domingo, febrero 18, 2007

Carta Cuaresma



Día de Alianza, 18 de Febrero 2007

Queridas madres de Federación:

Increíble! Un nuevo año comenzó y ya estamos en el segundo mes. Y como pasa tan rápido el tiempo, también pronto comenzará la Cuaresma. El próximo 21, Miércoles de Ceniza –día de ayuno y abstinencia- se inicia este tiempo fuerte que nos regala la liturgia.

Lo primero que me viene a la mente es preguntarme: ¿hay un antes y un después desde la última Cuaresma? No pretendamos un cambio rotundo, pasar del día a la noche a ser otra persona, pero sí, pequeños actos y actitudes de conversión.

¿Qué es lo que me impulsa a cambiar, a ser mejor? Pienso que lo más importante es el hecho de sentirme amada por un Dios que es Padre, que es amor y misericordia, que me eligió y me llamó por mi nombre, como lo hizo con los apóstoles. Dios me llamó por mi nombre de pila, pero también con un nombre íntimo, que es mi ideal personal y Él quiere que lo conquiste.

Recordemos cuando eligió a Pedro. Su nombre era Simón, pero Jesús le puso por nombre Pedro, porque sobre esa piedra edificaría su Iglesia. En ese momento Simón era un simple pescador y lo convirtió en pescador de hombres. Dijo que lo amaba y lo negó tres veces. Sin embargo, Jesús lo fue transformando y llegó a ser Pedro, piedra, quien ofreció su vida por amor a Cristo muriendo en la cruz, y no considerándose digno de hacerlo como Jesús, pidió morir cabeza abajo.

Con la mente puesta en la V Conferencia General del episcopado Latinoamericano que se realizará en mayo en el Santuario de Aparecida Brasil, cuyo lema es: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”, en el lema nacional del Movimiento: “Desde el Santuario, discípulos misioneros para una Patria familia”, y en uno de los acentos surgidos de nuestro Capítulo –ser más apostólicas- pienso que en esta Cuaresma podríamos trabajar no sólo una conversión interior, sino también una conversión exterior.

Ser discípulos y misioneros de Cristo significa llevar su palabra a los demás, llevar la luz que Él dejó y también imitar sus gestos y sentimientos. Su humildad, su amor, su entrega, su solidaridad, su servicialidad. Jesús quiere que seamos sus instrumentos en la construcción de un reino de justicia y de paz. Él vino a recuperar para nosotros la filiación divina, aceptando la voluntad de su Padre y muriendo por nosotros en la cruz, vino a curar enfermos físicos y espirituales, a dar de comer pan a los hambrientos y también su propio cuerpo. Acerquémonos al necesitado, hay muchos lisiados espirituales que necesitan nuestra compañía, aliento, esperanza, alegría. Hay muchos necesitados materiales que esperan de nuestra generosidad. Desprendámonos por amor a Jesús de cosas que guardamos “por las dudas”, de cosas que nos duelan. Pan, ropa, juguetes, aportes de dinero a través de las instituciones… Desprendámonos del egoísmo, del rencor, de aquellas cosas que afean mi personalidad y que duelen a los demás, cada una sabrá...

Seamos fieles al llamado, acerquémonos al Señor a través del necesitado, ocupémonos más de los demás que de nosotras mismas. Y si me siento débil, Jesús es mi fortaleza, “todo lo puedo en Aquél que me conforta”. Recordemos aquella mujer a la que con sólo tocar la túnica de Jesús quedó curada. Nosotros tenemos la Eucaristía, cuánta fuerza y cuán sanos quedaremos!

Cristo vino a liberarnos con su pasión, muerte y resurrección. Meditemos en este tiempo de qué cadenas tengo que liberarme, cuáles son las ataduras que me impiden ser feliz y hacer felices a los que me rodean. ¿Qué cadenas tengo que cortar? Cristo es mi libertad, mi alegría, mi esperanza.

Que esta conversión sea de adentro hacia afuera, que busque en todo asemejarme a María, pidiéndole: “Que quien me mire a Ti te vea”. Por eso esta conversión no implica que seamos unos “santos tristes”, mostrando hacia afuera que estamos haciendo mortificaciones y penitencia, sino que los demás al mirarme puedan preguntarse ¿qué tiene ella que a pesar de las cruces y dificultades siempre está alegre y con esperanza? ¿Dónde está la fuente de su alegría?

El P. Kentenich nos dice: “El que posee en su vida la fe en la Providencia nunca puede estar realmente triste en forma profunda; debe tener siempre la alegría cotidiana. Y ésta consiste en la entrega sencilla a la voluntad de Dios” (“Las Fuentes de la Alegría, P.K. pág. 150/151). Nos pide que seamos maestros y modelos de alegría, que aprendamos el arte de alegrarnos de cada pequeñez y agradecerlas. En la noche –dice- deberíamos preguntarnos: “¿He aprovechado durante el día cada una de las oportunidades que tuve de alegrarme?... ¿He aprovechado cada oportunidad para practicar y cultivar también la gratitud y todo lo que ella resuena?”.

En este clima de conversión, de alegría, de entrega humilde a los demás y a la voluntad del Padre, vivamos esta Cuaresma uniendo nuestra cruz a la cruz de Jesús para que el día de Pascua pueda decir que sí hubo un antes y un después y goce en plenitud su Resurrección.

Les deseo una fecunda Cuaresma y muy feliz Pascua de Resurrección. Las abrazo a cada una con mucho cariño

M. Inés

1 comentario:

Federación Apostólica de Madres de Schoenstatt dijo...

M.Inés Erice de Podestá. Jefa Territorial