lunes, enero 19, 2009

20 de enero de 1942

Extraído de “El Jardín de María y el 20 de Enero” de P.Rafael Fernández.

Estando el Padre Kentenich en la cárcel en Coblenza, había logrado tener un asiduo contacto epistolar y visual con las Hermanas. El médico había examinado al Padre y lo había declarado apto para ir al campo de concentración de Dachau. Al enterarse la Familia, hablan con el médico, quién estaría dispuesto a revisarlo nuevamente y declarar que por su problema de pulmón no es apto para el campo de concentración. Esta revisión tenía que solicitarla el Padre, pero él siente que Dios le pide que no tome ninguna iniciativa para evitar ir al campo de concentración.

El Padre experimenta una lucha interior muy grande. Cada día está más convencido que Dios le pide esta entrega y por otro lado la Familia le ruega que solicite una nueva revisación y esa solicitud vence el 20 de enero. El Padre cuenta que ese día en la Misa, durante la consagración, sintió la seguridad de que Dios le pedía no acudir al médico. Era sin duda, una inspiración del Espíritu Santo.

El 20 de enero es un paso muy difícil, que entraña una enorme confianza en el querer de Dios. Sabía que habría cruz, pero estaba seguro que la Mater cuidaría de él y que saldría victorioso. Por eso cuando el Padre Kentenich se refiere al 20 de enero dice que es un “caminar en la confianza divina”.

Piensa que él le debía esta entrega a su Familia, él era el representante, la cabeza de la Familia y en él se decidía el destino de su Familia. Es decir, él abrazaba su cruz para que la Familia llegase a ser un Jardín de María. Si él asumía su lugar, por su condición de fundador, de cabeza de la Familia, Dios iba a bendecir a los suyos. Este acontecimiento implica la solidaridad de destinos, ganar la santidad del uno por el otro. Si la Familia quería que el Padre Fundador fuese liberado del campo de concentración, tenía que convertirse en un floreciente Jardín de María.

¿Qué significa llegar a ser un Jardín de María? El lo define: “El Jardín de María está formado por pequeñas Marías que se han conformado en Cristo, que son portadoras de Cristo y que dan a luz a Cristo en el mundo y que con Cristo y en Cristo, giran en torno a Dios Padre”.

Es decir, tiene que surgir la pequeña María, y la pequeña María es la persona que vive para Cristo, en Cristo y por Cristo, que quiere llevar el mundo hacia Cristo, hacer que nazca Cristo en el mundo, para elevar al mundo, en el Espíritu Santo, hasta Dios Padre.

Esas pequeñas Marías, a semejanza de María, su prototipo es su unión a Cristo Jesús. En el corazón de María palpita la profunda bi-unidad con Cristo, el sentido de su vida es Cristo, ella se da por entero a Cristo y por el Espíritu Santo gira constantemente en torno a Dios Padre. Ese girar en torno al Padre es lo que nos permite decir “Abbá, Padre”.

El término “pequeñas Marías” nos muestra una actitud profundamente filial, de niño ante Dios, por lo que lo esencial de esta María, de este Cristo es ser hijo, y como Cristo y María hacen siempre lo que agrada al Padre.

Hay personas y grupos que se han implantado en el Jardín de María (también cursos de Federación de Madres) y sería importante poder conquistar esa riqueza y poder llegar a ser como el Padre nos soñó, un floreciente Jardín de María.

El secreto de la vitalidad del Jardín es el mutuo entrelazamiento de destinos, del Padre y de los miembros de la Familia y de los miembros entre sí. Nombrando al Padre, también pensamos en el Santuario y en la Mater. Es imposible concebir al Padre Fundador sin esa indisolubilidad entre él, el Santuario y la Mater.

Este entrelazamiento de destinos está basado en el pensamiento del cuerpo místico de Cristo y de nuestro carácter familiar. Recordemos la imagen que nos regala san Pablo del cuerpo (1 Cor 12,12). Así como en el cuerpo cada miembro es necesario y tiene una función propia, tal como cada miembro necesita de los otros, así también nosotros nos necesitamos mutuamente.

Así como no se puede despreciar a ningún miembro del cuerpo, tampoco se puede despreciar a cualquier miembro de la comunidad, cada uno tiene un lugar y debe ejercer su función de acuerdo al don de Dios.

En ese Jardín de María hay muchos miembros, somos diferentes, pero estamos profundamente condicionados los unos por los otros. Si fuésemos todos iguales, perderíamos la posibilidad de enriquecernos con la originalidad del otro. Nos necesitamos unos a otros, cada uno tiene un lugar, nadie sobra, e incluso aquellos que parecen no tener ninguna función importante. Pensemos en el capital de gracias oculto que significa una enfermedad o una renuncia. Esa entrega da más alimento al cuerpo que la de aquellas personas que nos parecen sobresalientes, que más hablan o que más aparecen en público.

Cuando el Padre Kentenich define la comunidad, explica que en su esencia, consiste en el estar el uno en el otro, con el otro y para el otro. Esto es el entrelazamiento de destinos que nos regala con su decisión del 20 de enero de 1942.

El 20 de Enero condujo a la Familia a una vivencia extraordinaria de la redención y de las leyes que la rigen. Pensemos que la guerra se desarrollaba con toda crudeza y que el Padre vivía en el infierno de Dachau. En esa situación, asume libremente la cruz y llama a la Familia a tomar con él la cruz y a sellar la alianza en el sentido de la Inscriptio. La Inscriptio es la fusión de corazones con Cristo crucificado, de ella brotan la redención y la verdadera libertad, el fruto de la cruz es la instauración del reino de Dios, el triunfo del hombre nuevo y de la nueva comunidad.

En una plática, el Padre Kentenich nos recuerda ese entrelazamiento de destinos: “Ustedes no pueden imaginarse cuán intensamente viva estaba en mí en Coblenza, la responsabilidad por la Familia! Mi lucha por la libertad debía ayudarle a alcanzar la perfecta libertad interior. Y su lucha por esa libertad debía ayudarme a mí a conquistar la libertad exterior”.

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