viernes, octubre 15, 2010

Arraigados en Cristo

“La seguridad del péndulo”
13 Octubre 2010 - P. Carlos Padilla Esteban

“ARRAIGADOS Y EDIFICADOS EN CRISTO, FIRMES EN LA FE”

COMENZAMOS ESTE CICLO DE CHARLAS EN LAS QUE PRETENDEMOS ADENTRARNOS EN LOS MISTERIOS DE NUESTRA ESPIRITUALIDAD.

A lo largo de este curso queremos beber de las fuentes de nuestro Santuario. La espiritualidad de Schoenstatt surge de la Alianza de Amor con María en el Santuario. Ella educa hombres nuevos que, con su vida, forman comunidades llamadas a la santidad. El Santuario es una verdadera escuela de santidad.

Cuando nos proponemos profundizar en nuestro propio carisma es con la intención de regalar el tesoro que llevamos en vasijas de barro. Queremos dar a conocer la fuente que sacia nuestra sed y nos acerca más a Dios y a María. Hemos escogido el lema de la JMJ del 2011 para acceder, desde esta realidad, a nuestra espiritualidad. Hoy vamos a centrarnos en el primer aspecto del lema: Arraigados en Cristo.

Hace poco leía las declaraciones de una famosa actriz francesa, Catherine Deneuve
: "Creo que quiero evadirme siempre porque me aterra pensar en el futuro. Por ahora me basta sentirme mucho más joven que mi edad. Espero que el tiempo me dé un poco de sabiduría para aprender por fin a vivir"1. Me da qué pensar una declaración que refleja ese miedo ante el futuro que vive el hombre de hoy. ¡Cuánto cuesta aceptar la propia realidad! ¡Cuánto nos cuesta enfrentar el futuro con su incertidumbre! Hace poco escuchaba que la gran revolución de nuestra época no es otra que la esperanza de vida. Hoy en día la esperanza de vida es de unos de 80 años, a finales del siglo XX era de 78, y a finales del XIX en cambio de sólo unos 48. En el año 1800 podías esperar vivir unos 37 años de promedio, mientras que en el año 1400 llegar sólo a los 30 años era la media. Y así seguimos bajando. Es normal en nuestra actualidad que una persona llegue en buen estado a los 80 años. Todo esto supone un cambio en el alma. La vida es larga, no eterna, pero sí muy larga. Entonces, como es normal, surgen con fuerza los miedos.

Una fidelidad que dure 50 ó 60 años es una gran fidelidad. Tal vez antes, cuando vivíamos menos, era más fácil la fidelidad. Además, el miedo a dejar de vivir es fuerte. ¿Cómo se aprende a vivir para estar preparado para la muerte? La sabiduría de la que habla la actriz francesa es la sabiduría que todos queremos. Una sabiduría que nos enseñe a aceptar lo que no podemos cambiar; a luchar por mejorar lo que puede mejorar en nuestra vida sin perder la esperanza; y a disfrutar del presente, sin angustiarnos por el pasado que no podemos cambiar y sin temer el futuro que no podemos controlar. Ante esta vida que se nos presenta larga, a veces demasiado larga, es necesario aprender a vivir.

Muchas personas, cuando llegan al Santuario, suelen exclamar llenos de fe: “¡Qué bien se está aquí! Dan ganas de quedarse todo el día”. Realmente el Santuario, pequeño y acogedor, es un lugar especial para rezar y descansar en Dios. Allí María reina, está presente y nos regala sus gracias. Ella nos espera en el interior del Santuario dispuesta a adentrarnos en el corazón de Dios. Allí uno se relaja y reposa. Cuando decimos que la primera gracia del Santuario es el cobijamiento, muchos contestan con alegría: “Claro, ya lo decía yo, es una gracia que uno experimenta desde el comienzo”. Sin embargo, yo trataría de hacer una distinción. Es cierto que, cuando nos sentamos en el Santuario, más aún, cuando estamos solos en su interior, experimentamos el cobijamiento de Dios; dejamos en sus manos lo que nos pesa y ata y salimos renovados. Se podría decir que es el primer efecto de la gracia del cobijamiento que María nos concede. Vamos corriendo de un lado a otro y necesitamos descansar en un lugar. El Santuario nos cobija siempre que llegamos con nuestras prisas y preocupaciones. De todas formas, hay un segundo efecto que es la verdadera gracia del cobijamiento. El P. Kentenich habla de la “seguridad del péndulo”: “La seguridad propia del hombre es siempre la seguridad del péndulo. En la parte inferior, el péndulo está siempre inseguro: con cada soplo del viento puede ser puesto en movimiento. Parecido es lo que sucede a menudo con la seguridad del ser humano en la tierra. ¿Dónde tiene el péndulo su seguridad? Arriba, en la alcayata. Semejante es lo que sucede con el ser humano. Sólo tiene seguridad en Dios”2. Es la seguridad que nos da Dios, aunque la vida nos haga tambalearnos y perder el rumbo. Cuando descansamos en el Santuario, recibimos la verdadera gracia del cobijamiento, que consiste en entender que "el Padre tiene en sus manos el timón, aunque yo no sepa el destino ni la ruta”3. Es la certeza que nos concede una verdadera sabiduría para la vida, para enfrentar las dificultades y permanecer fieles en la lucha de cada día. Es necesario cuidar la gracia que nos hace vivir una auténtica “confianza filial”. Trataré de profundizar a lo largo de esta charla en el misterio de esa sabiduría propia de los hijos de Dios.

COMENTA BENEDICTO XVI EN SU CARTA: “"ARRAIGADO" EVOCA EL ÁRBOL Y LAS RAÍCES QUE LO ALIMENTAN”. En un mundo que necesita echar raíces porque vive desarraigado: “En cada época, también en nuestros días, numerosos jóvenes sienten el profundo deseo de que las relaciones interpersonales se vivan en la verdad y la solidaridad. Muchos manifiestan la aspiración de construir relaciones auténticas de amistad, de conocer el verdadero amor, de fundar una familia unida, de adquirir una estabilidad personal y una seguridad real, que puedan garantizar un futuro sereno y feliz”. En este mundo sin raíces queremos dar respuesta al anhelo más profundo del corazón: vivir arraigados. Porque el corazón no se conforma con lo cotidiano, con las seguridades del mundo que no colman el corazón: “Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su "huella".

La belleza en sí misma es lo que busca el corazón joven, lo que anhela nuestra vida que no quiere vivir en la mediocridad: “Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza”. No queremos conformarnos. Queremos aspirar a vivir vínculos verdaderos, a amar de verdad y con todo el alma. Es de resaltar lo que se ha vivido en Chile durante estos días con el rescate de los 33 mineros. Llevaban casi 70 días bajo tierra. Han sobrevivido juntos. Han experimentado una razón para esperar, para no desesperar en la oscuridad. En esas circunstancias tan hostiles, el amor de los suyos y la fe en un Dios que puede salvar, han sostenido sus vidas. Sin ese amor que nos eleva es imposible creer que alguien pueda convivir y sobrevivir de esa forma bajo tierra. Ha sido un ejemplo de cómo el amor puede dar fuerzas para la vida, para luchar contra toda esperanza.

EL PAPA NOS RECUERDA QUE LAS RAÍCES SON LO MÁS IMPORTANTE EN NUESTRA VIDA: “La primera imagen es la del árbol, firmemente plantado en el suelo por medio de las raíces, que le dan estabilidad y alimento. Sin las raíces, sería llevado por el viento, y moriría. ¿Cuáles son nuestras raíces?” y nos invita a construir sobre roca firme nuestra propia casa: “Queridos amigos, construid vuestra casa sobre roca, como el hombre que "cavó y ahondó”. En la película “La casa de mi vida” el protagonista quiere construir bien la casa de su vida cuando se enfrenta a la enfermedad. Siente que hasta ese momento no ha construido bien. Tiene que volver a empezar y decide asentar cimientos firmes. Por eso, al final de la película, le dice a su hijo: “Si fueses una casa, Sam, aquí es donde querrías que te construyesen: sobre la roca, mirando el mar, escuchando, escuchando”. Cuando nos enfrentamos con la debilidad de la enfermedad, cuando flaqueamos y tememos por nuestra vida, miramos en silencio el mar y queremos que la roca sea el fundamento de nuestra vida. Queremos que nuestra vida haya merecido la pena. ¿Sobre qué hemos asentado la casa de nuestra vida? Damos mucha importancia a nuestra formación cultural. Queremos que nuestros hijos sepan muchos idiomas. Nos apasionan los másteres y todos los cursos que puedan engrosar nuestro currículum. Sin embargo, las raíces crecen en la superficie y la firmeza de la casa no es tanta como la que necesitamos. No nos conocemos, no sabemos quiénes somos y lo que Dios quiere de nosotros. ¿Dónde están puestos nuestros cimientos? ¿Sobre qué pilares construimos?

EL PAPA NOS INVITA A VIVIR ARRAIGADOS EN CRISTO
: "El encuentro con el Hijo de Dios proporciona un dinamismo nuevo a toda la existencia. Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud”. Cristo le da sentido a nuestra vida. Hay veces que cargamos con un saco de verdades en las que creemos. Pasa el tiempo y surgen las dudas. Ante la duda, vemos que esas verdades en las que creímos en algún momento con muchas fuerzas, empiezan a caer. Sacamos del saco verdades, una tras otra, y vamos encontrando que ya no tenemos tanta fe. El saco de dogmas se va quedando vacío. Pensamos entonces que cualquier religión nos vale y hacemos nuestro propio saco de verdades, porque, al fin y al cabo, en algo hay que creer y hay que llenar de nuevo el saco. Así procedemos tantas veces, por eso es tan frágil nuestra fe y nuestra vida. Nuestros cimientos son muy débiles porque están asentados sobre dogmas que no nos enamoran ni convencen. Hemos reducido a Cristo a un conjunto de verdades dogmáticas, pero a Él no le conocemos. No conocemos a Dios, no sabemos cuál es su rostro. En nuestra vida hemos experimentado el amor de una madre o de un padre. Los amábamos y por eso creíamos lo que nos decían. Cuando crecimos empezamos a cuestionar sus principios y normas, pero no nos alejamos de las personas que nos dieron la vida, porque las amábamos. Aunque nuestras ideas fueran diferentes, aunque no creyéramos tanto como cuando éramos niños. El problema con Cristo es que hemos separado la persona de Cristo de los dogmas y creencias unidos a Él. No le amamos a Él y, por eso, tampoco amamos las creencias que hemos recibido. De esta forma perdemos el saco de verdades en los que creíamos, pero a Cristo ya lo habíamos perdido mucho antes, porque no lo habíamos amado con todo el corazón. Si no conocemos de verdad a Cristo, es imposible que lo lleguemos a querer.

NUESTRA ESPIRITUALIDAD, QUE SURGE DEL SANTUARIO, NOS INVITA A VIVIR COBIJADOS EN EL CORAZÓN DE MARÍA: “Si nos vinculamos a María, Ella conducirá ese amor a Dios. ¿Qué ocurre en un hogar familiar? Es normal que el niño ame en primer lugar a su madre. ¿Acaso no es normal que la madre asuma como su tarea más importante vincular al padre al amor del hijo? Ésta es exactamente la misión de María en relación con Dios”4. María experimentó a un Padre todopoderoso, bueno y siempre fiel. Su canto del magníficat es un reflejo de lo que fue su vida. El P. Kentenich decía: “Cuidado, María no es lo más importante, lo más importante es Cristo. ¿Entienden? Pero cuanto más me daba cuenta del poder de María en el orden objetivo, especialmente en el orden de la educación, más claramente veía que el amor a María no es una oposición, no es un desvío, sino el camino más directo y claro”5. María es el camino más directo a su Hijo y al corazón del Dios Trino. Muchas personas viven con dificultad su relación con María. A veces ven en Ella incluso un obstáculo en su camino hacia Dios. Dios soñó a María. Dios la escogió y la colocó en nuestro camino de santidad. No podemos prescindir de Ella, es el camino mismo hacia Dios. El otro día me decía una persona: “Yo quiero ser santa y sé que todos los santos han tenido un profundo y cálido amor a María. Yo quiero crecer en mi amor a María”. Estas palabras me hicieron pensar. Hay muchas personas que no tienen ese amor a María. No conocen el Santuario y no saben su poder transformador. La Alianza es la escuela que Dios nos regala para cultivar un profundo amor a nuestra Madre. María logra que, en Ella, nos hagamos hombres nuevos, hombres arraigados, hombres capaces de vivir arraigados en otros corazones, en el corazón de Dios, en lugares santos, en ideales altos. María en el Santuario logra que el hombre sin vínculos, salga transformado en un hombre verdaderamente arraigado. Es un camino largo de crecimiento. Un camino de autoeducación en manos de nuestra Madre. Al comenzar es necesario preguntarnos si somos hombres arraigados o desarraigados. Queremos ver la calidad de nuestros vínculos. Vamos paso a paso:

A. ARRAIGADOS EN OTROS CORAZONES. Sabemos que la vida sólo tiene sentido si nos sabemos cobijados en el amor de Cristo: “Para que el amor crezca en mí tengo que creerme y sentirme amado. Rastreando las misericordias de Dios en mi propia vida; y, en particular, asumiendo los caminos de dolor como caminos de misericordia”6. Necesitamos, para lograrlo, amar con el corazón a aquellos que Dios nos regala. Nos dice el Papa: "Apoyaos, en cambio, en la fe de vuestros seres queridos, en la fe de la Iglesia, y agradeced al Señor el haberla recibido y haberla hecho vuestra”. Heredamos la fe de nuestros padres, de nuestra familia; amigos y conocidos nos transmiten un testimonio vivo de fe. Necesitamos tener vínculos sanos, vínculos que nos arraiguen en otros corazones y nos lleven al corazón de Dios.

Hemos nacido para el amor y sólo amando podemos ser fieles al sueño de Dios para nuestra vida. Los vínculos humanos no son tan fáciles. Las personas cambian, los tiempos y las necesidades también. ¿Cómo son nuestros vínculos? En la sociedad actual hay mucha soledad. Muchas personas viven solas. Las viviendas individuales abundan por todas partes. El Padre quiso desde un comienzo que Schoenstatt fuera una familia.

Decía el P. Kentenich: “¡Cuántas deformaciones hay en el tiempo actual, cuántos católicos hay exageradamente espirituales! El hombre excesivamente espiritual se hunde mañana o pasado mañana en la más baja sensualidad”7. El hombre desarraigado no logra una sana vinculación con el mundo sobrenatural.

Esto quiere decir que algo esencial en nuestra pedagogía son los vínculos personales. Estamos hablando de vínculos fraternos, filiales y paternales o maternales. ¿En cuáles tenemos que crecer? Decía el Padre: “En la educación debemos generar una disposición gozosa a establecer vínculos”8. Debemos aprender y enseñar el arte de vincularnos a las personas.

Muchas veces creamos barreras. Por miedo a comprometernos, por miedo a que nos hagan daño. Decía el Dr. Jorge Carvajal: "Creemos que sufrimos por amor, que nuestras catástrofes son por amor. Pero no es por amor, es por enamoramiento, que es una variedad del apego. Eso que llamamos habitualmente amor es una droga. El verdadero amor tiene una esencia fundamental que es la libertad, y siempre conduce a la libertad”. Los vínculos verdaderos sanan el alma del que ama y del que es amado. Nos liberan de las ataduras y nos conducen a la más plena libertad. Pero tendemos a crear vínculos que no son tan sanos y libres. Por eso la primera pregunta toca esos vínculos naturales con las personas que Dios ha puesto en nuestro camino como un puente hacia Dios. Decía el P. Kentenich: “Si no vuelven a estrecharse de forma más delicada, dichosa e íntima lazos del alma con lazos del alma, la incapacidad de contacto que se dará mañana y pasado mañana será clamorosa”9. Queremos cuidar los vínculos personales que Dios nos regala. No podemos vivir con miedo a vincularnos. Decía el Padre: “Que nos hayamos regalado a Dios se entiende, pero que nos entreguemos el uno al otro, esto no lo comprende el pensar mecanicista actual que siempre separa la Causa Primera de las causas segundas. Nuestros principios son originalmente sanos y por eso los practicamos. Y aunque todo el mundo se resistiera a ellos, nosotros nos mantenemos fieles y los afirmamos. Estas cosas deben ser luchadas. Así como en los tiempos de San Francisco fue atacada la corriente de pobreza y él debió luchar por ella, así sucede en la actualidad con la idea del organismo de vinculaciones"10. Nos da miedo ser infieles a los vínculos que comenzamos, o tememos que nuevos vínculos nos hagan ser infieles a los anteriores. No acabamos de conocernos y tememos ese mundo interior convulso, lleno de afectos desordenados. El miedo al compromiso nos esclaviza y hace que nuestra vida se espiritualice de forma exagerada. No podemos reprimir los afectos, tenemos que trabajarlos y sanarlos, es necesario conducirlos siempre a lo más alto. Anhelamos tener un mundo interior de afectos armónico y en paz. Comenta el P. Kentenich: “Hay algunas personas que se aferran hoy en día a las formas, porque no logran vincularse sanamente a una persona”11. ¿Cómo nos vinculamos nosotros? ¿Cuáles son nuestros miedos y debilidades en este campo?

B. ARRAIGADOS EN LUGARES. Es necesario acostumbrarse a echar raíces en lugares. Decía el P. Kentenich: “La vida moderna con su vagabundismo deja a menudo al ser humano sin la más mínima posibilidad de arraigarse en un lugar”12. Nuestro hogar es la principal de nuestras vinculaciones. Necesitamos una casa en la que echar raíces. La vinculación a un lugar tranquiliza el alma. Sin embargo, hoy muchas personas viven sin hogar. Cuando el hombre ha perdido la referencia a un lugar y a una historia pierde algo esencial. Los lugares evocan encuentros y presencias. Nos hablan de una historia cimentada en un escenario muy concreto. Es fundamental vivir con intensidad esta vinculación a los lugares porque así podemos echar raíces verdaderas. Pero, además, la fe tiene que estar sujeta a lugares muy concretos. Por eso es importante ir a misa a un mismo lugar y no cambiar de iglesia cada semana. Por eso es muy sana la presencia de los santuarios hogares. En ellos descansa el alma de una familia. Allí sus hijos empiezan a hablar con Dios. Allí descansan y echan raíces con el mundo de Dios. Las rutinas, los hábitos, las costumbres ayudan a vincularnos a lugares, que se van llenando de historia, que van dejando que nuestro corazón eche sus raíces y descanse allí.

C. ARRAIGADOS EN IDEALES. Los ideales son importantes para nuestro crecimiento. Si no soñamos, si nos quitan las ganas de soñar, nos secamos. Es fundamental mirar con alegría esos ideales que todavía no poseemos, pero que ya están en forma de semilla en el nuestro interior. Al pensar en ellos, el corazón se alegra y vibra. Son ideales que deben estar en nosotros y no fuera. Son realizables porque toman como punto de partida nuestra propia vida, nuestra naturaleza con sus defectos y virtudes. El P. Kentenich señala: “Podemos entregarnos a una elucubración mental, podemos arrastrar toda nuestra naturaleza entera a ideas artificiales que nos impidan desplegar nuestro propio yo”13. Por eso señala que se trata de una “pedagogía de la identidad”: “En lugar de Ideal personal pueden decir: Forma de vida o núcleo de la personalidad que ha crecido de forma originariamente personal”14. Y son ideales que se mantienen vivos en el corazón a lo largo de toda la vida.

El P. Kentenich por eso nos recuerda lo esencial: “Nosotros, los que ya somos mayores, nos entusiasmamos por ellos (los ideales), justamente a raíz de que hemos experimentado dolorosamente nuestros límites y debilidades en la seria lucha de la vida”15. Y continúa: “Los ideales son ideas. Mientras sólo sean ideas pensadas, el poder que anida en ellas permanece inoperante aun cuando se las piense con el mayor entusiasmo y con la convicción más firme. Su poder sólo actuará cuando se una a ellas el modo de ser de un hombre acrisolado”16. Para ello imploramos la fuerza de la gracia que puede realizar en nuestros corazones el ideal al que somos llamados. Los ideales sacan lo mejor que hay en nosotros. Así como hay personas que sacan lo peor de nosotros, hay también vínculos que sacan lo mejor. María logra sacar lo mejor. Dios sabe que nos ha creado para algo muy grande y sufre cuando nos arrastramos por la vida. Somos hijos de un rey y vivimos como mendigos. Es necesario reavivar nuestros ideales. Los colocamos ante nuestros ojos para que nuestro corazón se inflame y vibre. No queremos conformarnos con los mínimos, aspiramos siempre a lo más alto, a lo más grande.

Hoy hablamos de la palabra AUTOESTIMA con mucha ligereza. La autoestima es un bien preciado en nuestra sociedad y, por lo demás, no tan abundante. ¿Qué cosas aumentan nuestra autoestima? ¿Cuándo y cómo perdemos la autoestima? Hoy en día hay muchos libros de autoayuda para superar nuestra baja autoestima. En realidad nuestro bienestar interior no depende tanto del exterior como de nosotros mismos. Decía un autor: “Solemos creernos una de las grandes mentiras que preconiza el sistema en el que vivimos: que nuestro bienestar y nuestra felicidad dependen de algo externo”17. Es mentira. La posibilidad de creer en nosotros mismos está en nuestro corazón y en nuestra cabeza. Tenemos la opción en nuestra vida de ser felices y tener paz. Y continúa el autor: “Si somos capaces de mirar lo que nos sucede con más conciencia y objetividad, encontraremos la manera de que nuestra interpretación nos permita preservar nuestro equilibrio”. Ya nos lo recuerda el Santo Cura de Ars cuando dice que nada malo que nos digan disminuye nuestro valor y, al mismo tiempo, nada bueno que nos digan nos hace mejores. Sin embargo, ¡Cuánto influye en nuestro estado de ánimo el rechazo o la aceptación de los demás! Vivimos buscando el reconocimiento y el amor de los que nos rodean. Queremos que todos nos amen siempre. Queremos ser aceptados por toda la humanidad. Es imposible. Es poco razonable esperar que todos nos aprueben y quieran siempre. No es lógico que todos, absolutamente todos, estén de acuerdo con lo que hacemos y decimos. Vivir pretendiéndolo siempre es una locura que nos acaba haciendo infelices. Sin embargo, nos ocurre que, cuando no recibimos la aceptación permanente, sentimos que no valemos nada y seguimos caminando por la vida sin ilusión ni esperanza. Entonces, ¿Cómo se cimienta la autoestima? ¿Dónde tenemos que colocar los verdaderos cimientos?

El camino que nos regala nuestra espiritualidad es la LLAMADA INFANCIA ESPIRITUAL.

El P. Kentenich nos invitó siempre a vivir esa actitud ante la vida que reflejaron los santos, en especial Santa Teresa de Lisieux. Decía el Padre que tenemos que aspirar a “ser de la manera más perfecta posible lo que el niño es de manera imperfecta”18. Nos invitó a construir nuestra vida sobre esos cimientos firmes: “Sobre los pilares de la sencilla fe de un niño se levanta toda nuestra vida religiosa, nuestro amor, nuestras aspiraciones y esperanzas”19.

Sobre esa fe de un niño es posible levantar una sana autoestima, cimentada sobre la verdad de nuestra vida. Los niños tienen un trato sencillo con Dios, una relación natural y cotidiana: “Si volviésemos a cultivar un trato sencillo con Dios estaríamos de nuevo fundados sobre el cimiento de la sabiduría. Queremos dialogar con Dios con sencillez, simplicidad y candidez”20. Nosotros, cuando somos adultos, complicamos la relación con Dios. No descansamos en Dios y no lo vemos en nuestra vida cotidiana. Nos hemos complicado demasiado. Creemos que Dios nos pide ser perfectos y, como no lo somos, huimos de Él, buscando que sean otros los que nos den la paz y la aceptación que no recibimos de Dios.

Tenemos que nacer de nuevo para cambiar nuestra forma de pensar y eso no es tan sencillo. Es necesario nacer de nuevo en los brazos de Dios y María para empezar a vivir de verdad, con paz y con alegría. Vivimos atados a nuestras seguridades; hemos construido verdaderas fortalezas para proteger el corazón y que así no sufra. Tenemos que fijarnos, como nos lo recuerda el Padre, en los santos jóvenes que tenían una relación tan sana y sencilla con Dios: "Lean las vidas de los santos Juan Berchmans y Estanislao Kotska. El pequeño Estanislao le había pedido a María la gracia de morir el día de la Asunción. Para un niño es natural que su ruego sea escuchado. Cuando encontremos hombres que han conservado esa autenticidad de niños, no debemos subestimarlos jamás”21. En la gracia de Dios es posible volver a ser niños. María puede educarnos en esa inocencia. Nos hemos convertido en adultos y sólo un milagro puede hacer que vivamos de nuevo como niños ante Dios.

Pero, ¿cómo vive el niño? ¿Cómo es su actitud ante la vida? ¿Cómo logramos superar nuestros miedos e inseguridades a través de la actitud de niños que viven en Dios?

EL NIÑO CREE EN “LA OMNIPOTENCIA, LA BONDAD Y LA FIDELIDAD DEL PADRE”22. LA OMNIPOTENCIA DE DIOS: Cuando el niño confía así en su Padre todo empieza a cambiar: “¿Por qué un niño vive esa capacidades. Él cree en un poder fuerte y benefactor que está dentro de sí mismo y a su alrededor. Es el poder paternal y maternal”23. Esta actitud trae muchas consecuencias prácticas. El niño se cree capaz de todo, no tiene miedo si está su padre cerca y cree que su padre lo puede lograr todo si él se lo pide. Cuando empezamos a creer que Dios es omnipotente y todopoderoso, dejamos de exigirnos ser nosotros todopoderosos. Al contrario, al ver que Dios lo puede todo comprenderemos que la gran necesidad de Dios es encontrar hijos que sean débiles, que acepten su debilidad y estén dispuestos a mostrarse débiles ante los demás. La humildad y el reconocimiento de nuestros límites es el camino. Sólo así podrá ejercer Dios de Padre y actuar con nosotros con su mano protectora. Entender que no necesitamos ser todopoderosos es sanador y liberador. A partir de ese momento experimentamos una paz nueva porque ya no tenemos que ser capaces de todo. Ya no será necesario hacerlo todo bien y ya no querremos que Dios vea que siempre hacemos bien todo lo que nos manda. Cuando nos sabemos débiles y experimentamos la burla o el rechazo de parte de los demás, debido a nuestra torpeza, empezamos a comprender cuál es el camino que Dios quiere para sus hijos. Dejaremos de vivir en tensión, queriendo hacerlo todo siempre perfecto. Cuando entendemos que sólo Él es omnipotente, sabremos relajarnos, dejaremos de sufrir tanto y permitiremos el fracaso en nuestra vida como parte de nuestro camino. Decía el P. Kentenich: “El derecho, la verdad, la tradición, todo se está derrumbando. En este país nuestro ya no se puede vivir ni estar alegre ni contento si no se retorna al eje fundamental de nuestra confianza: Dios”24. Esa confianza plena cuando todo falla es la única que nos puede sostener. “El sentido de toda inseguridad es y sigue siendo la seguridad y el cobijamiento en el corazón de Dios”25. Cuando experimentamos nuestro desvalimiento sabemos que sólo tenemos una opción, descansar en el poder de Dios. Pero nos cuesta creer, no acabamos de tener esa fe poderosa que nos permita ver la luz en la oscuridad y caminar seguros en el peligro. ¿Creemos de verdad que Dios lo puede todo? ¿Confiamos en su omnipotencia capaz de salvar nuestras vidas?

CUANDO ACEPTAMOS QUE DIOS ES BUENO MUCHAS COSAS CAMBIAN. Normalmente nos cuesta ver su bondad cuando las cosas no resultan como queremos. El P. Kentenich decía: “Nuestra preocupación más grande debe ser vivir cada segundo infinitamente despreocupados. No por soberbia, sino porque el Padre es el que empuña el timón de la barca de mi vida”26. Por lo general no vivimos así, vivimos con angustia pensando en el futuro o nos atormenta nuestro pasado. Porque el timón lo llevamos nosotros y tememos que Dios nos lleve donde no queremos ir. Pensar que Dios es bueno significa creer que todo lo que nos ocurre es para nuestro bien, aunque, aparentemente, nos parezca algo terrible y poco razonable. Entender la cruz en esta perspectiva no es nada fácil, porque solemos pensar en la cruz como una realidad inaceptable. Normalmente creemos que Dios ha decidido descargar sobre nosotros todas sus cruces, en lugar de repartirlas con más justicia entre muchos. Nos hace pensar que Dios nos ve muy capacitados para llevarlo todo con alegría y pensamos que eso no es tan cierto. Me recuerda un cuento sobre la cruz. Un hombre vivía atormentado bajo el peso de la cruz y decidió pedirle a Dios un cambio. Dios lo llevó en sueños por distintas salas y le fue mostrando cruces diferentes. En la primera sala había cruces muy grandes y él pasó de largo, temiéndolas, pensaba que serían terribles. La siguiente sala tenía cruces medianas, más llevaderas, pero todavía demasiado grandes para su entender. Siguió avanzando y en la última sala había cruces mucho más pequeñas. Con determinación se fue a una cruz pequeña, situada en la esquina, y le dijo a Dios: “Ésta, me llevo ésta”. Dios, con cierta extrañeza, lo miró y le dijo: “¡Pero si ésta es la que cruz que ya llevabas!”. No acabamos de ver en nuestra cruz una bendición de Dios y la vemos demasiado grande, imposible de llevar. Por eso no tenemos paz y alegría al pensar que nuestra cruz es un camino de santidad que Dios tiene pensado para nosotros. Vivir así la cruz es vivir con la confianza de los niños. Es creer de verdad que nuestro Padre es bueno y que es bueno todo lo que Él hace.

VIVIR COMO NIÑOS ES CREER EN LA FIDELIDAD DE DIOS. Dios es fiel y siempre nos espera. Este dogma debería estar grabado en nuestro corazón a fuego. Nuestra fidelidad es un tema más complicado. Queremos ser fieles y sabemos que el camino de nuestra felicidad pasa por la fidelidad a la vocación a la que somos llamados. Decía el P. Kentenich: “Aún recuerdo claramente cómo, a los pocos meses de la fundación de nuestra Congregación, pudimos proclamar este ideal: “Nuestra Familia debe producir santos dignos de ser canonizados”27. Es la santidad el ideal que mueve nuestra vida. Es el camino que nos lleva a ser fieles en nuestro sí a la vocación en la que quiere que seamos felices y hagamos felices a tantos. Dios es fiel porque nos ha creado y no puede negarse a sí mismo. Su fidelidad es ese amor de Padre que no desfallece y espera siempre. Cree siempre en nuestra bondad y tiene paciencia para esperar nuestro momento. Dios aguarda y sale a nuestro encuentro.

Como decía una persona hace poco: "Para gozar de los momentos, no hay que precipitar los acontecimientos" (Iván Vargas-zúñiga). Dios tiene sus tiempos y sabe esperar. Nosotros nos precipitamos muchas veces, sin entender que la vida tiene su ritmo. Y, en ese ritmo, Dios siempre nos está acompañando. Aguarda y busca, ilumina y abraza nuestro ser. Su fidelidad da forma a nuestra propia fidelidad. Nos acrisola en las caídas y dificultades del camino. Nos levanta con esperanza y sabe que siempre podemos volver a comenzar.

NECESITAMOS APRENDER A VIVIR CON NUESTRO PADRE DIOS: NECESITAMOS TENER UNA NUEVA SABIDURÍA DE VIDA. La meditación de la vida diaria es el camino para encontrarnos cada día con el Dios de nuestra vida. Es la confianza del que se siente construyendo un nuevo mundo de la mano de Dios y de María. Somos dóciles instrumentos en sus manos. Vivir arraigados en Cristo, arraigados en María, arraigados en el corazón de nuestro Padre Dios, supone descansar en sus manos y dejar que nos utilicen para hacer realidad su plan de Salvación. El comprender que somos valiosos y necesarios, levanta nuestra autoestima y nos hace tomar conciencia de nuestro papel en esta vida. Si aprendemos a escuchar a Dios y nos sometemos dócilmente a sus planes, aunque nos cueste aceptar la cruz como camino de bendición, lograremos ser parte de la historia que Dios va tejiendo con los hombres. Para ello necesitamos confiar como los niños. Hoy suplicamos, en el Santuario, que nuestro corazón se arraigue profundamente en lo alto y así pueda caminar con los pasos de Dios. Que su voz haga surgir en nuestro corazón una nueva vida. Esta sabiduría que cree en un Dios providente, que conduce la historia, nos hace más capaces de amar y nos permite entender el amor incondicional de Dios por nosotros.

1 Clarín/revista, 18.1.1981
2 J. Kentenich, “la imagen del hombre católico”
3 J. Kentenich, “Hacia el Padre”, 399
4 J. Kentenich, “En las manos del Padre”, 129
5 J. KENTENICH, “Jornada para sacerdotes”, 1927, p. 12
6 J. Kentenich, “En las manos del Padre”, 127
7 H. KING, Textos pedagógicos, J. KENTENICH, 447
8 IBÍDEM, 443
9 J. Kentenich, “Conferencias”, V 1966, 201
10 J. Kentenich, Echevarría, 1951
11 H. KING, Textos pedagógicos, J. KENTENICH, 448
12 IBÍDEM, 445
13 IBÍDEM, 323
14 H. KING, Textos pedagógicos, J. KENTENICH, 324
15 IBÍDEM, 331
16 IBÍDEM , 332
17 Borja Vilaseca, “El principito se pone la corbata”, 126
18 J. Kentenich, “Niños ante Dios”, 453
19 Ibídem, 456
20 J. Kentenich, “Niños ante Dios”, 461
21 Ibídem, 462
22 J. Kentenich, “En las manos del Padre”, 124
23 J. Kentenich, “Niños ante Dios”, 457
24 Ibídem, 458-9
25 J. Kentenich, “la imagen del hombre católico”
26 J. Kentenich, “Niños ante Dios”, 333
27 J. Kentenich, “Santidad, ¡Ahora!”, 139

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