martes, mayo 15, 2012

María, símbolo del Espíritu Santo

Padre Nicolás Schwizer
N° 131 – 15 de mayo de 2012

Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que San Pablo encontró en Atenas un altar en el que estaba grabada la siguiente inscripción: al Dios desconocido. Este título parece valer de un modo especial para el Espíritu Santo que es para muchos cristianos el Dios desconocido.

¿Quién es el Espíritu Santo? Es la tercera Persona de la Sma. Trinidad. Él es el lazo vivo de amor que une al Padre con el Hijo: es amor tan infinitamente profundo y perfecto, que constituye una nueva Persona, igual a ellos. El Espíritu Santo es lo más íntimo de Dios, la personificación de su amor, de su vida, de su fuerza. Es como el alma común del Padre y del Hijo. Es como el corazón del Dios Trino.

¿Por qué es entonces tan desconocido? En primer lugar porque para descubrir su presencia y su acción se necesita una cercanía muy íntima y personal con Dios. Porque Él se hace presente y actúa de una forma discreta y oculta difícil de percibir por los ojos no acostumbrados.

Además influye el hecho de que no podemos representarlo mediante una figura adecuada. Pues los símbolos con que aparece en la Biblia la paloma, el viento y el fuego nos ocultan su riqueza de persona. Dios Padre también es invisible, pero la palabra “padre” ya acerca mucho a nuestra experiencia humana. En cambio, imaginar un “espíritu” resulta mucho más difícil.

Sin embargo, Dios nos ha regalado a alguien en quien podemos casi palpar, de modo visible y sensible, la presencia y la acción del Espíritu Santo: es la Sma. Virgen María. Ella es ese símbolo más significativo, el más personal, más apropiado y más hermoso del Espíritu Santo. ¿Por qué?

Porque el Espíritu Santo es el amor hecho persona, la entrega personificada y María es el amor, la entrega en persona.

La Sma. Virgen es, en efecto, la mujer tres veces llena del Espíritu de Dios:

1. En el momento de su Concepción inmaculada, en que Él la escogió como templo predilecto y la colmó de su gracia, evitando que la menor mancha de pecado la tocara.

2. En el momento de la Anunciación, en que “la cubrió con su sombra”, para hacerla fecunda y convertirla en Madre de Cristo.

3. Y en el momento de Pentecostés, en que Él escucha su oración y desciende sobre Ella y los apóstoles, haciéndola Madre de la Iglesia la que en ese mismo instante nace de su fuerza vivificadora.

Pero la Virgen nos conduce al Espíritu Santo no sólo a través de su ser, sino también por su misión. Porque la misión de Ella y la del Espíritu van en la misma línea.

  • María es nuestra Madre-Educadora. Y el Espíritu Santo es el gran educador y santificador de cada cristiano. Con sus gracias y dones divinos nos va madurando y transformando en hombres nuevos, reflejos de Cristo, a lo largo de toda nuestra vida.
  • María, como auténtica Madre, anima y alienta a los suyos en cada momento. Y el Espíritu Santo es el gran vivificador que renueva e inspira permanentemente a los hombres y las comunidades.
  • Como buena Madre, la Virgen tiene también la misión de unir y congregar su Familia entorno suyo. Y el Espíritu Divino es el gran unificador, el vínculo de unidad de la Iglesia y de las comunidades cristianas.
María, obra del Espíritu Santo. Ella, durante toda su vida terrena, está totalmente bajo la influencia y la conducción del Espíritu Divino. Por eso podemos admirar en María todas las virtudes y los valores cristianos que nuestro gran Educador quiere trasmitirnos e inculcarnos. Ella es la enseñanza intuitiva que Dios nos regala, para entregarnos con confianza en las manos creadoras del Espíritu Santo.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Qué representa la Virgen María para mí?
2. ¿Soy una persona que une a los demás?
3. ¿Educo en mi familia, en el trabajo…?

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