invitación “a seguir en la escuela de San Pablo”. Con un entusiasmo palpable, les presenta a San Pablo a las jóvenes Hermanas: “Lo que hizo inmensamente grande, fuerte y fecundo a San Pablo, el hombre de los mil corazones, ha sido su ideal personal: el hombre nuevo en Cristo”.

Esta es una introducción muy motivadora en la imagen paulina de Cristo, en su participación en “la parte feliz y en la parte dolorosa de la vida del Redentor” que en una esquela tras otra llegó desde la cárcel a Schoenstatt. En cierto modo aquí hay alguien que comprende a un San Pablo desde dentro. Aquí se unen el que comparte el destino de San Pablo y que al mismo tiempo lo estudia. Nuestro Padre tenía una Biblia en su celda y un libro sobre San Pablo, en aquel tiempo muy conocido, del Prof. Josef Holzner, que había estado en ejercicios dictados por él.

A la prisión en Coblenza le siguió el encarcelamiento en el campo de concentración de Dachau, en donde ingresó el 13 de marzo de 1942. Permaneció prisionero allí hasta el 6 de abril de 1945. Ya en la primera carta escrita en el campo de concentración manifestó hacia fuera: “Seguramente ustedes esperan desde hace mucho la primera carta desde mi nuevo hogar. Por lo tanto aprovecho la primera oportunidad para cumplirles el deseo. ¿Cómo me va? San Pablo podría responder: ‘Todo lo puedo en aquel que me conforta’...” (22 de marzo de 1942). Lo que se había iniciado en la cárcel de Coblenza, se puso en práctica en el campo de concentración.

En adelante “Pablo”, o una gran P con un punto, sería el apodo de José Kentenich. En una carta escrita en Dachau el 19 de abril del mismo año, dice: “Él comprenderá a P. solamente cuando sostenga que ha vivido y obrado en una ciudad de paganos, Él ahora comprende a P. cuando él sostiene que vive y trabaja en una ciudad de paganos, de necios y de muerte...”. ...Mirando retrospectivamente esta época, el Fundador contó acerca del tema sobre el que redactó todo un tratado en el campo de concentración, y entonces dijo: “Tuve todas las posibilidades de escribir desde el campo de concentración, naturalmente en forma camuflada: ¡cartas de Pablo! Todo pasó sin problemas por la censura”.

Quise destacar estas pistas en las cartas en torno al 20 de enero con motivo del año paulino. Para mí no es, en absoluto, un apodo casual – Pablo, en lugar de su nombre –el que descubrimos en las cartas de la prisión. Encuentro una íntima cercanía en el destino de ambos y una congenialidad en sus pensamientos que me impulsa a querer conocerlos cada vez mejor.

Fuente: www.schoenstatt.de

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