CARTA DE
ALIANZA
NOVIEMBRE 2017
Queridos
hermanos,
Pronto comenzaremos el tiempo del Adviento. La Virgen está en
camino. Ella es como un copón cerrado lleno del Altísimo. Nadie lo sabe, salvo
José, su prima Isabel, su esposo Zacarías y quizás algunas mas. El resto de la humanidad y los judíos de entonces
lo ignoran; desconocen el misterio que se
gesta en su vientre y por eso no habrá morada para ellos en Belén. ¡Qué
desdicha no descubrir la presencia de Dios cuando viene a visitarnos!
Los schoenstattianos deberíamos vivir con especial dedicación y gozo
cada adviento. “Dios está infinitamente próximo”
(San Agustín) y es bueno que su llegada NO nos sorprenda, enredados en los mil
quehaceres de fin de año. Los textos bíblicos nos inducen a limpiar nuestra
casa interior - pesebre pobre pero
digno-, adornarla y transformarla en un santuario, el Santuario corazón.
Para prepararnos es necesario saber que Dios siempre nos visita en
aquellos que lo representan y lo hacen cercano: los enfermos, los pobres y
desvalidos, los niños. Cualquier favor que se le hiciere a ellos se lo hacemos
a su persona; Jesús no dirá lo mismo de los ricos
y poderosos, quizás porque lo sobreentendía (todos somos hijos del mismo Padre…) aunque seguramente no era ese el motivo de la omisión.
El Padre Fundador,
a quien recordábamos días atrás en su día natalicio, solía decirnos que la vida es un permanente adviento y navidad:
Dios viene hasta nosotros en la alegría y la tristeza, en el amor y la enfermedad, en un hijo que regresa,
en el abrazo y en un niño que acaba de nacer. Por
eso la vida no es otra cosa que esperar y descubrir a Dios, “hasta que Él
venga” (Juan 21,22).
Hay dos símbolos
que la Liturgia nos invita
a utilizar en el Adviento: uno es el camino que hay que preparar para cuando Él llegue; el
otro es el camino que cada uno deberá recorrer, “camino nuevo, viajero nuevo,
canto nuevo” decían los Padres de la Iglesia.
Por eso cada adviento es una exhortación a enderezar el camino, o al
decirlo con nuestra frase síntesis, a vivir una “Alianza que transforma”. Por
otro lado, hay que hacerse al andar, ser un peregrino, sin dejar de tener la
lámpara encendida y con suficiente aceite -capital de gracias- y tener
preparado el vestido nupcial -tejido por los actos de amor- que nos permitirán
recibir esta Navidad y sentarnos algún día en la Mesa ancha del Reino.
Este “Año del Padre
Kentenich” es también
un nuevo adviento. Él, que ya lo vivió y hoy comparte
la Navidad del cielo, nos invita a vivir con una enorme esperanza. Su último
escrito tiene la consigna para siempre:
“alegres por la esperanza, seguros de la victoria, marchemos con María hacia los tiempos más nuevos” (mensaje
final para la reunión de los católicos en Essen, 1968). La esperanza es la virtud que se fundamenta en las promesas de
Dios; por ellas, nos encaminamos en la confianza puesta en quien jamás engaña.
Esperar no es quedarse con las manos cruzadas esperando que suceda el milagro:
es ir juntos al Santuario, vigilar, purificar el corazón de rencores, de malos sentimientos y dejar que el regalo de Jesús
-el “nada sin ti” - encuentre en cada
uno -“nada sin nosotros”- la vivencia
de la reconciliación, la paz y la alegría.
Recuerdo una pregunta que el P. Esteban Uriburu solía hacerle a
menudo a la Mater: “¿En qué quieres que te ayude hoy Madrecita?”. Es una buena
pregunta para los días del adviento.
Queridos hermanos, Dios ya viene, está cerca; lo vamos a encontrar a
la vuelta de cualquier esquina y -sobre todo- en el Santuario filial y en los
Santuarios Hogares. Quizás Ella no hable demasiado porque está concentrada y
adorando al Hijo por nacer; pero nos mirará a los ojos y su mirada nos
cautivará -como el primer día que la conocimos- y nos seguirá enamorando.
Deseándoles un bendecido
día de Alianza los bendigo y acompaño.
P. Guillermo Carmona
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