Hacia el Padre
N° 156 – 01 de mayo de
2014
¿De dónde
venimos y a dónde vamos?
Ésta es una de las preguntas más esenciales de nuestra vida humana.
Jesús nos quiere dar la respuesta: “Yo me
voy al Padre”. Y en otra oportunidad Jesús amplía todavía más su respuesta:
“Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo
dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 1 6,28).
Dios Padre es punto de partida y a la vez meta de la vida, pero no
solamente para Jesús, sino también para todos nosotros: “Yo voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un
lugar, volveré y os llevaré conmigo”.
Así estamos entrelazados con el destino de Cristo. ¿De
dónde venimos? Tal como Él, en Él y con Él hemos salido del Padre y hemos
venido a este mundo. ¿A dónde vamos? En Él y con Él vamos volviendo al Padre.
Éste es el gran fin de nuestra vida.
¿Pero,
creemos realmente en esto?
¿Nuestra vida es un testimonio de esta fe? Da la impresión de que hasta
los cristianos piensan que esta vida terrenal sea la única y la definitiva, que
no existe otra vida en el más allá. Otros la viven como si no terminara nunca,
como si no existiera la muerte.
Y entonces, lógicamente, se apegan con todo su ser a los valores y a las
cosas de este mundo: bienes y riquezas, satisfacciones y placeres, poderes y
poderosos ‑ los tres ídolos: plata, placer y poder.
Y
nadie piensa que todo esto es pasajero, que todo lo terrenal es transitorio: no
podemos llevar nada de ello, un día tenemos que dejarlo todo.
Somos
peregrinos en este mundo.
Pues,
¿dónde está nuestra patria definitiva? Está en la casa del Padre, está en el
corazón de Dios. Dios‑Padre nos ha enviado, sólo por un tiempo muy breve, a
esta tierra. Somos todos peregrinos extranjeros en este mundo. Y los pocos años
que pasamos aquí abajo, son años vividos en tierra extraña.
Resulta que no hay nada puramente terreno que puede llenar y saciar
nuestro corazón humano. Nuestro anhelo profundo es demasiado grande para este
mundo. Sólo Dios Padre es nuestro hogar. Todo lo demás es demasiado pequeño
para nosotros. Nuestra hambre de felicidad únicamente será saciada en Dios y
junto a Él.
Desprendernos
de nosotros mismos.
Solamente por Jesús y con Él llegamos al Padre. Su persona es nuestro
molde, su vida nos señala el camino. ¿Y cuál es el camino? Según su ejemplo, el
camino es éste: ¡desprenderse de sí mismo y de las cosas, y entregarse a Dios!
Si Dios es la meta de nuestro camino, si nuestros corazones deben
pertenecerle al Padre, entonces hemos de desprendernos de todo lo que no le
agrada. Hemos de liberarnos de a poquito de todo lo egoísta y enfermizo en
nuestro interior, de todos nuestros apegos y deseos desordenados.
Sólo si nos vamos desprendiendo de nuestra soberbia y egolatría, de
nuestro egoísmo arrogante, sólo así podremos cobijarnos en Dios y abandonarnos
a Él.
Creo
que no existe cosa más grande en este mundo que entregarse sin reservas a Dios,
que regalarse totalmente al Padre. Nuestra grandeza no consiste en hazañas
exteriores. Tal como fue en la vida de Cristo, solamente es grande nuestra
existencia, si lleva el sello de la voluntad divina. Entonces es grande, por
más oculta que permanezca.
Queridos hermanos, el sentido de mi vida es: caminar hacia el Padre. Él
es mi meta suprema. Y cuando muera, la muerte significará solamente una
ganancia para mí. Caerán todas las barreras terrenales. Poseeré, en Dios, la
infinitud, la felicidad, el cumplimiento de todos mis anhelos, para siempre.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Cuán apegado soy a los bienes de este mundo?
2. ¿Pongo límites a mis deseos desordenados?
3. ¿Me considero una persona egoísta?
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testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com
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