Eucaristía, sacramento de la unidad
Desde siempre le ha sido
evidente al hombre que el signo más espontáneo y simple de unión y amistad, es el
comer juntos, y compartir el pan. También en tiempo de Jesús, practicaban
esta costumbre.
Y entre las muchas cenas de familia
que un hogar judío podía celebrar, había una especialísima: la cena pascual.
Era un agradecimiento a Dios por el milagro de la liberación de Egipto. En ella
la familia judía expresaba su unidad no sólo entre sí, sino también con su
Dios. Fue celebrando esta cena que Jesús consagró el pan y el vino,
instituyendo la Eucaristía.
La Eucaristía es la cumbre de
la vida de la Iglesia y la corona de sus sacramentos. Es la gran Cena de
agradecimiento de la familia cristiana, en que celebramos todos los dones
recibidos del amor del Padre. Agradecemos, en primer lugar, por Cristo, por el
milagro de su muerte y resurrección, que nos liberó del pecado y de la muerte.
Agradecemos que Cristo nos hiciera hijos y hermanos.
En la Eucaristía expresamos
también nuestra unión familiar, comiendo el Pan y el Vino que son el Cuerpo y
la Sangre del Señor. Con este gesto, la Iglesia manifiesta lo más profundo de
sí misma: la íntima comunión de amor de los hombres, entre sí y con
Dios, lograda en Cristo.
Así la Eucaristía constituye un
verdadero anticipo en esta tierra, de lo que será la vida de la Familia
de Dios, una vez consumada en el Reino de los Cielos. Por eso la Eucaristía es
la corona de todos los sacramentos.
Ella
es, el sacramento de la unidad de la iglesia: porque la expresa y la
acrecienta. Quienes no estén viviendo esa unidad, no pueden acercarse a la mesa
del Señor. Porque su gesto de compartir con Él y con los demás un mismo Pan,
sería una mentira.
Por eso San Pablo pide que cada
uno se revise antes de comer del Pan y beber del Vino. Y el Señor nos dice que
si alguien recuerda haber ofendido a un hermano, vaya primero a reconciliarse
con él, y vuelva después al altar.
Porque la comunión no puede ser una comedia de hermandad, que celebramos el domingo, mientras durante la semana nos apuñalamos unos a otros con nuestro odio, nuestros rencores, nuestras injusticias.
Debe haber una continuidad
entre vida diaria y Eucaristía. Al comulgar debemos expresar esa unidad que ya
estamos viviendo, de algún modo en nuestro hogar, en nuestra vecindad. O por lo
menos, debemos manifestar el sincero esfuerzo en que estamos empeñados, por
construir un mundo donde haya más amor y unidad.
Dios sabe que somos pecadores.
Que estamos todos en camino, como el antiguo Israel. Desde este punto de vista,
la Eucaristía es el banquete con que el Padre acoge y celebra a sus hijos
pródigos. Banquete de perdón y reconciliación para los que humildemente
confiesan sus traiciones, y retornan a pedir el Pan que puede ayudarlos, a ser
más hijos y más hermanos.
Nadie como María puede
enseñamos mejor como acercarnos a la Eucaristía. Este fue su gran
sacramento, el único que Ella recibió del mismo modo que nosotros. Cada vez que
recibía de manos de San Juan, ese Pan que era el Cuerpo de su Hijo, María tiene
que haberse emocionado profundamente. Porque reconocía el mismo Pan que Ella,
durante nueve meses, había preparado con amor en su seno. Porque sabía que era
harina de su propio trigal.
La Virgen había hecho su “Primera
comunión” el día de la Anunciación. Una “Primera comunión” única, que se
prolongó durante los nueve meses que Jesús habitó en su cuerpo. Después, cada
vez que María comulgaba, revivía esos meses de profunda unión Espiritual y
física con el Hijo que esperaba.
Pidámosle por eso, a la Sma.
Virgen que nos enseñe el modo de acercamos a la Eucaristía. Que nos ayude a
revivir en nosotros su actitud de la Anunciación. Es decir, con un
corazón pobre y puro, disponible, capaz de creer y de decir que sí, porque todo
lo demás corre por cuenta del Señor, para quien nada es imposible.
Preguntas para
la reflexión
1. ¿Me siento unido a mi comunidad?
2. ¿Comulgo estando enemistado con otros?3. ¿Relaciono a María con la Eucaristía?
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testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com
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