Amar a Jesucristo
Padre Nicolás Schwizer
N° 128 – 01 de abril de
2012
La
historia humana es una impresionante búsqueda de amor, acompañada de
maravillosos éxitos y grandes fracasos. La aspiración más profunda del corazón
del hombre, es el deseo de amar y de ser amado. Él ha sido creado por amor y
para el amor, y sólo en el amor puede desarrollarse y hacerse fecundo.
Es,
seguramente, también una experiencia nuestra: El amor es lo esencial y
principal de nuestra vida humana. Y conocemos también la otra cara de la
moneda: Sólo es estéril quien vive sin amor; sólo el egoísta fracasa en su
vida.
En la vida del cristiano, el
amor tiene que manifestarse en dos dimensiones: hacia Dios y hacia los
hermanos. Y es en la persona de Jesucristo en que se unen, se cruzan estas dos
dimensiones del amor. Él es el Hombre‑Dios. En Él reconocemos y encontramos, a
la vez, a Dios y al hombre. Por eso, cuando amamos a Jesús se confunden en una
sola cosa, el amor a Dios y el amor a los hombres. Así, la vinculación
fundamental, el amor original del cristiano debe dirigirse a Jesucristo.
Es
por eso que Jesús le pregunta a Pedro tres veces por su amor a Él: “Simón, hijo
de Juan, ¿me amas?” Un amor vital, profundo y personal a su Maestro es lo más
importante y decisivo en ese momento, en que Jesús llama a Pedro a ser jefe de
los apóstoles y de la
Iglesia.
Pero
me parece que esta pregunta de Jesús se dirige no sólo a San Pedro, sino
también a todos nosotros. Cada uno de nosotros, en lo profundo de su corazón,
debe responderle. Cada uno de nosotros debe examinarse a sí mismo, debe
examinar su actitud, su fidelidad, su amor frente a Jesucristo.
Y
entonces nos queda la pregunta: ¿Qué podemos hacer para que crezca y se
profundice nuestro amor a Cristo? A mí me parecen importantes sobre todo dos
aspectos:
Primero.
Debemos luchar contra el egoísmo, que está muy dentro de nosotros mismos.
Ninguno de nosotros, si quiere ser un verdadero cristiano, puede desistir de
esta lucha diaria.
Solo esta renuncia del amor
egoísta hace al hombre libre, abierto y generoso para amar verdaderamente a
Cristo y a los demás.
Segundo. Para poder amar a una persona tenemos que
conocerla, tenemos que interesamos por ella. Para poder amar a Jesús
tenemos que conocerlo a Él, mirando su vida, escuchando sus enseñanzas.
Si no lo conocemos, si no
sabemos nada de su generosidad, ni de su entrega desinteresada, ni de su amor
abundante hacia nosotros entonces nunca vamos a responderle a su amor.
Por eso tenemos que dedicarle
tiempo a Él, para leer su Evangelio, para hablar con Él, para conocer y meditar
su vida, para quedamos en su compañía.
Lo que dijimos de Jesucristo,
lo podemos decir también de su Madre, la Sma. Virgen María. Para crecer en vinculación y
amor a Ella, tenemos que conocerla más, acercarnos a Ella, hablarle, compartir
nuestra vida, nuestros anhelos, nuestras preocupaciones con Ella.
Pidámosle a Jesús y a María
que tomen de nosotros ese egoísmo tan penetrante que deja infecunda nuestra
vida, y que enciendan en nuestro corazón el fuego del amor que hace auténtica y
grande nuestra existencia.
Preguntas para
la reflexión
1. ¿Cómo trabajo contra el egoísmo?
2. ¿Cuánto tiempo al día pienso en Jesús?
3. ¿Cómo es mi relación con la Virgen María?
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