Espíritu de victoriosidad
Padre Nicolás Schwizer
N° 155 - 01 de abril de
2014
Igual que los primeros
cristianos, a Schoenstatt le caracteriza un espíritu de gran victoriosidad.
Esa victoriosidad surgió, sobre todo, después de la lucha mortal en el tiempo
del nazismo.
Nosotros en Schoenstatt
no nos basamos en el plano natural, en consideraciones humanas. Creemos en la
influencia de fuerzas divinas: “...
donde Dios se desposa con los débiles...” dice el Cántico al terruño. En
otra oportunidad dice el P. Kentenich: En Schoenstatt “la omnipotencia de Dios se desposa con la impotencia de hombre”.
Y ese es el único motivo
de nuestra victoriosidad, de nuestra fe en el triunfo de la causa de
Schoenstatt.
María, signo de victoria. Es por eso que le
llamamos a la Virgen el gran signo de victoria. Ella misma como persona
es la prueba del triunfo sobre todo lo terreno y lo diabólico. Allí donde Ella
aparezca, será un gran signo de victoria y la victoria acompañará a nuestra
bandera. Porque Ella es “la Vencedora en
todas las batallas de Dios”, es decir, a través de Ella Dios ha triunfado
siempre.
Llevarla al campo de batalla. Y nosotros, que somos
sus instrumentos, ¿qué hemos de hacer entonces?
Dice el Padre Kentenich: “¡Debemos llevar a la Santísima Virgen al
campo de batalla!”
Detrás de ello se esconde
la convicción: “El demonio celebra sus aquelarres
(Hexensabbat) hoy en todas partes, y si no interviene en la batalla la
aplastadora de la serpiente, no podemos esperar vencer”. Pero si Ella va
con nosotros, nos atrevemos a luchar y a conseguir la victoria.
a) Debemos llevar sobre
todo, a la Santísima Virgen al campo de batalla del propio corazón.
“¿Quién debe ayudarnos, por lo tanto, a dominar los instintos de
nuestro interior? ¿Quién nos debe dar fuerzas cuando hemos faltado? ¿Quién nos
debe ayudar a levantarnos, cuando hemos caído?... Sea que se trate de vencer
mis instintos, sea que se trate de ser siempre noble (en las luchas
económicas), o que se trate de estar siempre al lado de los míos a pesar de
cualquier fracaso, siempre debemos llevar a la Virgen al campo de batalla de
nuestro corazón.
Es también el sentido de la
Consagración: proclamar a la Virgen como Reina en el trono del propio corazón”.
b) Debemos llevarla también al campo de batalla de
nuestra familia, de nuestro hogar. Pueden ser problemas familiares, falta
de comunicación, falta de entendimiento, falta de afecto y libertad,
dificultades entre las generaciones, una madre sobreprotectora, un padre débil
o ausente, etc.
Pueden ser problemas matrimoniales, dificultades en
la educación de los hijos, necesidades económicas.
¿Y qué respuesta da el Padre Kentenich a estas
dificultades?
“Yo duermo siempre bien,
puesto que la Santísima Virgen ha tomado la responsabilidad por mí. Yo he
sellado una Alianza con Ella. Ella lo hace todo. Ella tiene la preocupación por
todo. (Por eso, todos los hijos que me regala Dios los conduzco a la Virgen...
Si yo le digo que le regalo mi hijo, Ella lo acepta y se preocupa por él)”.
Eso, por supuesto, no significa que nosotros no
debemos hacer nada. Pero lo que necesitamos hoy es, ante todo, el heroísmo de
una confianza despreocupada y victoriosa.
c) Una espiritualidad sana abarca al hombre
entero, no sólo en su hogar, sino también y sobre todo en su trabajo, en su
profesión. Por lo tanto, hemos de llevar a la Virgen también al campo de batalla
de la profesión: colegio, universidad, oficina, negocio... Si le damos
el lugar que le corresponde, entonces Ella vencerá también en el campo de
batalla profesional.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Veo a la Virgen como la
Victoriosa?
2. ¿Confío en Ella en mis luchas
de la vida diaria?
3. ¿Tengo una imagen de la Virgen
en mi trabajo?
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