Cuatro
formas de amor a Cristo
Cristo es el camino, la verdad
y la vida. Es el Único mediador hacia el Padre. Sólo Él, mediante la redención,
nos regala la vida divina, nos justifica, nos hace hijos de Dios. El amor a Cristo se da en cuatro formas
principales.
1.
Amor al Cristo histórico. Es el Hombre‑Dios que nació de María, vivió
sus 33 años en esta tierra y reina ahora desde el cielo. Tiene que estar en el
centro de toda espiritualidad cristiana. Los Evangelios nos muestran la imagen
concreta del Cristo histórico. La Biblia tiene que ser, por eso, el libro
preferido de todo cristiano, también de nosotros. ¿Lo es realmente? Y también la pregunta es si nosotros ¿leemos
realmente la Biblia?
Ahora, la imagen de Cristo es
tan grande e inagotable que es difícil asumirla integralmente. Por eso, cuando
tratamos de mirarlo y sobre todo de seguirle, cada uno busca el rostro y los
rasgos que más le atraen, le gustan, que más le llenan. Y allí surge nuestra imagen personal de Cristo o nuestra imagen íntima
de María, espejo de Cristo. Y no estaría mal preguntarnos de nuevo:
¿Cuál es mi imagen personal de Cristo?
2.
Amor al Cristo eucarístico. El amor al Cristo histórico debe despertar en
nosotros el amor a la Eucaristía. Porque en ella se da el encuentro más íntimo,
hondo y cercano con el Señor, en la comunión.
En la comunión, por lo tanto, se ahonda esa unidad espiritual y física con Jesús, producida ya por el Bautismo. Y alcanza una cumbre inimaginable. Porque esta unión con el Señor que se deja comer por nosotros, para habitar en nuestro corazón y hacemos un solo Cuerpo con Él, supera todas las posibilidades de unión del amor humano. Uniéndonos con Él, nos hacemos también uno con todos los que comen el mismo Pan, de modo que en este sacramento culmina la fraternidad nacida del Bautismo.
¿Y cómo estoy yo en esto? ¿Estamos
luchando todavía, para cumplir con la misa dominical?
3. Amor al Cristo místico. Es la idea del Cuerpo de Cristo místico. Todos los miembros de la
Iglesia estamos unidos en una comunidad de ser y de vida con Cristo.
La imagen del cuerpo: Cristo la cabeza, nosotros los miembros y la Virgen
María el corazón.
La imagen de la vid y de las ramas. La gracia y la vida de Cristo nos
une y alimenta a todos, en Él participamos de la vida divina y nos divinizamos
progresivamente. Pero en Cristo también nos vinculamos con los demás, con los hermanos, para caminar juntos
hacia el encuentro definitivo con Él.
La mejor y más profunda manifestación de ello es la comunidad
eucarística: juntos nos ofrecemos, juntos nos transformamos, juntos recibimos
al mismo Cristo. ¿En qué medida nos sentimos miembros activos comprometidos del Cuerpo de Cristo,
miembros de esa Familia que es la Iglesia?
4.
Amor al Cristo de mi corazón. Es la consecuencia de lo anterior: en el Bautismo
nos hemos convertido en miembros de su Cuerpo místico. Y a partir de ese
momento, Cristo tomó posesión de nuestro corazón. A partir del Bautismo, Cristo
vive dentro de mí, trabaja, ora y sufre dentro de mí. Él quiere ser el centro,
quiere ser el Rey de mi corazón.
Es por eso que San Pablo puede decir: “No vivo
yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). ¿Soy consciente de ese
regalo tan grande que es la presencia del Señor en mi corazón?
Preguntas para la reflexión
1. ¿Cuán grande es mi amor al
Cristo presente en la Eucaristía?
2. ¿Qué aporto para que crezca
y se profundice esa comunidad en Cristo?3. ¿Amo a ese Cristo que se hace tan pequeño para poder estar siempre conmigo?
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