miércoles, octubre 24, 2012

Mensaje para la Apertura del Año de la Corriente Misionera

P. Heinrich Walter. Querida Familia de Schoenstatt:

Desde las cercanías de la tumba de San Pedro y de la plaza de San Pedro, les saludo en el lugar del mundo donde se encuentren. El Santo Padre me ha invitado a participar en el Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Por eso, no puedo acompañarles hoy en el Santuario original. Es un signo de la Providencia que hoy podamos unir así nuestros santuarios con la gran catedral de la cristiandad aquí en Roma. Nuestra misión es la misión de la Iglesia. A ella queremos servirla con nuestro carisma, para que la Iglesia, mediante la acción del Espíritu Santo, reciba el regalo de una nueva vitalidad. Hasta ahora, este es el mayor anhelo de los padres sinodales. Algunos hablan de un nuevo Pentecostés. Esta debe ser también nuestra preocupación.

Nuestra peregrinación hacia el jubileo y hacia el Santuario Original nos lleva a la fuente original de Schoenstatt. Queremos beber de las fuentes más profundas y, así, renovar nuestro carisma para el tiempo en que vivimos. La gratitud por la conducción de Dios durante los 100 años de nuestra historia sagrada, despierta de nuevo en nosotros el espíritu de los comienzos. Bebemos de este espíritu en el Acta de fundación, en la fe del P. Kentenich y en la fuerza del testimonio de vida de la generación fundadora. El año pasado hemos profundizado en la experiencia del Santuario. Hemos cultivado nuevamente todas las formas de vida del Santuario en nuestra Familia, desde la vinculación al Santuario Original hasta la vida en el Santuario del corazón. Esta profundización nos conduce hoy a la misión: Tu Alianza, nuestra misión.

Este año del envío comienza dentro de un contexto eclesial. La Providencia lo ha conducido de tal manera, que, con la Iglesia universal, miramos hacia aquello que es la esencia de la Iglesia. La Iglesia tiene la misión de evangelizar el mundo. Eso es lo que el Señor encomendó a los discípulos después de su resurrección. El Santo Padre ha proclamado el año de la fe y nos ha recordado el Concilio. Ha hablado sobre el espíritu del Concilio y sobre la peregrinación a través de los desiertos de nuestra época. Para esta peregrinación no necesitamos alforja, ni pan, ni dos túnicas, sino el Evangelio y la fe de la Iglesia. Después de 50 años él ve la necesidad de llamar a una nueva evangelización para que el espíritu del Concilio no muera.

Con nuestro año de la corriente misionera, nosotros estamos en medio de la corriente de la Iglesia universal. Esto es una gran alegría y, a la vez, un desafío. Las conferencias que el P. Kentenich dictó hace casi 50 años en Roma, sobre el camino de la Iglesia hacia el Concilio, adquieren ahora todo su significado. Esto nos anima a entender el año de la corriente misionera como un aporte concreto para la renovación de la Iglesia. Todo lo que hacemos en este sentido está motivado por el amor a la Iglesia. Queremos ayudar a que en todas partes la Iglesia se convierta en el alma de la cultura y de la civilización moderna.

¿Por qué ponemos el acento en la corriente misionera? Yo veo dos acentos. Todo lo que hacemos como schoenstattianos, debe tener un carácter misionero. Tanto si dirigimos un grupo como si promovemos un proyecto social, tanto si hacemos adoración como si visitamos enfermos, tanto si preparamos la Jornada Mundial de la Juventud como si cuidamos del servicio de guardería, todo esto lo hacemos conscientes de que esa es nuestra misión. Y lo hacemos de todo corazón desde la emoción del envío. La otra perspectiva es que, en la preparación al jubileo, hemos observado muchas iniciativas misioneras en todas las partes del mundo. Hemos observado que en estas iniciativas late una fuerte vitalidad. Hemos podido constatar agradecidos, que, sobre todo, las comunidades de jóvenes están impregnadas del espíritu misionero. Estas iniciativas deben ponerse en comunicación.

Se pueden unir entre sí, para que los pequeños arroyos se conviertan en una gran corriente. La corriente misionera traerá una nueva fuerza vital a todas las formas de vida que hay en nuestra Familia. Quiero citar por su nombre algunas de estas iniciativas.

La mayor fuerza proviene de la Campaña de la Virgen Peregrina, esto es algo que he podido constatar también en conversaciones privadas en el Sínodo. Los “madrugadores” en América Latina y el “Rosario de hombres” en Brasil congregan cada semana a miles de hombres en los Santuarios y parroquias para rezar en común. Las misiones juveniles y familiares en América Latina entretanto han arraigado también en Europa. En muchos países se han iniciado proyectos sociales y pedagógicos por parte de grupos y comunidades.

Además, están los muchos pequeños misioneros, a los que nadie cita por su nombre, pero cada uno de los cuales tiene un rostro ante Dios. Son aquellos que por amor cumplen fielmente su deber. Son aquellos que en silencio entregan su capital de gracias en la tinaja. Son aquéllos que no quieren ser nombrados, porque hacen todo en silencio, con la profunda alegría de hacerlo todo por la Virgen y por Cristo.

El Cristo del futuro será un Cristo misionero, si quiere conservar su fe a contracorriente de la sociedad. Nuestro entorno nos obliga a ello. Nos desafía a confesar nuestra fe y a dar testimonio de ella. El trabajo misionero cuesta mucho esfuerzo al principio. Es como saltar al agua fría. Pero después su corazón se transforma. La inseguridad desaparece y surge una libertad en el corazón. Con toda humildad crecen la autoestima, la confianza en Dios y la seguridad de que Cristo y la Virgen quieren acercarse a los hombres a través mío.

Miramos a la raíz de nuestro espíritu misionero. Es nuestra Alianza. Es la mirada de la Virgen. En sus ojos somos reconocidos y amados. Y nosotros respondemos con nuestra entrega. Es una Alianza de Amor. La fuente de toda misión es el amor que capta el corazón y toda la persona. Esta es la vocación que recibimos en diálogo con María en el Santuario. Ella es la gran misionera, Ella busca aliados para su misión.

En la noche de la apertura del año de la fe, la plaza de San Pedro se llenó de antorchas. La Acción Católica había llamado a una marcha de antorchas. Yo recordé la marcha de antorchas de la juventud masculina hacia Roma hace pocos años. Entretanto, la Juventud masculina se ha unido a nivel mundial en una generación misionera. Han elegido el fuego como símbolo. Hoy todos queremos adherirnos a esta corriente misionera. Cada uno puede poner su antorcha encendida del corazón para que el fuego sea más grande, para que se vea desde muy lejos y pueda encender muchos corazones.

Por lo tanto, declaro abierto el año de la corriente misionera

Fuente: www.schoenstatt.org

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