En el corazón del mes de agosto se
halla la Solemnidad de la Asunción de María. Una semana más tarde la Iglesia
celebra la coronación de María en el cielo. Ella no murió de enfermedad, sino de
amor. Murió de anhelo, de querer partir para estar junto a Jesús. Juan Damaceno,
Doctor de la Iglesia que nació en Siria en 675, narra una tradición que él
recibió: cuando murió la Virgen los apóstoles la depositaron en el sepulcro; al
cumplirse los ocho días fueron a ungirla, pero al acercarse a la tumba sintieron
un suavísimo aroma. Al abrir la tumba hallaron en el mismo lugar donde la habían
puesto, rosas hermosas con olor tan suave, como ninguna otra podría exhalar.
El Padre Kentenich lo describe así: “Tu
muerte fue solo un éxtasis por tanto anhelo, y tu cuerpo nunca experimentó
corrupción alguna; ahora reinas transfigurada en la Ciudad Santa, en Sion, cuyas
puertas Dios abrió para ti” (HP,247).
El 1 de noviembre de 1950 el Papa Pío XII declaró como
dogma de fe la Asunción de la Virgen. El texto es corto y bueno de recordarlo:
“Por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles
Pedro y Pablo y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma
divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María,
cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria
celestial.”
La Asunción es el dogma que nos dice
que el amor es más fuerte que la muerte. Es también una oportunidad para valorar
nuestro cuerpo y tratarlo con dignidad. Es un llamado de atención al descuido
del mismo, pero también una crítica a su endiosamiento. Un día se nos dará
también a nosotros el privilegio que Ella recibió por méritos de Cristo.
Mientras tanto, tenemos una intercesora poderosa ante el Padre y una Reina a
quien coronamos para agradecerle y confiarle nuestras
cuitas…
P.Guillermo Carmona
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