miércoles, octubre 24, 2012

Mensaje para la Apertura del Año de la Corriente Misionera

P. Heinrich Walter. Querida Familia de Schoenstatt:

Desde las cercanías de la tumba de San Pedro y de la plaza de San Pedro, les saludo en el lugar del mundo donde se encuentren. El Santo Padre me ha invitado a participar en el Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Por eso, no puedo acompañarles hoy en el Santuario original. Es un signo de la Providencia que hoy podamos unir así nuestros santuarios con la gran catedral de la cristiandad aquí en Roma. Nuestra misión es la misión de la Iglesia. A ella queremos servirla con nuestro carisma, para que la Iglesia, mediante la acción del Espíritu Santo, reciba el regalo de una nueva vitalidad. Hasta ahora, este es el mayor anhelo de los padres sinodales. Algunos hablan de un nuevo Pentecostés. Esta debe ser también nuestra preocupación.

Nuestra peregrinación hacia el jubileo y hacia el Santuario Original nos lleva a la fuente original de Schoenstatt. Queremos beber de las fuentes más profundas y, así, renovar nuestro carisma para el tiempo en que vivimos. La gratitud por la conducción de Dios durante los 100 años de nuestra historia sagrada, despierta de nuevo en nosotros el espíritu de los comienzos. Bebemos de este espíritu en el Acta de fundación, en la fe del P. Kentenich y en la fuerza del testimonio de vida de la generación fundadora. El año pasado hemos profundizado en la experiencia del Santuario. Hemos cultivado nuevamente todas las formas de vida del Santuario en nuestra Familia, desde la vinculación al Santuario Original hasta la vida en el Santuario del corazón. Esta profundización nos conduce hoy a la misión: Tu Alianza, nuestra misión.

Este año del envío comienza dentro de un contexto eclesial. La Providencia lo ha conducido de tal manera, que, con la Iglesia universal, miramos hacia aquello que es la esencia de la Iglesia. La Iglesia tiene la misión de evangelizar el mundo. Eso es lo que el Señor encomendó a los discípulos después de su resurrección. El Santo Padre ha proclamado el año de la fe y nos ha recordado el Concilio. Ha hablado sobre el espíritu del Concilio y sobre la peregrinación a través de los desiertos de nuestra época. Para esta peregrinación no necesitamos alforja, ni pan, ni dos túnicas, sino el Evangelio y la fe de la Iglesia. Después de 50 años él ve la necesidad de llamar a una nueva evangelización para que el espíritu del Concilio no muera.

Con nuestro año de la corriente misionera, nosotros estamos en medio de la corriente de la Iglesia universal. Esto es una gran alegría y, a la vez, un desafío. Las conferencias que el P. Kentenich dictó hace casi 50 años en Roma, sobre el camino de la Iglesia hacia el Concilio, adquieren ahora todo su significado. Esto nos anima a entender el año de la corriente misionera como un aporte concreto para la renovación de la Iglesia. Todo lo que hacemos en este sentido está motivado por el amor a la Iglesia. Queremos ayudar a que en todas partes la Iglesia se convierta en el alma de la cultura y de la civilización moderna.

¿Por qué ponemos el acento en la corriente misionera? Yo veo dos acentos. Todo lo que hacemos como schoenstattianos, debe tener un carácter misionero. Tanto si dirigimos un grupo como si promovemos un proyecto social, tanto si hacemos adoración como si visitamos enfermos, tanto si preparamos la Jornada Mundial de la Juventud como si cuidamos del servicio de guardería, todo esto lo hacemos conscientes de que esa es nuestra misión. Y lo hacemos de todo corazón desde la emoción del envío. La otra perspectiva es que, en la preparación al jubileo, hemos observado muchas iniciativas misioneras en todas las partes del mundo. Hemos observado que en estas iniciativas late una fuerte vitalidad. Hemos podido constatar agradecidos, que, sobre todo, las comunidades de jóvenes están impregnadas del espíritu misionero. Estas iniciativas deben ponerse en comunicación.

Se pueden unir entre sí, para que los pequeños arroyos se conviertan en una gran corriente. La corriente misionera traerá una nueva fuerza vital a todas las formas de vida que hay en nuestra Familia. Quiero citar por su nombre algunas de estas iniciativas.

La mayor fuerza proviene de la Campaña de la Virgen Peregrina, esto es algo que he podido constatar también en conversaciones privadas en el Sínodo. Los “madrugadores” en América Latina y el “Rosario de hombres” en Brasil congregan cada semana a miles de hombres en los Santuarios y parroquias para rezar en común. Las misiones juveniles y familiares en América Latina entretanto han arraigado también en Europa. En muchos países se han iniciado proyectos sociales y pedagógicos por parte de grupos y comunidades.

Además, están los muchos pequeños misioneros, a los que nadie cita por su nombre, pero cada uno de los cuales tiene un rostro ante Dios. Son aquellos que por amor cumplen fielmente su deber. Son aquellos que en silencio entregan su capital de gracias en la tinaja. Son aquéllos que no quieren ser nombrados, porque hacen todo en silencio, con la profunda alegría de hacerlo todo por la Virgen y por Cristo.

El Cristo del futuro será un Cristo misionero, si quiere conservar su fe a contracorriente de la sociedad. Nuestro entorno nos obliga a ello. Nos desafía a confesar nuestra fe y a dar testimonio de ella. El trabajo misionero cuesta mucho esfuerzo al principio. Es como saltar al agua fría. Pero después su corazón se transforma. La inseguridad desaparece y surge una libertad en el corazón. Con toda humildad crecen la autoestima, la confianza en Dios y la seguridad de que Cristo y la Virgen quieren acercarse a los hombres a través mío.

Miramos a la raíz de nuestro espíritu misionero. Es nuestra Alianza. Es la mirada de la Virgen. En sus ojos somos reconocidos y amados. Y nosotros respondemos con nuestra entrega. Es una Alianza de Amor. La fuente de toda misión es el amor que capta el corazón y toda la persona. Esta es la vocación que recibimos en diálogo con María en el Santuario. Ella es la gran misionera, Ella busca aliados para su misión.

En la noche de la apertura del año de la fe, la plaza de San Pedro se llenó de antorchas. La Acción Católica había llamado a una marcha de antorchas. Yo recordé la marcha de antorchas de la juventud masculina hacia Roma hace pocos años. Entretanto, la Juventud masculina se ha unido a nivel mundial en una generación misionera. Han elegido el fuego como símbolo. Hoy todos queremos adherirnos a esta corriente misionera. Cada uno puede poner su antorcha encendida del corazón para que el fuego sea más grande, para que se vea desde muy lejos y pueda encender muchos corazones.

Por lo tanto, declaro abierto el año de la corriente misionera

Fuente: www.schoenstatt.org

miércoles, octubre 17, 2012

 Carta de Alianza

 
 
 
 
 
octubre 2012

Queridos hermanos:
¡Feliz día de Alianza!

Este 18 de octubre celebramos con alegría los 98 años de la primera Alianza de Amor y, por lo tanto, de la fundación de Schoenstatt. Al mismo tiempo damos comienzo al 3º año de peregrinación hacia el Jubileo del 2014, el Año de la Misión.

Durante el año que ha transcurrido pusimos nuestra atención en el Santuario y toda la red de santuarios: las ermitas, los Santuarios del Hogar y del trabajo, cada imagen de la Virgen Peregrina y nuestro Santuario Corazón. Hoy queremos dar un paso más en este camino al 2014. La Providencia ha querido que este Año de la Misión de nuestra Familia coincida con el Año de la Fe convocado por el Papa Benedicto XVI. El Papa nos invita a toda la Iglesia a renovarnos en la fe para encarar así una nueva evangelización del mundo.

El 18 de octubre de 1914 el P. Kentenich dirigía estas palabras a un grupo de jóvenes reunidos en la antigua capillita de San Miguel, en Schoenstatt: “¿Acaso no sería posible que la Capillita de nuestra Congregación al mismo tiempo llegue a ser nuestro Tabor donde se manifieste la gloria de María? Sin duda alguna no podríamos realizar una acción apostólica más grande, ni dejar a nuestros sucesores una herencia más preciosa que inducir a Nuestra Señora y Soberana a que erija aquí su trono de manera especial, que reparta sus tesoros y obre milagros de gracia”. (1º Acta de Fundación, nº 7)

Como vemos, desde el comienzo de Schoenstatt existió un fuerte espíritu apostólico y una marcada conciencia de misión, por eso decía el P. Kentenich: “Sin duda alguna no podríamos realizar una acción apostólica más grande, ni dejar a nuestros sucesores una herencia más preciosa…”. Esta conciencia de misión sigue viva en nosotros y queremos que crezca más.

Por eso en este año de la Fe y de la Misión queremos dejarnos guiar por María, madre y maestra de misioneros, con estas 4 estrellas misioneras:

1. Con María y como María. En Alianza con Ella, queremos desarrollar toda nuestra acción misionera. Mirémosla en la anunciación, María recibe con fe las palabras del ángel y por su sí creyente, libre y confiado Dios se hace carne en su carne y comienza a habitar entre nosotros (cf. Lc 1, 38). Pero la fe no es privada, se comparte, y la fe compartida se transforma en misión: María sale presurosa a la casa de su prima Isabel para ayudarla, y la mejor ayuda que le ofrece es la presencia del Salvador que trae en su seno. Presencia divina que llega por María; presencia que trae bendición, salvación y alegría (cf. Lc 1, 46-55). María tiene la misión de dar a luz a Cristo para la salvación del mundo. “Ella debe volver a dar a luz a Cristo en cada generación, también en la venidera, y es lógico que no puede hacerlo sin la colaboración humana. Así nos la podemos imaginar en 1914 recorriendo el mundo visitando en todos lados a los hombres. Fue de ese modo, por decirlo así, que se quedó “pegada” a Schoenstatt, se estableció en el Santuario, quiso habitar entre nosotros para educarnos como sus instrumentos para su misión en la época actual”. (P. Kentenich, 31 de mayo de 1966)

2. Con un marcado carácter misionero. Como Movimiento de Schoenstatt tenemos la misión de colaborar con y como María en el anuncio de Cristo. Ya sea que ayudemos en un grupo de Schoenstatt o que desarrollemos una acción social, que estemos al frente de alguna catequesis en la parroquia o que visitemos enfermos, si trabajamos en una página Web o atendemos un negocio, si preparamos una peregrinación o si somos servidores del Santuario, todo lo que hagamos que sea siempre con un marcado espíritu misionero, pues allí el Señor nos necesita para servir y extender su reino.

3. Con creatividad y audacia misionera. Como instrumentos de María, queremos cultivar la creatividad y la audacia y misionera, “es por eso que tenemos el valor de exclamar con San Pablo: ¡No puedo dejar de predicar!... Quien tiene una misión ha de cumplirla, aunque un salto mortal siga a otro. La misión de profeta trae siempre consigo suerte de profeta”. (P. Kentenich, 31 de mayo de 1949)

4. En comunión y al servicio de la Iglesia para la transformación del mundo. Schoenstatt ha entendido siempre su misión mariana como servicio de amor a la Iglesia para ayudarla a que sea alma del mundo. Evangelizar, anunciar la verdad de Cristo y del hombre a la luz del Evangelio es la misión propia de la Iglesia en el medio del mundo, es la misión de todos los bautizados que estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe en Cristo a través de nuestra vida. Schoenstatt quiere servir a la Iglesia en este tiempo tan cambiante y conflictivo cultivando esta conciencia de misión. “Todo por Schoenstatt, Schoenstatt para la Iglesia y la Iglesia para la Santísima Trinidad”. (P. Kentenich 1965)

Este espíritu misionero que brota de la Alianza de Amor con María se manifiesta con enorme fuerza y riqueza en acciones concretas como la Campaña de la Virgen Peregrina, en las Misiones de jóvenes y las Misiones Familiares, en proyectos sociales como las Casas del Niño, el Hogar de María, el Taller San José, Valoremos la Vida, las Voluntarias de María, el Círculo Vocacional, Patria Nueva, la Campaña de la Soja y muchas más; en diversos proyectos pedagógicos como colegios y centros pedagógicos, la Comisión de Bioética y un sinfín de proyectos en parroquias, en ambientes de trabajo y en los barrios. Por eso nuestros jóvenes dicen: “Schoenstatt no hace misiones, Schoenstatt ES misión”.

Una misión que nos llama a dar respuestas en nuestro tiempo y en nuestro lugar, la Patria. Una misión que nos llama a ser, con y como María, constructores de diálogo y encuentro, fuertes en la fe y en la esperanza, animándonos a tender puentes y a derribar muros que separan, encendidos en el amor heroico de Cristo para construir juntos una cultura de Alianza.

Queridos hermanos, este 18 de octubre los invito a encontrarnos espiritualmente en nuestro Santuario Original con la Familia de Schoenstatt del mundo entero, y con un corazón ardiente renovar la Alianza de Amor con nuestra querida Madre y Reina diciendo:

¡Tu Alianza, nuestra misión!

¡Madre, aquí estamos, envíanos!


Desde el Santuario les deseo un feliz día de Alianza y un fecundo Año de la Misión.


P. José Javier Arteaga

jueves, octubre 11, 2012

EL PAPA ABRE EL AÑO DE LA FE PARA AFRONTAR LA "DESERTIFICACIÓN ESPIRITUAL" DEL MUNDO


Durante su homilía asegura que es necesario apoyarse en los textos del concilio para volver a anunciar a Cristo


Día 11/10/2012 - 14.05h
 
Venerables hermanos, queridos hermanos y hermanas. Hoy, con gran alegría, a los 50 años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, damos inicio al Año de la fe. Me complace saludar a todos, en particular a Su Santidad Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla, y a Su Gracia Rowan Williams, Arzobispo de Canterbury.
Un saludo especial a los Patriarcas y a los Arzobispos Mayores de las Iglesias Católicas Orientales, y a los Presidentes de las Conferencias Episcopales. Para rememorar el Concilio, en el que algunos de los aquí presentes – a los que saludo con particular afecto – hemos tenido la gracia de vivir en primera persona, esta celebración se ha enriquecido con algunos signos específicos: la procesión de entrada, que ha querido recordar la que de modo memorable hicieron los Padres conciliares cuando ingresaron solemnemente en esta Basílica; la entronización del Evangeliario, copia del que se utilizó durante el Concilio; y la entrega de los siete mensajes finales del Concilio y del Catecismo de la Iglesia Católica, que haré al final, antes de la bendición. Estos signos no son meros recordatorios, sino que nos ofrecen también la perspectiva para ir más allá de la conmemoración. Nos invitan a entrar más profundamente en el movimiento espiritual que ha caracterizado el Vaticano II, para hacerlo nuestro y realizarlo en su verdadero sentido. Y este sentido ha sido y sigue siendo la fe en Cristo, la fe apostólica, animada por el impulso interior de comunicar a Cristo a todos y a cada uno de los hombres durante la peregrinación de la Iglesia por los caminos de la historia.
El Año de la fe que hoy inauguramos está vinculado coherentemente con todo el camino de la Iglesia en los últimos 50 años: desde el Concilio, mediante el magisterio del siervo de Dios Pablo VI, que convocó un «Año de la fe» en 1967, hasta el Gran Jubileo del 2000, con el que el beato Juan Pablo II propuso de nuevo a toda la humanidad a Jesucristo como único Salvador, ayer, hoy y siempre. Estos dos Pontífices, Pablo VI y Juan Pablo II, convergieron profunda y plenamente en poner a Cristo como centro del cosmos y de la historia, y en el anhelo apostólico de anunciarlo al mundo. Jesús es el centro de la fe cristiana. El cristiano cree en Dios por medio de Jesucristo, que ha revelado su rostro. Él es el cumplimiento de las Escrituras y su intérprete definitivo. Jesucristo no es solamente el objeto de la fe, sino, como dice la carta a los Hebreos, «el que inició y completa nuestra fe» (12,2).
El evangelio de hoy nos dice que Jesucristo, consagrado por el Padre en el Espíritu Santo, es el verdadero y perenne protagonista de la evangelización: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres» (Lc 4,18). Esta misión de Cristo, este dinamismo suyo continúa en el espacio y en el tiempo, atraviesa los siglos y los continentes. Es un movimiento que parte del Padre y, con la fuerza del Espíritu, lleva la buena noticia a los pobres en sentido material y espiritual. La Iglesia es el instrumento principal y necesario de esta obra de Cristo, porque está unida a Él como el cuerpo a la cabeza. «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). Así dice el Resucitado a los discípulos, y soplando sobre ellos, añade: «Recibid el Espíritu Santo» (v. 22). Dios por medio de Jesucristo es el principal artífice de la evangelización del mundo; pero Cristo mismo ha querido transmitir a la Iglesia su misión, y lo ha hecho y lo sigue haciendo hasta el final de los tiempos infundiendo el Espíritu Santo en los discípulos, aquel mismo Espíritu que se posó sobre él y permaneció en él durante toda su vida terrena, dándole la fuerza de «proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista»; de «poner en libertad a los oprimidos» y de «proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).
El Concilio Vaticano II no ha querido incluir el tema de la fe en un documento específico. Y, sin embargo, estuvo completamente animado por la conciencia y el deseo, por así decir, de adentrase nuevamente en el misterio cristiano, para proponerlo de nuevo eficazmente al hombre contemporáneo. A este respecto se expresaba así, dos años después de la conclusión de la asamblea conciliar, el siervo de Dios Pablo VI: «Queremos hacer notar que, si el Concilio no habla expresamente de la fe, habla de ella en cada página, al reconocer su carácter vital y sobrenatural, la supone íntegra y con fuerza, y construye sobre ella sus enseñanzas. Bastaría recordar [algunas] afirmaciones conciliares… para darse cuenta de la importancia esencial que el Concilio, en sintonía con la tradición doctrinal de la Iglesia, atribuye a la fe, a la verdadera fe, a aquella que tiene como fuente a Cristo y por canal el magisterio de la Iglesia» (Audiencia general, 8 marzo 1967). Así decía Pablo VI.
Pero debemos ahora remontarnos a aquel que convocó el Concilio Vaticano II y lo inauguró: el beato Juan XXIII. En el discurso de apertura, presentó el fin principal del Concilio en estos términos: «El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz… La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina… Para eso no era necesario un Concilio... Es preciso que esta doctrina verdadera e inmutable, que ha de ser fielmente respetada, se profundice y presente según las exigencias de nuestro tiempo» (AAS 54 [1962], 790. 791-792).
A la luz de estas palabras, se comprende lo que yo mismo tuve entonces ocasión de experimentar: durante el Concilio había una emocionante tensión con relación a la tarea común de hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo, sin sacrificarla a las exigencias del presente ni encadenarla al pasado: en la fe resuena el presente eterno de Dios que trasciende el tiempo y que, sin embargo, solamente puede ser acogido por nosotros en el hoy irrepetible. Por esto mismo considero que lo más importante, especialmente en una efeméride tan significativa como la actual, es que se reavive en toda la Iglesia aquella tensión positiva, aquel anhelo de volver a anunciar a Cristo al hombre contemporáneo. Pero, con el fin de que este impulso interior a la nueva evangelización no se quede solamente en un ideal, ni caiga en la confusión, es necesario que ella se apoye en una base concreta y precisa, que son los documentos del Concilio Vaticano II, en los cuales ha encontrado su expresión.
Por esto, he insistido repetidamente en la necesidad de regresar, por así decirlo, a la «letra» del Concilio, es decir a sus textos, para encontrar también en ellos su auténtico espíritu, y he repetido que la verdadera herencia del Vaticano II se encuentra en ellos. La referencia a los documentos evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante, y permite acoger la novedad en la continuidad. El Concilio no ha propuesto nada nuevo en materia de fe, ni ha querido sustituir lo que era antiguo. Más bien, se ha preocupado para que dicha fe siga viviéndose hoy, para que continúe siendo una fe viva en un mundo en transformación.
Si sintonizamos con el planteamiento auténtico que el beato Juan XXIII quiso dar al Vaticano II, podremos actualizarlo durante este Año de la fe, dentro del único camino de la Iglesia que desea continuamente profundizar en el depisito de la fe que Cristo le ha confiado. Los Padres conciliares querían volver a presentar la fe de modo eficaz; y sí se abrieron con confianza al diálogo con el mundo moderno era porque estaban seguros de su fe, de la roca firme sobre la que se apoyaban. En cambio, en los años sucesivos, muchos aceptaron sin discernimiento la mentalidad dominante, poniendo en discusión las bases mismas del depositum fidei, que desgraciadamente ya no sentían como propias en su verdad.
Si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la fe y la nueva evangelización, no es para conmemorar una efeméride, sino porque hay necesidad, todavía más que hace 50 años. Y la respuesta que hay que dar a esta necesidad es la misma que quisieron dar los Papas y los Padres del Concilio, y que está contenida en sus documentos. También la iniciativa de crear un Consejo Pontificio destinado a la promoción de la nueva evangelización, al que agradezco su especial dedicación con vistas al Año de la fe, se inserta en esta perspectiva. En estos decenios ha aumentado la «desertificación» espiritual. Si ya en tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. Se ha difundido el vacío.
Pero precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. La fe vivida abre el corazón a la Gracia de Dios que libera del pesimismo. Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino. La primera lectura nos ha hablado de la sabiduría del viajero (cf. Sir 34,9-13): el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago, o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años. ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizás porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo?
Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3), sino el evangelio y la fe de la Iglesia, de los que el Concilio Ecuménico Vaticano II son una luminosa expresión, como lo es también el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado hace 20 años.
Venerados y queridos hermanos, el 11 de octubre de 1962 se celebraba la fiesta de María Santísima, Madre de Dios. Le confiamos a ella el Año de la fe, como lo hice hace una semana, peregrinando a Loreto. La Virgen María brille siempre como estrella en el camino de la nueva evangelización. Que ella nos ayude a poner en práctica la exhortación del apóstol Pablo: «La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente… Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3,16-17). Amén

miércoles, octubre 10, 2012

El 11 de octubre comienza el año de la fe

El Año de la fe se celebrará desde el jueves 11 de octubre hasta el 24 de noviembre de 2013. Su finalidad es contribuir a la conversión y a redescubrir la fe para que los cristianos seamos testigos creíbles, capaces de indicar la puerta de la fe a lo que la buscan.

Su inicio coincide con el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.

En los actos que participe Benedicto XIV, especialmente durante la Jornada mundial de la Juventud Río 2013, se favorecerá la unidad entre todos los cristianos.

La Conferencias Episcopales fueron invitadas a mejorar la calidad de la formación y a utilizar los nuevos lenguajes de comunicación y del arte.

A las diócesis se propuso impulsar congresos, jornadas y celebraciones penitenciales.

A las parroquias y movimientos religiosos se les propuso celebrar la Misa en comunidad porque "es allí donde se proclama, se celebra y se fortalece la fe de la Iglesia".

Juan Carlos Pisano

sábado, octubre 06, 2012


Queridas hermanas para seguir compartiendo nuestras vivencias del 3º Congreso Internacional quería contarles algo sobre el logo y el lema del Congreso.


El logo fue trabajado intensamente por las madres brasileras, con mucho aporte espiritual. Y estas son las definiciones de los elementos del logo

1. Alianza. (está representada por el aro exterior )

Rumbo al Centenario de la Alianza, queremos ser fieles a nuestra Alianza Bautismal, Matrimonial y a la Alianza de Amor en Schoenstatt.

2. Mundo

En este mundo en que muchos viven desarraigados de Dios, queremos empeñarnos para: defender la vida, rescatar la dignidad del ser mujer y promover los valores cristianos de la familia.

3. Santuario

Vinculadas al Santuario, nuestro Tabor y fuente de origen, queremos dejarnos educar y santificar como instrumentos de la MTA.

4. Lirio

Recuerda las virtudes de la Madre de Dios, las cuales queremos cultivar: la alegría, la servicialidad, la nobleza y la magnanimidad.

5. Madre de Dios

Es el modelo de vida en el cual queremos espejarnos."Aseméjanos a Ti, y enséñanos a caminar por la vida tal como Tu lo hiciste, fuerte y digna, sencilla y bondadosa, repartiendo amor, paz y alegría preparándolo para Cristo Jesús"

 6. Caritas Christi urget nos

Este lema "El amor de Cristo nos impulsa", nos identifica como Federación Apostólica de Schoenstatt y nos estimula a ser discípulos misioneros en al familia, la Iglesia y en la sociedad donde vivimos y actuamos

7. MTA, quien me ve, te vea!

Este lema, definido en el 2º Congreso Internacional en Argentina en 2007, nos impulsa en nuestra aspiración y misión de ser reflejos de María en este 3º Congreso Internacional en Brasil

martes, octubre 02, 2012



La Fe práctica en la Divina Providencia
 
Padre Nicolás Schwizer    
 N° 137 – 01 de 0ctubre de 2012

¿Cómo entendemos eso? Creemos que Dios ‑ Padre ha hecho un plan de vida de cada uno de sus hijos. Por ese plan providente, quiere conducirnos a su Reino, educarnos como hijos, perfeccionarnos según la imagen de Jesucristo.

 Y porque “Dios es amor”, este plan no puede ser sino un plan de amor. Dios quiere que seamos felices, por toda la eternidad. Por eso, Dios sólo puede querer nuestro bien.

Dios consecuente con su plan, se preocupa de cada ser humano, porque Él es Padre. Se preocupa de cada cosa, incluso de la más insignificante, en mi vida. Por eso la palabra del Señor: “¿Acaso no se venden dos pajaritos por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae a tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el Cielo…”.

Dios quiere que conozcamos, que descubramos poco a poco su plan de amor. Quiere que sepamos cuál es su deseo para con nosotros. Es por eso que Él nos habla permanentemente.

Son tres los libros que contienen su palabra.

1. El primero es la BIBLIA.

2. El otro es el libro de su CREACIÓN: Allí nos habla p.ej. a través de las flores, del cielo, del sol, etc. Cada una de sus creaturas es la encarnación de un pensamiento y de un deseo suyo.

3. Pero sobre todo Dios nos habla a través del libro de la vida, es decir, los acontecimientos de cada día. Cada hecho que sucede - p.ej. ese problema que se presentó en mi trabajo o en mi casa; esa alegría que me dio mi cónyuge; ese consejo que recibí de un amigo, todo eso es una voz, un llamado de Dios.

Dios está realmente presente en mi vida y es allí donde tengo que encontrarlo y dialogar con Él. Pero para eso necesito saber mirar con fe lo que me sucede y dejarme tiempo para poder descifrar los mensajes que Dios me envía.

Lo que más nos cuesta aceptar en nuestra vida son los sucesos dolorosos, cruces y sufrimientos que Dios envía o que Él permite. Las manos de Dios son siempre bondadosas, pero están, algunas veces, revestidas de guantes de hierro. Y esos guantes de hierro hacen daño.

¿Que debemos hacer entonces? Debemos hacer trans­parentes los guantes de hierro y ver detrás, a la luz de la fe, las manos bondadosas del Padre. Él hace todo siempre por amor, también cuando se trata de injusticias, calumnias, humillaciones, o de otras cruces que Él permite en nuestras vidas.

Así, cada día de nuestra vida, cada acontecimiento es como una carta de amor que Dios nos escribe.

Para encontrar al Dios de la vida, deberíamos bus­carlo primero en nuestro pasado. Deberíamos ver su mano en aquellos hechos que más nos han marcado, tanto en los tristes como en los felices. Nada de eso ha sucedido por casualidad. Dios escribe con­migo una historia de amor original, inédita, diferente a todas las otras. Y yo he de aceptarla así como Él lo ha querido.

Pero principalmente tengo que leer los mensajes que Dios me envía en el presente de mi vida. El pasado ya no puedo cambiarlo y tengo que aceptarlo tal como ha sido. El futuro está abierto todavía. Y mediante las cosas que me están sucediendo hoy, Dios me está proponiendo planes que tengo que realizar mañana: me está invitando a actuar, me está haciendo advertencias, me está pidiendo más amor.

P.ej. la enfermedad de mi hijo, la situación difícil en mi trabajo, la mala nota que saqué en el colegio, etc., son voces, llamados de Dios. También la situación social, política, religiosa del país forma parte de mi diálogo personal con Dios. En todo trato de escuchar su voz para darle la respuesta que me pide.

Esa ha sido la actitud permanente de la Sma. Virgen. Ella iba recogiendo y meditando todo lo que pasaba a su alrededor, para descubrir así el plan de Dios con Ella.

También nosotros hemos de imitar el ejemplo de María. Hemos de ir acostumbrándonos a reflexionar sobre lo que Dios nos dice o pide a través de las distintas cosas que nos pasan. Entonces marchare­mos con seguridad por la vida.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Veo a Dios en las cruces de la vida?

2. ¿Reflexiono sobre el plan de Dios en mi vida?

3. ¿“Leo el libro de mi vida?


Si desea suscribirse, comentar el texto o dar su testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com

lunes, octubre 01, 2012


Fechas importantes octubre 2012

01. Santa Teresita del Niño Jesús
02. Santos Ángeles Custodios
04. San Francisco de Asís
04. Muere José Engling en Cambrai
6/10/64 Santa Sede dispone la independencia Jurídica de la Obra de Schoenstatt
07. Nuestra Señora del Rosario
12. Nuestra Señora del Pilar
13. Última aparición de Nuestra Señora de Fátima
15. Santa Teresa de Jesús
18 de 1914 Primera Alianza de Amor. Fundación de Schoenstatt
18. Inicio del Año de la Misión en preparación al 2014
20/10/65 El Santo Oficio suspende todos los decretos contra el P.Kentenich
20. Primera Consagración Curso 18
21. Día de la madre en Argentina
22/10/65 IV Hito: Pablo VI confirma la resolución del Santo Oficio
22. Beato Juan Pablo II
27. 100 años del Acta de Prefundación