El doble amor
N° 142 – 01 de marzo de 2013
Toda nuestra vida, cuando es
realmente cristiana, está orientada hacia el amor: el amor a Dios y el amor al
prójimo. Sólo el amor hace grande y fecunda nuestra existencia y nos garantiza
la salvación eterna.
Y si preguntamos a un cristiano
ordinario: ¿Cuál es el gran mandamiento de Cristo, su mandamiento nuevo? No nos
responderá: el amor a Dios. Sino que nos dirá: “ama a tu prójimo como a ti
mismo”. Sin embargo, ese mandamiento no tiene nada de nuevo; se encuentra ya en
el Antiguo Testamento.
¿En qué consiste, entonces, la novedad
que Jesús imprime a estos antiguos mandamientos? Lo nuevo es que Cristo ha
unido inseparablemente a estos dos mandamientos: El amor verdadero a Dios es un
amor verdadero al hombre. Y todo amor auténtico al hombre es un amor auténtico
a Dios.
Ésta es la gran novedad de la
Encarnación. Ya no estamos divididos entre dos amores. Ya no tenemos por qué
quitarle al hombre un poco de nuestro tiempo, de nuestro dinero, de nuestro
corazón, para dárselo a Dios.
Dios no es un rival del hombre:
Todo lo que se hace al más pequeño de los hombres, se le hace al mismo Dios.
Por la Encarnación, Dios se ha hecho hombre, Dios se ha solidarizado con todos
los hombres; Dios y el hombre son inseparables. La novedad del Evangelio es la
divinización del hombre y la humanización de Dios.
Lo que pasa es que el amor a Dios separado del amor al hombre se presta a muchas ilusiones. Se puede creer en Dios y no amar a los hombres, como el sacerdote y el levita de la parábola del Buen Samaritano. O como los fariseos que creían servir a Dios cuando crucificaron a Jesús.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Es fraterna nuestra comunidad?
2. ¿Son válidos estos conceptos en el mundo de hoy?
3. ¿Qué puedo hacer por los demás?
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