Nos contemplas con
mirada paternal y nos participas de la felicidad de tu Hijo;
dispones todo cuanto
nos acontece, para nuestra eterna salvación.
Cada sufrimiento es un
saludo tuyo, que da alas a nuestra alma,
con vigor nos muestra
el rumbo y mantiene vivo nuestro esfuerzo.
Renovadamente nos
apremia a decidirnos a estar prontos para Cristo
hasta que sólo él viva
en nosotros, y en nosotros actúe y nos impulse hacia ti.
Como el girasol se
vuelve al sol, que lo regala con abundancia,
Padre, nos volvemos
creyentemente hacia ti con el pensamiento y el corazón.
Silencioso y paternal te
vemos detrás de cada suceso;
te abrazamos con amor
ardiente y con ánimo de sacrificio vamos alegres hacia ti.
(Del
Hacia el Padre, 73-77)
Para meditar:
La
Navidad es ese espacio interior donde Jesús nace para que nosotros podamos
tener el poder de ser hijos del Padre. Se trata de nacer de nuevo, como le
decía Jesús a Nicodemo, requisito fundamental para llegar al Reino de Dios (ver
Juan 3,3). No es algo que podamos comprar ni exigir, sino puro don y puro regalo.
La
primera actitud que surge de este “poder” es la gratitud y el gozo. Cuánto amor
ha tenido el Padre por nosotros para que nosotros seamos hijos que ha enviado a
su Hijo al mundo (ver 1 Jn 3.1).
Ser
hijo significa:
- Sentirse cobijado en el Padre. Tener esa seguridad que nos quita todo
sentimiento de orfandad. Surge así la “confianza existencial”, la certeza
de que siempre -en las buenas y en las malas- estaremos protegidos y acompañados
por el poder superior y amante de Dios Padre.
- Ser hijo es tener derecho a la herencia: la gracia, poder
participar en la Iglesia, en los sacramentos y, más allá, en la vida
eterna. En perspectivas más vitales: el derecho a ser felices y santos.
- El hijo es aquél que cuida y trabaja
el patrimonio del padre. Ser hijo de Dios es ser protagonista y vocero del
amor. Es tener una misión que cumplir. La filiación es un tesoro a cultivar:
hacer aquello para lo cual vino Jesús, es decir, instaurar la justicia, la
verdad, la paz, y ante todo, el amor. Es un talento que no debería depositarse
en la tierra, sino ser trabajado para que dé su fruto en abundancia.
Ser
hijo, en realidad, es parecerse más y más al padre. Ser hijos del Padre es
identificarse con Dios Padre, con su bondad, su sabiduría, su misericordia, su amor.
De
esa filiación nace la fraternidad, la unidad. Por eso la Navidad es una fiesta
de familia y la vivimos en comunión. Al llegar a Belén podemos sentirnos más hermanos,
tan pobres y tan ricos, como pobre y rico es el Niño en el pesebre. En verdad,
no importa la pobreza del establo, si ese Niño nos habla de un Padre que es tan
rico…
El
que vive como hijo, vive enamorado y feliz, es generoso con los otros. Puede
ser que tenga que subir la cruz y experimentar la muerte, pero sabrá en la
confianza filial, que el sentido último de su partida no puede ser otra que la Pascua.
La resurrección y el nacimiento se dan la mano. En ambos momentos, se escucha
la frase del Padre dirigida a Jesús y en Él a cada uno de nosotros: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo
puestas mis complacencias”.
Reflexionemos
1. ¿Qué significa para vos la
conciencia de ser hijo? No interesa una definición teológica, sino una
respuesta existencial y vital.
2. ¿Cuándo experimentaste que
podías confiar en Dios Padre como Jesús confió en su Padre?
3. ¿Hay alguna dimensión de
las que se menciona en la meditación, que te parece especialmente importante
para que la cultives hoy en tu vida?
Peticiones, renovación de la Alianza y bendición
final.
· Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su
llegada, y digámosle:
- Esperamos alegres tu venida: ven, Señor Jesús.
- Tú que existes antes de los tiempos: ven y salva a los que viven
en el tiempo
- Tú que creaste el mundo y a quienes en él habitan: ven y restaura
tu obra.
- Tú que no despreciaste nuestra naturaleza mortal: ven y arráncanos
del dominio de la muerte.
- Tú que viniste para que tuviéramos vida abundante: ven y danos
vida eterna.
- Tú que quieres congregar a todos los hombres en tu reino: ven y
reúne a cuantos desean contemplar tu rostro.
- Pedimos por nuestras intenciones personales
· Pidamos ahora con confianza filial la venida del Reino del Padre: “Padre nuestro…”
· Renovemos ahora la Alianza con nuestra Madre: “Oh Señora mía… “
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