El 8 de
diciembre comenzamos el año santo extraordinario de la misericordia. En este
retiro queremos contemplar nuestra historia y decir como el salmista:
“¡Muéstrame Señor tu misericordia!”
Podemos
preguntarnos:
¿Cuál ha sido el paso de Dios por mi vida en este año?
¿Qué me dice en esos acontecimientos de mi historia
personal?
¿Cómo quiero vivir el año dela misericordia?
Para meditar les hago llegar la carta que el Padre envía a toda la Familia
de Schönstatt como saludo navideño en 1965. En ella el Padre describe la imagen
del Padre como Dios de la misericordia.
Roma, 13 de diciembre de 1965
Querida Familia de Schoenstatt:
La próxima fiesta de Navidad nos impulsa más
que nunca a volver la mirada hacia los años pasados. El corazón, el
entendimiento, la memoria y la fantasía se concentran en la fiesta de Navidad
de 1941 y en los sucesos que la rodean. Los puntos de comparación entre los
hechos de aquel entonces y los de hoy son muchos e importantes.
En el centro se halla “el milagro de la
Nochebuena” y la “visión de la Candelaria!. La Familia está hondamente
compenetrada del significado de ambos acontecimientos, por lo que es superfluo
hacer consideraciones al respecto.
El milagro de la Nochebuena es para nosotros
una intervención singular de lo divino en nuestra Familia, y una irrupción en
el interior de cada uno, como también una manifestación de Dios en cada
personalidad y en la comunidad. Como comprobación exterior y visible de esta
compenetración divina y de la elevación del individuo y de la comunidad,
esperábamos la caída de las cadenas exteriores que pesaban sobre la Obra y
sobre sus instrumentos. Tanto lo uno como lo otro se hizo realidad plena
durante y después de la primera prisión.
La segunda prisión, desde 1951 a 1965, hizo
que en nosotros se albergaran las mismas grandes esperanzas y el mismo anhelo.
El 22 de octubre de 1965, mirando retrospectivamente los catorce años
transcurridos, pudimos cantar con más razón que en 1945 nuestro “Cántico de
gratitud”. Pudimos constatar que no sólo habían caído las pesadas cadenas
exteriores sino también las cadenas interiores, y en tal medida, que la Familia
aún no tomó conciencia de cuán grande es el espíritu de la propia libertad a
fin de estar disponibles para Dios, su voluntad y sus deseos.
Aún hoy no comprendemos totalmente cómo se ha
realizado la nueva imagen del Padre y de la comunidad. Es una realidad que
esperamos, llegue a ser un regalo perenne para todas las generaciones de
nuestra Familia. Esto no significa que hasta el momento no hayamos poseído una
idea clara de esta triple imagen. Además sabemos que los rasgos particulares,
año tras año, se grabaron y se acentuaron más en cada individuo y en la
comunidad. Así mismo, sabemos que esta triple imagen será, hasta el fin de nuestra
vida, capaz de desarrollarse y transformarse, hasta que en la visio beata
adquiera su forma definitiva. Pero no debemos dejar de ver cuán profundamente
se hizo realidad esta transformación al término de la segunda prisión.
Esto es válido, en primer lugar, para la
imagen del Padre. Dios fue siempre, para nosotros, el Padre del amor. Lo
demuestra la marcada acentuación de la ley fundamental del mundo que ha
determinado y compenetrado desde un principio el espíritu de nuestra Familia.
Sabemos, no sólo teórica sin también prácticamente, que la razón del obrar
divino es, en último término, el amor. Todo lo que de El emana proviene del
amor, actúa por medio del amor y para el amor. Siempre consideramos que nuestra
misión especial es hacer de esta ley divina, de esta ley fundamental del mundo,
la ley de nuestra vida y educación. Sabíamos también que en el amor de Dios
teníamos que incluir como característica fundamental, su misericordia. Pero lo
que resulta nuevo para nosotros es la grandeza extraordinaria de ese amor
divino y misericordioso.
Hasta ahora nos guió más la creencia en el
amor justo de Dios, es decir, en cierto modo pensábamos que merecíamos ese amor
a causa de nuestras buenas obras y sacrificios de toda índole. Seguiremos
manteniendo esa confiada convicción y nos esforzaremos por alegrar al Padre
celestial de esta forma; pero, tratándose de la valoración de nuestras obras,
tenderemos a no conceder tanta importancia a nuestra cooperación personal.
Lo más importante para nosotros es Dios: el
Padre y su amor misericordioso. Como venimos enseñando desde el comienzo de la
historia de nuestra Familia, Dios nos ama no porque nosotros seamos buenos y
nos hayamos portado bien, sino precisamente porque es nuestro Padre. Porque su
amor misericordioso fluye con más riqueza hacia nosotros cuando aceptamos con
alegría nuestros límites, nuestras debilidades y miserias, porque las
consideramos como razón esencial para que su corazón se abra y nos compenetre
su amor.
Por eso, en lo sucesivo y más que nunca,
reconoceremos tener ante Dios dos derechos: su infinita misericordia y nuestra
miseria insondable. Con agrado unimos las manos y rezamos: “Querida Madre y
Reina tres veces Admirable de Schoenstatt, vela para que nos experimentemos
como hijos del Rey, hijos miserables y dignos de misericordia, y de este modo
vivamos convencidos de que somos predilectos del amor paternal e infinitamente
misericordioso de Dios Padre.”
Con esto hemos descrito, a nuestro modo, la
imagen paternal de Dios que tuvo Santa Teresita, y la hemos elegido como ideal.
Tal como ella quisiéramos ser, en adelante, no tanto una ofrenda de la
justicia, sino una ofrenda de la misericordia. Es decir, que no nos apoyaremos
tanto en lo bueno que hayamos hecho, ni en el derecho a una merecida recompensa,
sino que confiaremos en todas las circunstancias en la infinita misericordia
del Padre Dios y, también en nuestra propia miseria, en tanto la aceptemos
alegres y seamos conscientes de que así –y de un modo especial-, atraeremos la
misericordia de Dios sobre nosotros, sobre nuestra Familia, sobre la Iglesia y
el mundo entero. “La santificación de la vida diaria” lo expresa diciendo que
la debilidad conocida y reconocida del hijo se convierte en la omnipotencia del
hijo y la impotencia del Padre.
Con esto queda caracterizada,
simultáneamente, la nueva imagen del hijo: es la que pudimos vivir,
experimentar en los últimos catorce años y queremos legar a las generaciones
venideras.
Nuestra imagen de la comunidad manifiesta
rasgos supratemporales enmarcados en el contenido integral de nuestra Alianza
de Amor. Desde un principio supimos que al hacer la Alianza de Amor con nuestra
querida MTA debíamos considerarla como expresión, protección, seguro y medio
para llegar a la Alianza de Amor con la Santísima Trinidad y también entre
nosotros. Año tras año experimentamos profundamente los estrechos vínculos que
han surgido por todas esas alianzas. T como normalmente el grado de la alianza
entre nosotros estuvo determinado por el grado de la alianza con el mundo
sobrenatural, nos resulta fácil constatar que al finalizar la segunda prisión
la mutua fusión de corazones entre el Padre, la Madre y los hijos, y de los
hijos entre sí, adquirió una profundidad misteriosa y fecunda que sólo puede
comprenderse hasta cierto punto, a la luz de la fe y sobre la base de la
realidad de la intervención divina.
Hoy, para nosotros, es algo lógico saber que
todos formamos una inefable comunidad de destinos, de misión y de corazones,
como resulta difícil hallar en otra parte. Todos han llevado la misma cruz, la
cruz que desde la eternidad estaba pensada para el Padre de la familia y que, a
su debido tiempo, fue colocada sobre sus hombros. Y el peso de la cruz
disminuyó porque nadie tuvo que llevarla solo. De esta forma vivimos en una
comunión espiritual con, en y por los demás, que nos hace comprender cuál es la
imagen del hombre nuevo en la comunidad nueva. Al mismo tiempo, presentimos que
nos acercamos a un ideal al que aspira la Iglesia del mañana, impulsada
interiormente y –con derecho– a la que se pueda aplicar el elogio: “¡Miren cómo
se aman!”
Si miramos a vuelo de pájaro los años
pasados, y vemos el resultado de las disposiciones y conducciones divinas,
naturalmente se despertarán y profundizarán en nosotros dos actitudes
fundamentales: en primer término, la actitud de una inmensa y profunda
gratitud. Agradecidos quisiéramos tomar las manos de nuestra querida Madre y
Reina tres veces Admirable de Schoenstatt como expresión visible de las manos
de la Santísima Trinidad. También queremos agradecernos mutuamente por la
fidelidad con la que hemos llevado la cruz comunitaria, prometiéndonos
permanecer fieles en el amor.
Todos los regalos que recibí al cumplir
ochenta años, regalos de todas las ramas y miembros de la Familia – que
agradezco de todo corazón –, los considero como un símbolo de la entrega
indisoluble de sus corazones a mi persona, como exponente de la Familia y
transparente de la Santísima Trinidad. Yo sé que así lo consideran ustedes. Sé
también que fueron símbolo de su propio corazón. El ofrecimiento y la
aceptación expresa, por eso, una mutua fusión de corazones en un grado poco
común dentro de la historia de la salvación
Evidentemente, la sabiduría paternal de dios
y la preocupación maternal de María exigen la vivencia de esta nueva comunidad
como ejemplo de la nueva vivencia de la Iglesia, vivencia que los Padres
conciliares desean tan ardientemente para la Iglesia en la nueva ribera y a la
cual todos quisieran llegar.
Resumiendo, vemos que el corazón y el alma no
se cansan de repetir la oración de agradecimiento:
Gracias por todo, Madre,
todo te lo agradezco de
corazón,
y quiero atarme a ti
con un amor entrañable.
Qué hubiese sido de nosotros
sin Ti, sin tu cuidado maternal!
Qué hubiese sido de nosotros
sin Ti, sin tu cuidado maternal!
Gracias
porque nos salvaste
en grandes necesidades;
gracias porque con amor fiel
nos encadenaste a ti.
Quiero ofrecerte eterna gratitud
y consagrarme a ti con indiviso amor.
en grandes necesidades;
gracias porque con amor fiel
nos encadenaste a ti.
Quiero ofrecerte eterna gratitud
y consagrarme a ti con indiviso amor.
Tal como lo hacíamos antes en situaciones
similares, tampoco ahora olvidamos el axioma: dones son tareas. Lo que
heredamos de nuestros padres, queremos conquistarlo para poseerlo, y trasmitirlo
a las generaciones futuras como un bien sagrado de la tradición.
Resumiendo: este año el milagro de la
Nochebuena se hizo realidad en un grado nunca alcanzado hasta ahora. Esto
garantiza que año tras año será más perfecto, hasta que la Familia viva su prolongación
en la eternidad. Será algo inefablemente profundo y hermoso cuando podamos
saborear y gozar eternamente en nuestro “Schoenstatt celestial”, la nueva
imagen del hijo, del Padre y de la comunidad. Cuando se hayan hecho realidad
las palabras de San Agustín: “Videbimus et amabimus in fine sine fine” ( Al final contemplaremos y amaremos sin fin)
En torno a la fiesta de Navidad de 1941 se
halla de un modo eminente la visión de la Candelaria. Sabemos cómo
interpretarla y cómo lo hicimos en aquel entonces, y sabemos también cuál fue
la forma que adoptó al final de la primera prisión. Desde entonces aspiramos a
la visión de la Candelaria para el Santo Padre, es decir, esperamos que el
Santo Padre tenga una visión más profunda de la originalidad y de la misión de
Schoenstatt.
En el futuro, los historiadores deberían
examinar y exponer lo que en este sentido se ha hecho y sacrificado en el
transcurso de los catorce años pasados. Las generaciones venideras se
asombrarán ante la inquebrantable constancia con que la Familia supo afirmar
ese misterio y realizarlo.
Al final de la segunda prisión, podemos
constatar con gran alegría que le fue regalada al Santo Padre – y no en un
grado mínimo – esta visión de la Candelaria tan ardientemente anhelada. Sólo así se explica que todos los decretos
hayan sido anulados y, más aún, sólo así se entiende el modo en que se
realizaron los hechos. Es, una vez más, un fruto precioso de los ricos
acontecimientos del pasado.
Y sería muy útil que tanto los miembros como
las ramas de la Familia trabajaran intensamente para que los obispos y
cardenales de todos los continentes comprendieran dicho misterio.
Quien piense en todo esto, en la fiesta de
Navidad caerá de rodillas y confesará con alegría: “¡Qué hubiese sido de
nosotros sin Ti!”, es decir, sin la conducción sobrenatural, incluidos los
duros golpes del destino que la sabiduría divina y maternal previeron para la
Familia.
El círculo dirigente reunido aquí en Roma,
vive de las grandes realidades señaladas en esta carta. Día tras día trata de
penetrar más profundamente en las conexiones internas para entender mejor los
planes divinos. Cuanto más plenamente se siente la luz divina, tanto m{as se
acentúa la necesidad de fijar – en adelante – un día al mes para recordar el
gran acontecimiento que estamos viviendo, para postgustarlo en forma renovada.
Por lo tanto, se trata de un día de recuerdo y de renovación, además del 18 y
del 20 de cada mes, que lleve a toda la Familia hacia el mundo sobrenatural y
hacia los hitos.
Al enviar a cada miembro y a cada rama de la
Familia, cordiales saludos para Navidad y Año Nuevo, anhelo con ello la
bendición de Dios sobre todos nosotros, en el sentido de los años pasados y
sobre nuestra misión para el futuro.
Con un saludo cordial y mi bendición
sacerdotal,
J.K.
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